Perderse por las calles laberínticas de Córdoba, recorrer sus rincones y descansar en alguna de sus plazuelas es todo un placer. Y si lo haces en primavera, mejor. Porque es ahora, en esta época del año, cuando el aroma de los naranjos lo inunda todo, enganchándote desde el primer momento que pisas la ciudad.
Cada vez que me acerco a Córdoba, no me canso de visitar la Catedral y antigua Mezquita, que te da la bienvenida con su enorme Patio de los Naranjos para luego transportarte a otro mundo bajo sus columnas; o adentrarme en la pequeña calle de las Flores, ese rincón donde las blancas fachadas de las casas se visten de flores frescas y donde los turistas no paran de fotografiar esta típica postal. Pero hay algo más. Sigue hasta el final de esa calle, hasta la tienda de souvenirs que hay en su plazuela y que esconde un pequeño tesoro: un pozo árabe que se convierte en el orgullo de su dueño. Pasa a verlo. Es gratis.
Pero si hay un sitio donde me gusta hacer una parada y descansar, ese es la Plaza Corredera, un lugar que me pone los pelos de punta cuando pienso que entre sus portales se ejecutaron públicamente a prisioneros durante la invasión francesa. Suerte que las sombrillas de las terrazas han sustituido a las balas de los mosquetes convirtiendo hoy esta plaza en un lugar de encuentro gastronómico. Fue aquí precisamente, en una de sus tabernas donde descubrí un riquísimo –y poco conocido- plato local: bacalao con naranja.
Sencillo, barato y con un origen antiquísimo, este plato cordobés nació en las tierras de la campiña, cerca de los cortijos, cuando los jornaleros que recogían aceitunas se reunían junto a un olivo para descansar y llevarse algo a la boca. “Era un plato de guerra, de pobres, fácil y económico que se solía servir en un lebrillo de barro y que a veces acompañaba las tradicionales migas”, me cuenta Manuel Bordallo, gerente de la Taberna Sociedad Plateros Mª Auxiliadora.
Y es que para hacer este plato sólo se necesitan cuatro ingredientes: bacalao, cebolla, un buen chorro de aceite, y como no, naranjas. “En las tierras del interior, el pescado que llegaba antiguamente era bacalao en salazón, el que traía el arriero en su mula a cambio de picadura de tabaco; la naranja se cogía del árbol y las cebolletas se arrancaban del propio huerto del cortijo”, explica este cocinero, que en un vídeo hecho especialmente para este blog nos anima a cocinar este sencillísimo plato cordobés. La explosión de sabores está asegurada.