Revista Cultura y Ocio

Del infierno demográfico español. especial 2 de hoy domingo, 14 de diciembre de 2025

Por Harendt
DEL INFIERNO DEMOGRÁFICO ESPAÑOL. ESPECIAL 2 DE HOY DOMINGO, 14 DE DICIEMBRE DE 2025


El pasado septiembre apareció el libro sobre el que versa esta conversación: Los últimos españoles. El suicidio demográfico de una nación (Madrid, Almuzara, 2025), de Alejandro Macarrón y Miguel Platón, dos autores que no necesitan presentación, escribe en Revista de Libros (09/12/2025), Luis M. Linde,  Técnico Comercial y Economista del Estado exgobernador del Banco de España. Alejandro Macarrón está considerado como uno de nuestros más destacados expertos en la evolución demográfica española durante las últimas décadas. Las aportaciones de Miguel Platón a la historia de España en el siglo XX han sido muy destacadas y son bien conocidas.

Los últimos españoles es un libro ejemplar en el sentido de explicar a sus lectores, mediante un amplio, detallado y a la vez accesible, aparato estadístico, cuál ha sido la evolución de la población de España durante las últimas cinco décadas y las perspectivas que esta evolución está generando.  

El libro está dividido en tres partes y un epílogo.  La primera se titula «Declive de los españoles autóctonos y sustitución por una amalgama multicultural, Una nación que se acaba»; la segunda, «Consecuencias del suicidio demográfico por falta de niños y soluciones, ¿Qué puede salir bien en una sociedad que no se reproduce?»; la tercera, más extensa ―más de 200 páginas de estadísticas claras y bien ordenadas―, lleva por título «Los números del suicidio demográfico español y la sustitución de los españoles “de siempre” por inmigración extranjera»; finalmente, el epílogo se titula «El pueblo español, en una encrucijada existencial».

La Parte II ocupa solo 30 páginas, pero es muy importante porque en ella se tratan los asuntos clave, los asuntos más polémicos o difíciles, cuya explicación o exposición se suele evitar, suavizar o disfrazar.  Por ejemplo, la inmigración solo puede ser una solución parcial,  que tiene claros riesgos; los inmigrantes no nos van a pagar las pensiones, ni tienen por qué hacerlo, ni detienen el envejecimiento social, solo lo hacen más lento, un factor al que se añade el hecho  de que el primer hijo se tiene cada vez con padres de más edad; las causas fundamentales de la baja natalidad no son económicas; el aborto, que en España es, en la práctica,  «libre» o casi, parece haberse convertido, de hecho, en un procedimiento  de control de  la natalidad. Esta es la conversación mantenida entre uno de los autores del libro, Alejandro Macarrón, y el autor del artículo, Luis M. Linde:

Luis M. Linde (LML): Muchas gracias, Alejandro, por tu disposición para conversar sobre vuestro último libro, y publicar un resumen de nuestra conversación en RdL. Vamos a hablar sobre Los últimos españoles, el libro que acabas de publicar junto con Miguel Platón sobre lo que llamáis, en el subtítulo, El suicidio demográfico de una nación, y esa nación es la nuestra, España. Estamos de acuerdo en que esta conversación no será larga.  Puede ser una especie de recensión, de fácil lectura, sobre el profundo cambio demográfico que ha experimentado nuestro país durante los últimos decenios, cambio demográfico que vivimos en España como un fenómeno sin precedentes en nuestra historia. En realidad, creo que vuestro libro tampoco tiene precedentes en su enfoque, en su detalle factual y estadístico y en su análisis político y social.

Aspiramos a que nuestra conversación sea una especie de recensión de Los últimos españoles. Yo me voy a limitar a plantear preguntas. La primera es: ¿puedes explicarnos el orden y contenido de las tres partes del libro? 

Alejandro Macarrón (AM): En primer lugar, gracias, por vuestra decisión de ocuparos de nuestro libro en RdL. Los últimos españoles trata de lo que creo que puede calificarse de dramática falta de nacimientos en España y de los problemas migratorios de nuestro tiempo.

El plan del libro está orientado a hacer lo más clara posible nuestra exposición. Las dos primeras partes, que podemos considerar conceptuales o argumentales, se complementan con la parte III, un amplio anexo de datos demográficos, tanto nacionales como de ámbitos más reducidos; y, finalmente, un epílogo que hemos titulado «El pueblo español, en una encrucijada existencial».

