Por Marcelo Colussi y Guillermo Guzmán
I
Acceder a una visión integral del mundo implica traducir la realidad a un determinado lenguaje; hay muchos, pero sí y solo sí hubiese un universal lenguaje, nuestra noción del mundo, nuestro acercamiento y afortunada aprehensión de esa escurridiza realidad, pudiese llevarnos a la más fecunda comunicación. La experiencia del diario vivir, por el contrario, nos muestra que no hay tal universalidad, y que la pluralidad de visiones (de lenguajes) es lo que prima.
Todos somos parte de la dispersa y contradictoria realidad, y no bastan las disquisiciones dialécticas para explicar ni para justificar el que aún estemos sumergidos en un caos infernal. Habría que bucear más a fondo para ver si hallamos la hebra de la madeja. ¿En qué lugar, momento histórico y de qué manera se resquebrajó a nivel de no retorno la evidente voluntad unitaria del Homo Sapiens?
Hoy la humanidad es un rompecabezas suelto al que debemos armar; algunas piezas no calzan para integrar un mundo de paz y armonía; los guerreristas “genéticos” no encajan, y hasta tanto las ciencias no ofrezcan una alternativa de curación para ellos, hay que desecharlos, dejarlos a nivel de esa cosa tan rara de justificar que llaman “Premio Nobel” (Kissinger, el principal mentor de guerras en el siglo XX, recibió uno. ¿Alguien lo puede explicar?).
Desde que el niño respira por primera vez, inicia un proceso de aprendizaje que se concibe como la transformación que tiene lugar en su sistema nervioso cada vez que se integra a él una nueva información. La teoría cognoscitiva de reciente aparición hace hincapié en los factores que determinan la conducta y establece que ésta, mayormente, es aprendida y las leyes que gobiernan ese aprendizaje pueden conocerse y medirse.
Asimismo, es concluyente que tanto la conducta “normal” como la “anormal” se adquieren mediante los mismos mecanismos fundamentales de aprendizaje. La especificidad de cómo se llega a una mentalidad criminal capaz de fabricar una bomba atómica para matar niños, o población civil no combatiente, no es objeto de estas reflexiones; mas, en sentido lato, hay que decir que la ojiva nuclear es una consecuencia perversa del desarrollo del lenguaje científico.
Encargada de escarbar la evolución, la ciencia ya da por sentado que del Australopithecus erectus al Cro-magnon es evidente el aumento de la capacidad craneal. Desentrañar la secuencia del genoma humano puede aportar claves acerca del desarrollo del lenguaje.
En la zona de los Grandes Lagos, en África, se han hallado los huesos más antiguos, y los estudios de ADN confirman que todos los grupos étnicos tenemos filiación con el africano originario (aunque muchos, de puros racistas, no lo admitirían de buen grado). Además, fósiles humanos de hace dos millones de años, datan indicios de que el incipiente cerebro desarrollaba desde entonces atisbos del habla.
La capacidad de almacenar información nos ha venido haciendo extremadamente complejos. Desde entonces, y hasta el presente, hemos pasado de simplemente fabricar rudimentarias herramientas de piedra a construir ojivas nucleares. Es de suponer que las primeras eran para cazar, armas de subsistencia; mientras que la bomba atómica implica la más brutal arma ofensiva e intimidatoria. De hecho, el potencial atómico de que disponen los pocos países que forman el super selecto club nuclear, de liberarse todo al mismo tiempo produciría una explosión de tal magnitud que haría colapsar el planeta, llegando su onda expansiva hasta la órbita de Plutón. “Proeza técnica”, podría pensarse; pero ese potencial no mejora la calidad de vida, y el hambre sigue siendo la principal causa de muerte de la Humanidad. ¿Ha evolucionado el ser humano entonces? ¿Hacia adonde va?
