Revista Opinión

Del botellón al botellín

Publicado el 19 octubre 2010 por Felipe @azulmanchego
Del botellón al botellín
HACE FALTA TENER valor, mucho valor, para mantener que ha disminuido notablemente el consumo de alcohol de los jóvenes madrileños en la calle. Eso es lo que dice, así sin despeinarse, el coordinador general de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid, Javier Conde, porque según sus datos en lo que llevamos de 2010 se han puesto la mitad de denuncias que el año anterior. Dicho de otra forma, el Ayuntamiento está contento con su política antibotellón porque los vecinos llaman menos para quejarse. Y no sólo eso, sostiene Conde, sino que las "políticas preventivas y la presencia policial en la calle" han obrado el milagro de convertir en "botellín" lo que antes era "botellón".
Y digo que hace falta tener mucho valor porque los datos que maneja este alto representante policial se parece bien poco a la realidad que sufren los vecinos cada fin de semana. Diríamos que lo único que ha conseguido el Ayuntamiento es centrifugar el problema, diseminarlo de tal manera que donde antes había grandes botellones ahora hay minibotellones dispersos por muchas más calles, plazas y portales. Pero dispersar no significa, ni mucho menos, que Gallardón o Pedro Calvo hayan obrado ningún milagro. Y no lo han hecho, primero porque por desgracia es un asunto profundamente arraigado entre nuestros jóvenes, mal que nos pese, y en segundo lugar porque no hay ni alternativas ni ideas para acabar con él.
Es lo mismo, salvando las distancias, que anunciar que se ha erradicado la pobreza, la mendicidad o la prostitución. Puede resultar más o menos efectista pero dista mucho de ser verdad. Lo que importa, como dice el grupo municipal de Izquierda Unida, es que el botellón aún está ahí y que se bebe en cualquier sitio, a cualquier hora y cualquier día con absoluta impunidad. Del botellón hemos pasado al bote gin, aunque no hay mucha diferencia entre lo de antes y lo de ahora. Los vecinos siguen hasta el gorro por mucho que se empeñe el señor Conde. Y todo lo demás son zarandajas.

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