En la primera parte se describen las dinámicas demográficas recientes en España y en el mundo, muy preocupantes aquí y en los demás países occidentales, porque llevamos muchos años, y no sólo en España, con tasas de natalidad insosteniblemente bajas. También muy preocupantes en lo que respecta a la inmigración, por descontrolada en número y en cualificación laboral media, por sus irregulares vías de ingreso, y por los riesgos de fracturas sociales que conlleva, que son ya profundas en varios países europeos como Francia, Bélgica, Suecia o Inglaterra.

En la segunda parte se analizan las implicaciones del vuelco en nuestra estructura demográfica, que se ha ido materializando a lo largo de los últimos cinco decenios; nos preguntamos por qué ha ocurrido, y, sobre todo, cómo frenarlo y favorecer un repunte sostenido de la natalidad.

La tercera parte del libro es un resumen de los principales ―y muy poco halagüeños― datos demográficos de España, a cuatro niveles: nacional, regional, provincial y local (este último de una selección de municipios con, al menos, 10.000 habitantes). Muchos de los datos del libro, de fuente primaria oficial ―generalmente el INE―, son inéditos. No son números sin alma: llegan al corazón por lo que implican.

Nos pareció un buen valor añadido para los lectores -y para mucha más gente, por el eco que puede tener el libro en medios de comunicación y redes sociales- que pudieran conocer la situación demográfica específica en los ámbitos geográficos de su interés personal, por ser donde viven y/o tienen parientes, por razones profesionales, por mera curiosidad, etc.

LML: El título emplea algunas expresiones inquietantes: «últimos españoles», «suicidio demográfico». ¿No es esto una exageración?

AM: Es verdad que el título y subtítulo del libro pueden parecer exagerados, pero, desgraciadamente, creemos que no lo son. El mantenimiento de nuestra tasa de natalidad en los niveles en los que se sitúa desde hace ya un buen número de años puede estar anunciándonos que, en un plazo de tiempo no muy largo, España puede dejar de ser un país habitado mayoritariamente por «españoles». O, dicho de otro modo, no es imposible que, de mantenerse las actuales tendencias, los españoles hijos de españoles puedan llegar a ser minoritarios en el conjunto de nuestra población.

LML: Pasemos a la inmigración. Empiezo por una pregunta muy general: en el libro tratáis con bastante detalle y amplitud los problemas que plantean los flujos migratorios en grandes números, incluso los legales, pero parece que tratáis de modo, digamos, más positivo a los inmigrantes. ¿Podrías explicarme esto?

AM: Si tú o yo fuéramos jóvenes senegaleses, marroquíes, paraguayos o pakistaníes, es muy posible que hiciéramos lo que ellos: tratar de venir a España. No cabe criticar a otros por lo que uno mismo también haría. Los inmigrantes que se aprovechan de las ayudas públicas y la tolerancia suicida con la inmigración ilegal (o la legal innecesaria), hacen muy bien en buscarse así la vida en España. Quienes hacen muy mal con ese despilfarro de fondos públicos son los políticos españoles y quienes les apoyan, en realidad, todos aquellos que tienen responsabilidades sobre la evolución de nuestra demografía.

Hassan, Alí o Mohamed que viven en España son nuestros prójimos, y su dignidad humana es tan inalienable como la nuestra. Ni ellos eligieron nacer musulmanes, ni nosotros elegimos nacer españoles y cristianos. Pero los valores islámicos en algunos temas clave (como la separación Religión-Estado, o la igualdad hombre-mujer) son poco compatibles con los valores cristianos-occidentales. La historia, incluida, desde luego, la de Al-Ándalus y la que trata de la vida de los cristianos bajo el poder musulmán ―ciudadanos de segunda en todos los terrenos, incluido el fiscal―, y lo que vemos en Francia, Bélgica y otros países, indican que la convivencia armónica de muchos musulmanes con cristianos ―creyentes o culturales― es entre complicada y quimérica.

Por otra parte, incluso la inmigración más integrable, si hay mucho paro, nos sale muy cara. Si hay un gran déficit de viviendas, lo agrava. Y la sanidad, que ya está congestionada porque la población va envejeciendo, tiene que atender además a una inmigración que llega a grandes oleadas y que nadie controla realmente, lo que contribuye a empeorar esa congestión. Como ahora en España.