Formular hipótesis generales acerca de si, cómo, cuándo y etc. factores determinaron el lenguaje, e inclusive su evolución, difícilmente nos llevarán a una verdad científica incuestionable. Es de imaginar la multiplicidad de factores de toda laya que han podido afectar la evolución del lenguaje humano pero, sin lugar a dudas, los sectores sociales y políticos que históricamente impusieron su ley a otros grupos o pueblos e influyeron en menoscabar lo que había, para imponer sus valoraciones, tienen mucho que ver.
¡Menuda tarea, tratar de escarbar la historia de la evolución del lenguaje desde sus primeras manifestaciones hasta la complejidad de lo actual! Podríamos intentar extrapolar inductivamente en función de recientes cambios e inclusive de apreciables modificaciones en marcha ahora.
II
El lenguaje es el más poderoso elemento de la cultura humana; surgió de la necesidad de comunicarse, lo que es evidencia de nuestro ancestral carácter gregario. Ahora bien: el lenguaje es más que un medio de expresar el pensamiento. Es su matriz, su condición de posibilidad. Pensamos en nuestra lengua materna, y eso nos decide mucho de lo que construimos. En otros términos: somos el lenguaje. Es nuestra condición de posibilidad, y al mismo tiempo nuestro límite.
¿Las primeras expresiones habladas? ¿Cómo saberlo? ¿Qué objeto pudo estar en la cabeza del hombre primitivo, acaso un plato de comida? ¿Plato? ¿Las exigencias de su vida práctica incluían internet, las ojivas nucleares?
Los primeros signos escritos fueron representaciones de objetos prácticos, y las primeras expresiones habladas han podido ser imitaciones de sonidos de la Naturaleza, tal vez reproducir sonidos del mar o del río, o del viento, o de animales. En esas circunstancias, el lenguaje onomatopéyico pudo expresar lo externo, pero había que expresar los sentimientos, lo interior, y eso pudo empujar al ser humano a crear otro lenguaje.
Es de advertir nuevamente que este es un abordaje temerariamente empírico, de la evolución del lenguaje humano; sería impropio dar por sentado como factor de evolución al respecto algo que no se pueda demostrar. A diario el ser humano inventa nuevas formas verbales para no quedarse atrás y a nosotros, en tanto que no somos excepción alguna, se nos ha ocurrido inventar “oenarcocitanul” para definir a los más conspicuos y despiadados asesinos.
Testimonios de investigaciones científicas señalan que actualmente existen cerca de 7.000 idiomas (entre lenguas y dialectos derivados) y que un indeterminado número ha desaparecido, así como otro número está hoy en vías de extinción. Impulsar la creación de un lenguaje universal mediante el cual podamos entendernos para impulsar la paz, tal como pretendió el esperanto, podría abrir caminos de solución a los problemas de la especie humana, principalmente, la amenaza nuclear. Pero de momento eso no parece sino una altruista petición de principios, bastante alejada de la realidad por cierto.
Lamentablemente, el posicionamiento de los medios de comunicación por parte de sectores guerreristas y la instrumentación de un lenguaje pérfido nos ha conllevado hacia un solo patrón: la globalización informativa llevada a cabo en un lenguaje de guerra.
No existe lenguaje sin pensamiento ni pensamiento sin lenguaje; es lógico pensar que un desarrollo cerebral al que se llega como resultado de una prolongada evolución con transformaciones biológicas profundas y, convergentemente, un desarrollo de la vida social, son presupuestos de la creación del lenguaje eficaz. La eficacia de toda comunicación debe ser valorada en tanto que sustente la vigencia de la vida y de la paz.
La comunicación que emana de los centros de poder internacionales es guerrerista; luego, habría que dudar si la capacidad craneal de las élites criminales que dirigen tales imperios, capaces de lanzar bombas contra pueblos inocentes, pensar en armas de destrucción masivas o en planes para eliminar “poblaciones sobrantes”, no ha sido perturbada por una desviación, una mutación genética. O, por el contrario, habría que pensar que la búsqueda de poder no se detiene ante nada, aún ante esas monstruosidades. Para obtener y mantener el poder todo, absolutamente todo es posible.
