
El individualismo actual está llevando a mucha gente a la infelicidad, se dice en la entrevista que la periodista Lucía Tolosa realiza en la revista Ethic (04/12/2025) al filósofo Rafael Narbona sobre su último libro, Elogio del amor. Del amor se han dicho tantas cosas que cuesta encontrar la definición perfecta, comienza diciendo Tolosa. Para el escritor Antonio Gala era una amistad con momentos eróticos, para el poeta Bécquer tan solo un misterio, para el economista italiano Galiana era un magnetismo eléctrico, y para el cantante Joaquín Sabina esa la imagen de dos ciegos jugando a hacerse daño. ‘Elogio del amor’, el último ensayo de Rafael Narbona (Madrid, 1963), defiende el cuidado y la entrega a los demás por encima del bienestar propio. Narbona, que fue profesor de filosofía y ahora se dedica por completo a la escritura, explora la importancia de los afectos y defiende una idea del amor alejada del romanticismo tradicional. El libro, escrito a cuatro manos con su esposa Piedad, quien ha superado un proceso oncológico, viaja por distintas corrientes filosóficas, así como lugares poéticos y literarios.
Plantea el amor como un pilar de nuestra época, y a la vez habla de una sociedad individualista y egoísta. ¿Por qué eligió centrar su libro así?
Tengo 62 años y la perspectiva de los jóvenes me pilla lejos, pero veo cómo el individualismo actual está llevando a mucha gente a la infelicidad. He sido profesor de instituto y he comprobado cómo los chicos de padres separados tienen más problemas en el aula, y cada vez hay más divorcios. Escribí el libro para reflexionar sobre mi concepción del amor, porque creo que lo que mide la grandeza de una persona es su capacidad de dar sin esperar nada a cambio. Vivimos en una sociedad que prioriza recibir o acumular, y para mí el amor es lo contrario, implica cuidar al otro sin pensar en sacar rédito personal. El amor como compromiso permanente con otra persona está muy cuestionado, y veo cosas que me entristecen y me sorprenden.
«El amor implica cuidar al otro sin pensar en sacar rédito personal» ¿Qué cosas le sorprenden de las relaciones actuales?
El poliamor, por ejemplo, que transforma al otro en una mercancía. Lo dice Darío Fusaro: consumes personas igual que si fueran bebidas, como si fueran una forma de entretenimiento, y no creas ningún vínculo sólido. Hay mucha gente que cree que está descubriendo la pólvora con las relaciones abiertas o el poliamor, pero esto ya existía en los años 60 y no es la solución. Lo que nos salva a diario es lo contrario, establecer un compromiso y cuidarlo. Hemos perdido mucho el sentido de la comunidad, sobre todo en las grandes ciudades. La gente tiene cada vez más ansiedad, las tasas de suicidio son alarmantes, y hay mucha soledad no deseada. Los vínculos sólidos son necesarios, porque somos finitos y vulnerables, y porque sin ellos no tenemos forma de afrontar los baches de la existencia.
Precisamente el dolor ocupa una raíz importante del libro. ¿Ha bebido de autores como Cioran, Sexton o Pizarnik?
Ese tipo de autores me atraían más de joven, porque me identificaba más con su dolor. Ahora me siento más cerca de figuras como Etty Hillesum, y tengo esperanza. He pasado por experiencias muy traumáticas, estuve diez años con depresión, mi hermano mayor se suicidó y mi mujer ha pasado por problemas de salud graves… Pero el pesimismo te lleva a la inacción, a renunciar a todo. Actualmente creo que esa apatía se camufla con los antidepresivos, que actúan de tirita, no como solución real. Lo que no se puede es patologizar el sufrimiento, porque hay causas estructurales que explican el malestar de mucha gente. El dolor también tiene que ver con la sociedad capitalista en la que vivimos, donde de todo se busca rédito personal.
«El poliamor transforma al otro en una mercancía». La muerte aparece en su obra de forma recurrente y pienso en Montaigne, que afirmó que debíamos acordarnos de ella cada día. ¿Nos falta educación para afrontar esta realidad?
No hay que torturarse tanto, pero nos cuesta demasiado aceptar nuestra finitud y no somos conscientes porque preferimos darle la espalda. A mí la muerte me parece terrible y prefiero confiar en que existe algo después de ella. Me gusta mucho lo que decía Julián Marías: la inmortalidad está más allá de la razón, pero no contra ella. También me siento cerca de la postura de Unamuno, que defendía la inmortalidad del alma. El sentimiento de inmortalidad es algo profundamente humano, y permite que la razón y la fe convivan.
En su libro hay una clara defensa de la fe. ¿Qué opina del auge social de la religión?
Realmente creo que las religiones no están de moda, están de capa caída porque han impuesto dogmas muy represivos y han atentado contra la intimidad de las personas. La religión católica se ha utilizado en muchas ocasiones como herramienta de manipulación y ha estado al servicio del poder. Pero lo que sí creo es que la espiritualidad está muy viva. Casi nadie se considera religioso, pero la mayoría se considera espiritual. Todo el mundo necesita un propósito vital.
«No se puede patologizar el sufrimiento». El sistema educativo es la base de una sociedad, y usted ha sido profesor. ¿Opina como Joubert, que enseñar es aprender dos veces?