Así pues, creemos que la inmigración debe ser toda legal, ajustarse a lo necesario para nuestro mercado laboral, no debe aumentar si en el mercado de la vivienda hay mucha más demanda que oferta ―como ahora―, debe ser integrable culturalmente, etc. Pero no culpabilizamos en absoluto a los inmigrantes ―salvo a los que delincan contra otras personas― del caos migratorio de España hasta la fecha, sino a nuestros gobernantes de todos los colores, que, en general, hasta la fecha, han actuado en este terreno con irresponsabilidad, y a quienes los apoyan.

LML: Decís que el peor efecto de la baja natalidad no es el problema de las pensiones. Es una cuestión nada fácil de simplificar, sobre la que se han vertido opiniones y análisis muy diferentes, a veces opuestos.

AM: El problema de las pensiones es potencialmente muy grave, pero es sobre todo económico. Aun sin recurrir a la inmigración, los aumentos de productividad por nuevos avances tecnológicos, eventuales mejoras en la eficiencia en el gasto del Estado, el retraso en la edad de jubilación en consonancia con la mayor esperanza de vida (total y en buena salud), y el ahorro privado, lo podrían paliar en buena medida. Además, como las sociedades desarrolladas son muy prósperas, mientras no haya una proporción de jubilados en relación a la población activa que sea drásticamente peor que la actual, si nos ajustásemos todos algo el cinturón -jubilados incluidos-, pasaríamos estrecheces, pero podríamos seguir viviendo razonablemente bien, al menos por algún tiempo.

Pero el empobrecimiento afectivo que implica no tener hijos, o tener solo uno carente de hermanos -y con ello pocos nietos o ninguno, primos, tíos, etc.- que puede ser muy doloroso, no se puede evitar con medidas de ahorro, mejor tecnología, más inmigrantes, etc.

En suma, no se pueden enjugar los efectos del proceso de desaparición de los españoles con nada que no sea que vuelvan a nacer más españoles.

LML: El libro es muy duro con los políticos de comunidades autónomas como el País Vasco, Cataluña, Galicia, Canarias, Asturias…

AM: Sí, porque son comunidades autónomas con un deterioro demográfico especialmente profundo, y sus gobernantes han proclamado por activa y por pasiva su desbordante «amor» por su tierra, hasta llegar a querer separarla de España en algunos casos, pero no ha parecido importarles lo más mínimo, durante décadas, su extraordinario deterioro demográfico. Les ha importado mucho que se hablen las lenguas cooficiales, pero no que nazcan los futuros hablantes de esas lenguas. En el caso de Canarias, la fecundidad es espeluznantemente baja: la menor de toda Europa (en Asturias, la menor de Europa continental)

LML: ¿Cuál es la zona cero del invierno demográfico de los españoles? ¿Y de la islamización en España?

AM: Del invierno demográfico español, las provincias de Orense y Zamora serían la zona cero, de forma destacada, seguidas de Lugo, Asturias, León, Soria, Palencia, Teruel, Cuenca… Y la región que más ha envejecido desde 1975 es el País Vasco.

En cuanto a islamización, aparte de Ceuta y Melilla, por comunidades autónomas, las que cuentan con más seguidores del islam son, por este orden, Murcia, Cataluña, La Rioja, Navarra y Baleares. Por provincias, la primera es Almería, seguida de Lérida, Gerona, Tarragona, Murcia, Barcelona, Huesca, Huelva, Teruel, Alicante, Castellón, La Rioja y Álava. Y de municipios, destacan nombres como Salt (Gerona), Níjar (Almería), Manlleu (Barcelona), Callosa del Segura (Alicante), El Ejido (Almería), Roses (Gerona), Torre-Pacheco (Murcia), Fuensalida (Toledo), Benicarló (Castellón)…

LML: En el libro se sostiene, quizá podemos decir que «a contracorriente», que no se puede considerar irreversible la muy baja natalidad… Dado que la muy baja natalidad es el centro de todo el problema, ¿qué política de estímulo a la natalidad es posible y realista?