Ante cada información percibida, un individuo activo reflexiona y experimenta antes de asumirla o rechazarla, mientras que el individuo pasivo simplemente la asume sin filtro, porque es un esclavo. Esto significa que la manera como el sujeto procesa la información es determinante para esclarecer el sentido de la realidad; de ahí que el deliberado propósito de maniatar el sentido crítico del individuo, por parte de las corporaciones informativas internacionales capitalistas, incide en la debacle o en la transformación del mundo. En última instancia: en la guerra o en la paz.
La opinión pública es una fuerza de primera magnitud y significado, en cualquier sociedad, por lo que las élites sanguinarias no vacilan en confiscarlas y ponerlas a su servicio. A esa “comunipulación” -comunicación manipulada- hay que oponer una verdadera comunicación basada en los valores, anhelos y necesidades de las comunidades y de los pueblos.
Las ciencias y las tecnologías pudiesen abonar que desemboquemos en un lenguaje universal expresamente en pro de la paz, pero habría que procurar reajustes éticos; no obviemos que el porvenir de la cultura está ligado al desarrollo de las ciencias y de las tecnologías. La evolución del lenguaje es directamente inherente a la evolución comunicacional, por lo que es necesario planificar las características deseables de ese proceso evolutivo.
El proceso de integración de los pueblos no debe ser una simple y artificial fusión homogénea de las distintas particularidades culturales; es que una cultura no arraigada en lo profundo de la conciencia carece de fuerza moral como soporte esencial. De lo que se trata es de establecer relaciones, vínculos interactivos interculturales; no, en cambio, una unidad de integración artificiosa, carente de raíces.
El lenguaje y la comunicación conforman un binomio histórico en transición permanente que lamentablemente desembocó en el desarrollo y puesta en práctica de la bomba atómica, infernal patrón de mortalidad que hoy por hoy ostentan muy pocos países, lo que, llegado el caso, podrían desatar la hecatombe nuclear. En ese sentido, la bomba atómica es la prostitución de la ciencia. El desarme nuclear es la única alternativa de solución a la dicotomía de vida-muerte sobre el Planeta Tierra. ¿Cuál es el papel que debería jugar la ciencia en una sociedad ideal: acaso no es el de proyectar la paz y el bienestar para todos?
El bienestar para sólo algunos, por poderosos que éstos sean militarmente, no es sustentable a mediano y largo plazo. Las consecuencias indeseables del desarrollo científico y tecnológico suponen un grave problema ético que se patentiza en la espantosa proliferación de armas nucleares.
Es de suponer -justo es reconocerlo- que la evolución y el desarrollo del lenguaje humano permitió que los diferentes lenguajes populares desplazaran al latín, tal vez porque se intuyó la pesada carga de dogmas a los que la iglesia -en especial, la católica- sometió a ese idioma. No obstante, la ciencia no se ha sacudido el latín todavía. No parece ser tan descabellado pensar que residuos de dogmas de esa lengua pudieron haber influido en mentalidades científicas que condujeron al desarrollo de la energía nuclear con fines bélicos. Habría que demostrarlo. Ninguna hipótesis tiene que ser necesariamente compartida por todos, pero es razonable inferir que la evolución del lenguaje permitió el desarrollo científico y éste, a su vez, fue desviado del camino de la ética de los pueblos, debido a la carga dogmática.
Los guerreristas son dogmáticos, y así como uno pudiese explorar río arriba hasta dar con el manantial, habría que investigar los orígenes del dogmatismo que caracteriza a quienes amenazan la destrucción del mundo con sus enormes arsenales nucleares. De ese modo, tal vez encontremos pistas que corroboren la apreciación.
La Humanidad se ha desarrollado en el ámbito de complejos procesos prehistóricos e históricos, y la visión que el ser humano ha sustentado respecto al mundo ha sido, en mucho, precariamente parcial cuando no simplemente parcial, en el más eficaz de los casos. Obviamente, nuestra visión de la realidad ha estado siempre sujeta a equivocaciones. Otras veces, cuando esa visión tiende hacia la globalidad, en el buen sentido del término, pareciera acercarse más a la certeza.
