El único propósito de la ciencia es honrar el espíritu humano es un célebre apotegma del matemático alemán Carl Gustav Jacob Jacobi (1804-1851). Más tarde Jean Dieudonne (1906-1992) se sirvió de la frase para usarla como título de un libro: En honor del espíritu humano.
La motivación humana puede ser tanto generosa como otras muchas veces nada altruista. La matemática se ha desarrollado también por razones prácticas, deseo de trascendencia, soberbia o curiosidad. Algo que no siempre se contempla son los desafíos, las justas, entre matemáticos. En la docta Bolonia renacentista empezó una de las historias más apasionantes, donde retos, traiciones y mezquindades se dan la mano: la resolución general de la ecuación de tercer grado por métodos algebraicos.
Las ecuaciones de primer y segundo grado aplicadas a casos concretos ya se resolvían en las tablillas mesopotámicas. Al-Juarismí (780-850) fue el primero que ofrece un procedimiento general para los seis tipos de ecuaciones de segundo grado. Omar Jayan (1048-1131) resolvió los 14 tipos de ecuaciones de tercer grado mediante intersección de cónicas.
Scipione del Ferro (1465- 1526) encontró la solución de la ecuación de tercer grado, sin el término cuadrático, siendo profesor boloñés. A su muerte se lo enseñó a su discípulo Antonio María del Fiore. Retado Niccoló Fontana, Tartaglia, a un desafió descubre la solución general. Tartaglia, tras resistirse, la dio a conocer a Gerolamo Cardano que la pública en su Ars Magna (1545). Tartaglia se siente engañado y prueba su paternidad y prioridad: de nada le ha servido pues desde entonces la solución general es conocida como formulas de Cardano.
Una modestísima placa en el inicio de la Via San Petronio Vecchio recuerda la casa paterna de Scipione dal Ferro y su gran logro: primo solutore del l´equazione cubica.
Y muy cerca se encuentra el cuadrilátero porticado de Santa Maria dei Servi donde tenían lugar las espectaculares, aunque incruentas, justas.