AM: Es alucinante que sea «a contracorriente». ¿Cómo se ha podido resignar tanta gente al suicidio demográfico? ¿Por ignorancia de lo que significa, por cobardía…? No hay evidencia empírica de que sea irreversible, y es derrotista -o muy cómodo, para los políticos- pensar que lo es.

No basta con una sola «política». La baja natalidad es parte central de nuestro actual modelo de sociedad. Y para cambiar un modelo de sociedad se necesitan mutaciones profundas en valores, discurso político, leyes, y, lo que a veces se olvida, la fiscalidad. En este caso, serían mutaciones que favorezcan que la gran mayoría gente quiera volver a tener varios hijos antes de ser demasiado mayor, casándose con vocación de que sea para toda la vida, por ser el marco en que se tienen más hijos. En todos los países es así: las parejas casadas son más fecundas que las parejas de hecho y los adultos al frente de hogares monoparentales. Además, el matrimonio estable y bien avenido proporciona a las familias beneficios adicionales: economías de escala en los gastos fijos del hogar ―el divorcio, o emanciparse del hogar paterno sin ir a vivir en pareja, genera el efecto contrario―, bienestar emocional, y cuidados mutuos en la adversidad y la vejez.

Hay que favorecer e incentivar la natalidad y la nupcialidad estable con todos los medios legítimos y sensatos en una sociedad liberal ―incluyendo el marco fiscal―, y desincentivar lo contrario, desde el Estado y desde la sociedad civil. El Estado, la política, las organizaciones de la sociedad civil con interés en temas políticos y sociales, la educación, los medios de comunicación, el cine, etc., deben pasar a ser abiertamente pronatalistas y profamilia estable, con palabras y con hechos, y no lo contrario o indiferentes, como en los últimos 45 años y pico en España. Y con ello, hay que conseguir que los españoles crean de nuevo, desde pequeños, como sus antepasados, que tener hijos en una familia estable es mucho mejor para su vida personal a la larga que no tenerlos. La propia Iglesia también debe ser mucho más natalista, por cierto. Hoy día es de lo más normal que en las bodas que se llevan a cabo con el ritual católico el cura hable mucho en su sermón de lo maravillosa y difícil que es la convivencia entre los esposos, y de cómo superar las desavenencias conyugales, pero poco o nada de la importancia de que los contrayentes tengan y críen sin separarse varios hijos. ¡El sentido primordial del matrimonio es tener descendencia y criarla en el mejor marco familiar posible! Para no tenerla, no hace falta casarse.

LML: ¿Y no teme que le llamen carca, heteropatriarcal y otras lindezas al uso por defender el matrimonio y denostar el divorcio masivo?

AM: Los datos y el sentido común no mienten: con las excepciones de rigor, desde tiempo inmemorial y hasta hace pocas décadas, el matrimonio estable generalizado fue un bien social, y propició una mayor fecundidad y una mejor crianza de los hijos. La baja nupcialidad y el divorcio masivo, cosas de nuestro tiempo, están teniendo el efecto contrario, además de ser un drama este último para los niños afectados, y muchas veces, para alguno de los adultos involucrados, o para ambos. Los romanos, y en concreto su primer emperador, Augusto, lo tenían clarísimo. Sus Leyes Julias estaban orientadas a incentivar el matrimonio y la procreación.

LML: Una última pregunta relacionada con la inmigración y la natalidad: ¿cómo está España en relación a Francia e Italia, que serían los países más comparables al nuestro por tamaño y afinidad cultural?

AM: Francia está mucho más islamizada que España, pero menos envejecida, porque llevan muchos más años con abundante inmigración musulmana, y han tenido durante décadas mucha más fecundidad, la cual, aunque también allí se ha desplomado recientemente, sigue por encima de la española. Italia, en contraste, tiene menos inmigración que España (si bien con mayor porcentaje de musulmanes), y está más envejecida, porque la natalidad empezó a caer allí antes que aquí. En los últimos 25 años, según mis estimaciones, han desaparecido más de 5 millones de italianos autóctonos por más muertes que nacimientos, casi el triple que los españoles «de toda la vida» perdidos por esta misma causa. Finalmente, la inmigración en España tiene una característica diferencial con la que hay en Italia, Francia y el resto de Europa, que es el elemento hispano: la mitad de los inmigrantes que viven en España son hispanoamericanos, con tendencia a superar el 50%. Es, sin duda, un factor singular.

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