A medida que el ser humano se desprende de prepotencias y de ilusiones inútiles y asume una postura crítica respecto a lo erróneo, puede reencausar su existencia bajo una visión más verdadera acerca del mundo en el que vive.
Ver el mundo críticamente es ubicarse bien respecto al todo posible, porque ello le permite, a su vez, verse a sí mismo en su dimensión real, es decir, comprender lo pequeño y lo pasajero que se es individualmente con respecto al contexto universal de espacio, tiempo, Naturaleza y de toda entidad social.
Si no todo está completamente a nuestra vista, esa parte de la realidad natural, o social, o espacial, o temporal que no vemos ni sentimos ni oímos ni olemos ni saboreamos y, ni siquiera intuimos, pudiese prestarse para suposiciones infundadas con las que intentaríamos, eventualmente, completar el cuadro. No faltarán quienes pretendan dejar las cosas tales como precariamente parecen ser, tales como están y, punto. Otros, por lo contrario, rehusamos vivir impávidamente resignados, con los brazos cruzados frente a una realidad de guerra, de orgías de sangre y de esclavitud de nuestros pueblos. Algo hay que hacer…
III
Los despiadados ataques de la OTAN contra Libia, Irak, Afganistán, Palestina y demás pueblos son algo inentendible bajo el imperio de la razón humana, bajo la lógica de la pacífica convivencia. Se trata de aspectos de la realidad mundial que nos obligan a replantear con mayor atención (o con nuevos referentes) los fenómenos internacionales. La posesión por parte las grandes potencias de los recursos petroleros y gasíferos, tanto como del agua dulce, tan valorados por cierto, nos obligan a integrarnos para redefinir nuevas relaciones internacionales con todos los países, en el marco de las particularidades de cada sistema político tradicional o insurgente.
La importancia de la política exterior está en auge. Por una parte, porque las tendencias hegemónicas de las grandes potencias siguen propiciando la expansión de relaciones internacionales de vasallaje. Por otra parte, la política exterior de cada Estado repercute cada vez más sobre los procesos políticos internos de cada país, y en ese accionar algunas cosas se descomponen y se degradan mientras que otras, simplemente, cambian.
El lenguaje tiene que ver como expresión de los sentimientos de cada quien. “América para los americanos”, que sintetiza buena parte de la doctrina Monroe, atribuye a Estados Unidos la potestad de dominar a todos en el continente, y ese lenguaje se hizo carne en el pensamiento de muchos pero, no de todos. “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria y oprobio en nombre de la libertad”, es la antítesis bolivariana al monroísmo. Como podemos observar, el lenguaje ha jugado un estelar papel en el desempeño del quehacer histórico de nuestros pueblos.
Recomponer las consideraciones del lenguaje constituye una vital alternativa para intentar desmontar el creciente espíritu guerrerista de las potencias hegemónicas. Americanos somos todos los nacidos en América, de tal manera que la consideración de Monroe es una contradicción teórico-práctica desde el momento en que los gobernantes estadounidenses se atribuyeron el derecho a esclavizar a nuestros pueblos y asumir para sí, exclusivamente, el gentilicio “americano”.
Fuera del contexto de relación y de la comunicación, muchas cuestiones pierden su sentido esencial. Es sumamente complejo aprehender la realidad de las estructuras sociales, vistas éstas desde una perspectiva de lo global. Aprehender las estructuras del átomo tampoco es nada sencillo; por ejemplo, cuando ejercemos una determinada disciplina debidamente, nos orientamos hacia un particular y apropiado objetivo; el objetivo del médico ha de ser la salud del paciente, lo cual implica además de una orientación, una regularidad, a saber, curar todos los días a muchos pacientes. De modo que las regularidades de la conducta están pautadas mediante normas sociales que establecen los límites dentro de los cuales puede darse un comportamiento social determinado. Y así, por analogía, el pescador, el psicólogo, el carpintero, el escritor, el político, el gerente también deben asumir normas de comportamiento social. Una infracción a esas normas pone al infractor al margen del establecimiento y, en consecuencia, al alcance de un castigo que redima su comportamiento. Ahí precisamente se pone de manifiesto la ética y el ejercicio apropiado de la norma que restablezca la normalidad de la conducta.