Estaba muy incómodo de profesor, era un antisistema desde dentro. Honestamente creo que el sistema educativo español es perverso. Cuando daba clase, intentaba que mis alumnos reflexionaran y participaran en el aula, fomentar la capacidad crítica. El problema es que ahora el sistema no está concebido para formar ciudadanos libres y con criterio, sino para convertir a los chicos en trabajadores productivos. Es un capitalismo puro y duro que expulsa a los que no producen riqueza, y lo peor es que muchos profesores y chavales lo han asumido como algo normal. Esto sucede igual con la cultura.
Uno de los debates donde más división hay es en si el arte puede tener límites, como sucedió con la polémica del libro de Luisgé Martín, que fue cancelado.
Yo no habría escrito ese libro, escribí un artículo posicionándome y la madre de Gabriel me dio las gracias. No me gusta prohibir la publicación de libros, pero entiendo a Ruth Ortiz. Esa historia requería haber recabado su testimonio, y también calcular el daño psíquico que podría causarle a esta mujer y el daño a la imagen del niño asesinado. La literatura tiene que seguir una cierta ética, no puede convertirse en un pasaporte para escribir cualquier cosa a costa del dolor de otros. La empatía es clave, si se tratara de mis hijos, me resultaría insoportable la idea de un escritor contactando con el asesino para entender las razones de sus actos.
«El sistema no está concebido para formar ciudadanos libres y con criterio, sino para convertir a los chicos en trabajadores productivos». En su obra habla del amor a la familia, y concibe a los amigos como tal. Destaca el testimonio de Luis Rosales escribiendo sobre el dolor que le produjo la muerte de su amigo Juan Panero.
Llevo más de cuarenta años con mi mujer y no tenemos hijos, pero nuestros amigos se han convertido en familia. La amistad es una forma de enamoramiento, pero sin intimidad física. A veces me sorprende lo que alguna gente considera amistad, porque para mí no puede existir egoísmo, falta de confianza o miedo en una relación sana de amigos. Un amigo es aquel a quien le puedes contar tus mayores fragilidades y errores, y no te va a hacer sentir mal, te va a acompañar y ayudar. El infierno en la tierra sería perder a mis amigos y a mi mujer, que es, sin duda, mi mejor amiga.
Al hilo de esto, menciona a Miguel Delibes con su obra Mujer de rojo sobre fondo gris, donde narra el dolor por la muerte de su esposa.
Delibes estaba profundamente enamorado de Ángeles de Castro, su muerte le provocó un sufrimiento indescriptible. O Miguel de Unamuno de Concha Lizarraga. El amor está relacionado con la calidad humana y con valores como la empatía, la generosidad y la bondad. En el amor no puede caber la envidia o la competitividad. El amor es cuidar al otro, y a veces es difícil, y no es lo más divertido, pero es lo que importa. Mis libros y mis éxitos profesionales están muy bien, pero de lo que realmente estoy orgulloso es de mi historia con Piedad. En la generación millennial veo mucho egoísmo y narcisismo, y así es complicado construir una relación sólida de pareja.
«La amistad es una forma de enamoramiento». Los jóvenes han crecido en otra época donde la tecnología es protagonista, y eso también modifica la forma de vivir todo. ¿Qué opina de cómo ha alterado el concepto del amor?
La tecnología, y el móvil en particular, han destrozado la capacidad de concentración. Y crea una falsa idea de comunidad, cuando muchas veces aísla a las personas. Uno está conectado, está recibiendo likes o mensajes, pero está físicamente solo. Hoy en día mucha gente confunde el amor con enamorarse, los hay que nunca se enamoran de la persona, sino de la idea de estar en pareja. Creo que nuestra sociedad tiene el síndrome de Madame Bovary, o el de Ana Ozores. A veces influyen factores pueriles como el atractivo físico y la conexión sexual, y se confunde la química con la capacidad de construir un proyecto de vida. El amor se construye sobre bases racionales, con cariño, compromiso y afinidad. Lo otro, la pasión desbocada, es un estado casi neurótico y un error de base.
«En la generación ‘millennial’ veo mucho egoísmo y narcisismo, y así es complicado construir una relación sólida de pareja». ¿Cree que la velocidad de la época actual dificulta que haya relaciones duraderas?
Seguramente tenga algo que ver, vivimos en una sociedad muy infantil. Entender el amor como una exaltación constante es lo que lleva a una idea tóxica y muy común hoy en día de que el amor es una droga. Pensar así te lleva siempre al desengaño, porque ningún ser humano es perfecto y puede mantener un estado de pasión y euforia eternamente. Eso puede durar un año, dos a lo sumo, pero no más… Tengo la sensación de que se infantiliza a los adultos. Hay adultos de 40 años que siguen viviendo como niños, mientras que antes con 22 años podías casarte y tener hijos.
Percibo que tiene un gran lado crítico y pesimista de la época actual. ¿La escritura le ayuda a gestionarlo?
No diría que soy pesimista con nuestra sociedad, pero sí veo cosas que me desagradan y las comento. Escribo porque lo necesito, porque si no tuviera esa rutina me sentiría perdido en la vida. La ficción me ayuda a escapar de la realidad, a comprender y soportar aquello que me resulta difícil de entender. También reconozco que soy bastante inútil en muchos aspectos prácticos de la vida, me cuesta encontrar mi sitio. La literatura me ha dado un lugar en el mundo, un sitio en el que me encuentro cómodo. Es mi hogar.

