Cuando
los afanes desmedidos se desbocan aparece la ruina. Y éste es el lastimoso y
merecido estado en el que se encuentran la mayoría de los clubes de fútbol
españoles.
Todo
empezó con el despelote de los dineros de las televisiones, que hizo perder el
sentido de la realidad a demasiados dirigentes que creyeron en el infinito de
tal circunstancia económica. Así, equipos de medio pelo soñaron con grandes
hazañas fichando jugadores de primer y segundo nivel mundial
con el fin de competir de igual a igual con los grandes.
Si
a ello le sumamos el afán de notoriedad social de algunos personajes venidos a
más por su fortuna en los negocios tendremos el cuadro final de actores que han
protagonizado los últimos veinte años de nuestro fútbol.
Como
consecuencia de todo ello engordaron las ansias de docenas de miles de
aficionados que pudieron disfrutar de notables equipos en estadios pequeños o
medianos con escasas masas sociales y sin ver aumentados en igual medida los
precios de sus cuotas anuales. Conclusión: que acostumbrados a soñar con
verdaderas posibilidades de triunfo ante los poderosos ahora se desfondan
cuando llega un Real o un Barça y le endosan cuatro o cinco a domicilio. Y es
que no hay cosa peor que acostumbrar a la gente al buen jamón ‘avirutado’ y
luego dejarles con un trozo del hueso para hacerse un caldo viudo en el mejor
de los casos.
Recuerdo
un partido que presencié en Jerez contra todo un Real Madrid hace apenas tres
años y mi sorpresa al comprobar la animosidad de la grada contra las estrellas
blancas. Y la enorme impotencia rayana
en la histeria que les produjo a los socios jerezanos su clara y lógica
derrota. Entorné los ojos y me pareció estar en el Nou Camp o en el Calderón
entre aficionados culés o colchoneros acostumbrados a jugarles tradicionalmente
de igual a igual a los merengues. En ese
momento me percaté de la gran mentira en que por unas cosas y otras se había
instalado en el fútbol patrio. Y recordaba en el viaje de vuelta cuando hace
muchos años los antiguos aficionados y socios del Murcia, e incluso de otros
clubes cercanos, iban a la Condomina a ver jugar a los granas contra el Madrid,
el Barça o el Atlético de Bilbao, por hablar de tres clásicos, y al margen de
que el resultado fuera normalmente adverso se divertían respetuosamente
saboreando el juego de las figuras que traían esos equipos. Todo eso se ha
terminado. Y se ha acabado lamentablemente no por la cuestión puramente
deportiva, sino por las ensoñaciones de grandeza que les han inoculado a los
socios y seguidores de los clubes modestos desde sus dirigencias, aparte de las
cuestiones políticas identitarias que también han colaborado lo suyo en la
creación de injustificados complejos de igualdad en cuestiones tan azarosas
como el fútbol.
Pensar
que un equipo con pocos miles de socios y un estadio para un par de docenas de
miles de espectadores como mucho pueda competir de igual a igual con otros que
les quintuplican, como poco, es un espejismo que suele tener finales
desastrosos. Una cosa es que en un partido pueda darse cualquier resultado, y
ahí la grandeza de este deporte, y otra que se espere con desesperación la
victoria propia como algo natural ante quien es notable y notoriamente muy
superior. Ahí están la engañifla y el mal subsiguiente que han ocasionado
algunos mandarines de pueblo a sus fieles. La ruina final de tan descabellados
proyectos es el colofón natural de tanta tontuna. En la vida diaria ocurre lo
mismo en casi todos los aspectos humanos. Un ejemplo es el consabido drama de los nuevos ricos en
cuanto se les tuercen los vientos.
Este
año las diferencias se agrandarán en nuestra Liga. Desgraciadamente nos
pareceremos más a la escocesa que a cualquier otra europea. Dos grandes y
dieciocho comparsas. Es el resultado, también, de la pésima gestión hecha desde
la Liga de Fútbol Profesional permitiendo, cuando no alentando, el injusto
reparto de los dineros de la tele. En el desmadre señalado de los filibusteros
regionales han sacado partido los caciques de los dos grandes y beben por la
parte ancha del embudo.
El resultado final es que los otrora derrochadores serán viveros o
granjas de engorde y la hegemonía de los dos grandes acabará con el interés de
la Liga. El aburrimiento está servido. Ojalá que la obligada irrupción canterana lo arregle.