¿Cómo se nos revela la realidad? ¿Acaso se nos revela en ideas? La realidad tiene aspectos visibles y otros invisibles, de ahí que sólo nos percatemos de aproximaciones de la realidad, en el mejor de los casos. La realidad “completa” escapa a nuestras posibilidades. Una botella está medio vacía o medio llena; todo depende de lo que recortemos de nuestra lectura de la realidad. Por supuesto, es el lenguaje la matriz donde se juega todo ello.
Buscamos que la realidad se nos presente clara. No obstante, merodean acontecimientos sociales que determinan nuestra visión de esa realidad escurridiza, nunca diáfanamente clara. ¿Para qué quiero captar la realidad nítidamente? Para criticarla y formularla, y pese a que muchos estemos frente al mismo fenómeno social, cada quien lo aprecia a su modo, de manera distinta. Medio vacía o medio llena, según podamos verla…
Asumamos principios éticos frente a tales fenómenos ¿Quién puede afirmar certeramente que tal o cual visión o principio se expresa claro como la luz del día? ¿A partir de qué nos ponemos de acuerdo y bajo que condición?
Sucede que cuando tratamos de conceptualizar un hecho, un fenómeno, equis cosa, pueden surgir diferencias que, a su vez, constituyen un problema real que hace más compleja la tarea de criticar y analizar un hecho. Por lo pronto, no hay “hechos” puros; es el lenguaje el que los construye: “medio vacía o medio llena…” No hay “cosas en sí” más allá de las expresiones, misteriosas esencias inaprehensibles, entelequias ocultas. La realidad es la suma de lo que podemos nombrar.
Determinada ley pauta una disposición que regula el comportamiento del ciudadano pero, en verdad, cada quien interpreta ajustado a su propio criterio. Entonces puede decirse que estamos frente a una dificultad real, puesto que no todos asumen los valores éticos en la misma dimensión. De allí que la realidad suele ser algunas veces identificada y conceptualizada por muchos de manera uniforme, pero otras veces no es así.
Lo natural es que cada quien vea las cosas desde su propio lugar y, en consecuencia, asigne relevancia a determinados aspectos. Es que cada problema es contentivo de diversas caras desde cada una de las cuales pueden ser formuladas soluciones diferentes, y es evidente que de ordinario la gente no tienda a tomar decisiones con los ojos cerrados. Cada quien ha incorporado a su propio comportamiento valores, concepciones del mundo, maneras de pensar que pueden conducirlo a elegir determinado aspecto del problema en vez de otro, a ubicarse en una posición y no en otra. Encontrar una respuesta única, acaso un pensamiento único, es altamente improbable. De tal modo que si confrontamos la diversidad de opiniones y posiciones podríamos acercarnos a un encuentro fecundo que abra caminos a la paz o, al menos, a una convivencia no basada en el ataque violento. El otro distinto ¿por qué tendría que llevarme a su aniquilación?
Es necesario considerar todos los aspectos posibles del problema de aprehender la escurridiza percepción de la realidad y procurar definir conceptos que resuman las diferentes observaciones que califiquen nítidamente el fenómeno observado. Es que en todo acto humano está presente alguna forma de comunicación; inclusive cuando estamos en silencio. El sujeto nunca está en el aire, desconectado; está siempre prendido, nos estamos comunicando con nosotros mismos, en acción, en puro movimiento, aunque no nos estemos desplazando de un lado a otro.
