Revista Cultura y Ocio
éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano.en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas. veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos. veo los árboles y veo las hojas.y cada hoja tiene venas que la recorren.y la corteza de cada árbol tiene grietas.no soy muy alta y mi pelo es del color de la lecheme llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre. eme. a. erre. i griega. así es como se escribe.quiero contarte lo que ha pasado pero tengo que tener cuidado de no apresurarme como hacen las vaquillas a la entrada. porque entonces iré por delante de mí misma y puedo tropezarme y caerme y de todas maneras tú querrás que empiece por donde se debe empezar.y eso es por el principio.
Y así, por el principio, es como he querido empezar la reseña de la novela “Del color de la leche”, de la autora inglesa Nell Leyshon, una historia rural acaecida en el siglo XIX y cuya urgencia y frescura son las dos notas más destacadas de su redacción.
Me decidí por esta novela tras descubrir que era portadora de varios premios de libreros, quizá el único premio de los que conozco al que le doy un cierto grado de fe, y sin duda acerté con la obra.
Del color de la leche es una novela diferente, o por lo menos, diferente a lo que yo he leído, pues está escrita por una chica joven, apenas quinceañera, campesina y que acaba de aprender a leer y escribir, y esta carencia narrativa del manuscrito es justamente su gran riqueza, pues la falta de lenguaje florido o literario se compensa con una rudeza y una claridad de espanto. En esta novela no se dan giros poéticos para nombrar las sensaciones, los paisajes, o las emociones, sino que a cada cosa se le llama por su nombre: “la vaca todavía estaba ahí tumbada. me senté en el suelo frío, a su lado, y me apoyé en su costado y noté el olor de su leche y de la mierda que tenía en la cola.”
Durante la novela, escrita sin más signos de puntuación que los puntos de final de frase, y sin usar una sola mayúscula, como correspondería a alguien que acabe de aprender a escribir, sabes que algo va a pasar, que algún tipo de desgracia acontecerá sobre alguno de los personajes, pero no sabes qué. A diferencia de otras novelas en las que se anticipa la acción, e incluso el desenlace, en Del color de la leche has de ir avanzando al ritmo de las explicaciones de Mary, su protagonista, la cual, y a pesar de no saber escribir bien, relata toda la historia manteniendo el ritmo perfecto entre la curiosidad y la descripción.
Acompañada de su familia de granjeros, su padre, su madre, un abuelo inválido y tres hermanas más, Mary desarrolla su niñez rodeada de una penuria extrema a la que parece haberse hecho inmune. Ni siquiera el tener una pierna inservible, como dice ella misma, de ser el blanco de su padre, de sus hermanas, e incluso de su madre por deslenguada, hacen mella en las ganas de vivir de esta niña. Pero sus ganas no son de color rosa, no es una niña que haya leído a Paulo Coelho y sienta el buen rollo de la new age, no, es una niña pragmática hasta los tuétanos que entiende que la única forma de sobrevivir en un espacio como el que le ha tocado por nacimiento es ser activa y feliz, pues de lo contrario sucumbiría al terrible entorno que la acoge. Su abuelo, paralítico, es de los pocos, por no decir el único, consuelo que tiene la niña.
A medida que avanza en la historia escrita por su puño y letra, aparecen nuevos personajes, apenas cuatro más, un vicario, su esposa y su hijo, adolescente también, y la criada que trabaja en la vicaría, Edna, que guarda tres sudarios bajo la cama, uno para ella, y otros dos para un marido y un hijo que no tiene. Por cuestiones relacionadas con la trama, Mary debe dejar su granja e irse a vivir a casa del vicario como ayudante de criada y asistente de la señora. Pero ni siquiera en ese giro argumental se anticipa qué va a ocurrir…
La niña, acostumbrada a la granja, sufre la adaptación a la vida de familia acomodada y culta, como es la del vicario del pueblo, y ahí es donde aprende a escribir.