IV
Intentar abordar el tema de la evolución del lenguaje tiene que llevarnos necesariamente hacia sus orígenes. Por cierto numerosas teorías han intentado explicar ese fenómeno. Unos ven en la onomatopeya el germen del lenguaje; en esa perspectiva, todas las lenguas habrían empezado siendo sonidos imitativos de la realidad. Esta teoría siempre mereció la crítica respecto a que el conjunto de onomatopeyas haya sido escaso en todas las lenguas e inclusive muchas prácticamente la desconocen. Otros marcos conceptuales han planteado que en el origen del lenguaje se encuentra la interjección, es decir, el sonido apenas articulado comparable con los sonidos de los animales, lo que sería característico de un supuesto estado en el que lo primordial sería la expresión de emociones.
También se ha mantenido que ese primer momento del lenguaje pudo estar en gestos fónicos, tales como la llamada. Lo básico sería la apelación, la necesidad de enviar a los demás algunas peticiones, órdenes y deseos, de manera indiferenciada primero, para analizarse luego en signos propiamente dichos. Todas estas teorías son contentivas de sagaces intuiciones, y también en ocasiones, errores. Pero, sobre todo, son inverificables. ¿Qué debe hacer un buen lingüista para abordar este problema?
Tal vez sea bueno que se estudien las lenguas de los pueblos llamados primitivos, que se intente la reconstrucción de las protolenguas y se aboque a la observación de cómo el niño adquiere el lenguaje. En sendos sentidos se han hecho y se siguen haciendo esfuerzos constructivos; mas no se ha podido resolver el problema, porque tanto los estudiosos de las lenguas primarias como quienes lograron reconstruir protolenguas, concluyen que se trata de sistemas lingüísticos demasiado complejos y evolucionados, en nada parecidos a lo que ha debido ser el respectivo estado primigenio. Y, en cuanto a la adquisición del lenguaje por el niño, se trata de un problema distinto, puesto que no es lo mismo aprender un sistema ya establecido que crear un lenguaje. Los pueblos originarios tuvieron la tendencia a atribuir a cada cosa un alma (hilozoísmo) y a hacerla objeto de culto. La magia fue usada por el hombre primitivo para tratar de contrarrestar las fuerzas de la Naturaleza.
Es de recordar la expresión de Simón Bolívar el 26 de marzo de 1812, cuando ocurrió un espantoso terremoto que asoló a Caracas. A la sazón, el clero vociferó que dicho seísmo era un castigo del cielo contra el pueblo venezolano por estar intentando liberarse de la corona española de Fernando VII, a lo que Bolívar replicó presto, para contrarrestar la maledicencia clerical mágico-religiosa, que “si la Naturaleza se opone a nosotros, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”, queriendo significar, precisamente, la necesidad que el pueblo se despojase del yugo de falsas creencias.
Los rituales de falsas creencias proporcionan supuestos beneficios en determinados casos, o maleficios en otros. Desde las sociedades ancestrales se ha venido aplicando la magia, y aunque fue condenada públicamente por la iglesia católica desde la Edad Media y durante el Renacimiento, fue asumida por lo bajo para someter y aterrorizar a los pueblos.
Inclusive la magia se mezcló, de alguna sutil forma, con la investigación científica. La magia, tanto como el animismo, tuvieron mucho que hacer con el culto a los espíritus en un ambiente en el que el ser humano trataba de entender los fenómenos de la Naturaleza. Se trataba de ideas primitivas que, de alguna manera, sirvieron de referencia para la evolución de las ideas científicas. Obviamente, estas últimas demandan un lenguaje científico para ser transmitidas, y tal lenguaje está sujeto a evolución también. Todo lenguaje es un instrumento de la comunicación, fundamento de la vida social.
Cifrado en códigos de diferentes naturalezas y complejidades, cada mensaje pertenece a un sistema; las variadas relaciones del entramado comunicacional determinan la mayor o menor posibilidad de acceder a la determinación del “genoma lingüístico” -permítasenos el neologismo-. El carácter sonoro o gráfico del mensaje determina dos grandes variedades del lenguaje: la oral y la escrita.