Además del propio lenguaje, de la velocidad de la narración, perfecta bajo mi punto de vista, ni estresante ni aburrida, del uso directo del vocabulario, de las ideas nítidas y bien construidas de la niña, del uso del tiempo, del clima, de las estaciones, lo que más aplaudo de la historia es el rol de los personajes que la rodean. Uno se construye, a medida que lee, una idea de la personalidad de cada uno de ellos. Sin desvelar trama, por ejemplo el padre de Mary es un tipo violento, bruto, que todo el día está renegando por haber tenido cuatro niñas y ni un solo varón que le pudiera ayudar en el campo, lo que se traduce en un resentimiento enorme hacia su esposa y una decepción continua hacia sus hijas, pues bien, cuando uno se encuentra con un tipo así puede pensar que es capaz de cualquier cosa, de violar a las hijas, pegarles, maltratar a la esposa físicamente, cosas de este tipo, y sin embargo, la autora hace avanzar la trama hasta el punto en que te das de bruces con tus propios prejuicios demostrándote a ti mismo, o a mí mismo, lo imbéciles que somos a veces y lo fácil que nos es juzgar a los demás sin saber. Esto me ha encantado.
Como la novela, corta, de apenas ciento sesenta páginas, y cuyos premios creo que son totalmente merecidos.
Otra curiosidad de esta novela, y que quiero destacar, es que goza de un prólogo, algo que hacía tiempo que no veía. Un prólogo excelente escrito por la periodista Valeria Luiselli y del que voy a robar un párrafo para cerrar la reseña de hoy. Dice la señora Luiselli de la obra de Nell Leyshon: “No se encontrará el lector una buena historia bien empacada y lista para llevar; no se verán las piruetas idiomáticas que se aprenden y reproducen en las escuelas y talleres de escritura creativa; no se leerá aquí un producto más puesto en circulación por los grandes rumores transnacionales del sistema de estrellato editorial.”
Resumen del libro (editorial)
Elias Canetti escribió que en las escasas ocasiones en que las personas logran liberarse de las cadenas que las atan suelen, inmediatamente después, quedar sujetas a otras nuevas. Mary, una niña de quince años que vive con su familia en una granja de la Inglaterra rural de 1830, tiene el pelo del color de la leche y nació c on un defecto físico en una pierna, pero logra escapar momentáneamente de su condena familiar cuando es enviada a trabajar como criada para cuidar a la mujer del vicario, que está enferma. Entonces, tiene la oportunidad deaprender a leer y escribir, de dejar de ver «sólo un montón de rayas negras» en los libros. Sin embargo, conforme deja el mundo de las sombras, descubre que las luces pueden resultar incluso más cegadoras, por eso, a Mary sólo le queda el poder de contar su historia para tratar de encontrar sosiego en la palabra escrita.
En Del color de la leche, Nell Leyshon ha recreado con una belleza trágica un microcosmos apabullante, poblado de personajes como el padre de Mary, que maldice a la vida por no darle hijos varones; el abuelo, que se finge enfermo para ver a su querida Mary una vez más; Edna, la criada del vicario que guarda tres sudarios bajo la cama, uno para ella, y los otros para un marido y un hijo que no tiene; todo ello, enmarcado por un entorno bucólico que fluye al compás de las estaciones y las labores de la granja, que cobra vida con una inocencia desgarradora gracias al empeño de Mary de dejar un testimonio escrito del destino adquirido, al cual ya no tiene la posibilidad de renunciar.«Del color de la leche es un libro escrito con la urgencia palpitante de un pequeño clásico –pequeño por lo compacto y concentrado de su universo– y una historia poderosa que desciende al bajofondo de una vida que se disolvió en la escritura y que sólo puede recobrarse en el silencio de nuestra lectura. Un silencio largo, estremecido, y lleno de rabia. Pero también un silencio esperanzado y lleno de admiración».Valeria Luiselli
NELL LEYSHON nació en Glastonbury (Inglaterra). Novelista y dramaturga, ha recibido numerosos premios. Su primera novela, Black Dirt (2004), fue candidataal Orange Prize for Fiction y preseleccionada para el Commonwealth Book Prize. En 2008 publicó Devotion. Ha sido galardonada con el Premio Evening Standard Theatre por su obra teatral Comfort Me With Apples, y Bedlam ha sido la primera obra escrita por una mujer para el Shakespeare’s Globe Theatre. Además, recibió el Premio Richard Imison por su primera obra teatral para la BBC Radio