La lengua oral es primaria; todos los seres humanos y todas las sociedades la poseen. La lengua escrita es secundaria e históricamente tardía; ni todas las comunidades la han poseído ni todos los hablantes la dominan. Por lo general la lengua oral se emplea ante interlocutores presentes y en circunstancias de interacción, lo que determina que sea más implícita e imprecisa. Su vaguedad es fácilmente contrarrestada por la situación. Su sintaxis suele ser más psicológica que lógica, según la importancia que el hablante va dando a lo que dice; lo contrario suele ocurrir en la lengua escrita, en la que el interlocutor está ausente, el intercambio no es explícitamente inmediato y los contenidos son más explícitos y la sintaxis más lógica, a objeto de la comprensión.
En consecuencia, la lengua escrita no parece traducir simplemente a la hablada. Forzosamente, por ser una abstracción de la dimensión fónica del lenguaje y de su empleo en una situación comunicativa concreta, la lengua escrita presenta limitaciones y posibilidades que no tiene la hablada. Por ejemplo, no puede reproducir exactamente la riqueza fónica de aquella, tal como la pausa, el énfasis, la entonación, etc. Tampoco puede reproducir situaciones concretas en las que se produce, tal como gestos, movimientos, relaciones entre los interlocutores, etc. Entre las posibilidades está el que fije los mensajes, lo que permite su permanencia en el tiempo y su difusión en el espacio.
Desde finales del Siglo XIX, con la invención del gramófono y del magnetófono, hasta el presente, con la aparición de internet y una inmensa cantidad de dispositivos técnicos, ha sido posible conservar la lengua oral, que es precisamente la lengua de la conversación y el diálogo. La lengua escrita, la de los registros más cultos, tales como registro científico, técnico, literario, jurídico, cumple con una función de prestigio, es decir, que está más sujeta a la norma, contribuye decisivamente a transmitir y es más conservadora. La lengua oral, por el contrario, es más despreocupada de criterios normativos, es más innovadora y cambiante.
Hay poca duda respecto a que el lenguaje oral precedió a la escritura. Muchos creen que el aparato vocal del ser humano, que ciertamente tiene una enorme adaptabilidad y eficacia, es el que le ha proporcionado una ventaja extraordinaria para el desarrollo del lenguaje complejo en relación a todo el reino animal. Sin embargo, muchos animales tienen órganos capaces de producir sonidos que podrían asemejarse mucho a nuestro lenguaje si tuviesen un cerebro potente y capaz de ser controlado como el nuestro. El ser humano tiene un cerebro relativamente grande, pero lo que más interesa de su dimensión es la mayor o menor superficie de su corteza. De hecho, las zonas de la corteza ligadas con la palabra y la memoria son muy extensas, y también lo es la zona de la que depende el control sobre los dedos de la mano, con los que se pueden realizar trabajos delicados. Esta actividad nos remonta a los tiempos primitivos en que nuestros ancestros empezaron a fabricar y utilizar instrumentos; y por igual, a tiempos relativamente recientes cuando cogió por primera vez con la mano un utensilio de escribir y grabó en piedra, en arcilla o en papiro, testimonios para las generaciones futuras.
La acción de hablar es parte tan cotidiana de la actividad humana que no nos damos cuenta del porqué ni del cómo se realiza. La palabra es nuestro principal medio para transmitir el pensamiento a otras personas, ya que la comunicación mental directa es imposible. Son muchas las especies animales cuyos individuos se comunican entre sí de un modo u otro, pero solamente la especie humana logró la comunicación por medio de la palabra y dio así el gran paso hacia la fundación de complejas sociedades. Después vino la invención de la escritura, que permitió transmitir a la posteridad los pensamientos y los conocimientos adquiridos por cada generación, salvando del olvido las gestas y acontecimientos de las grandes civilizaciones del pasado. En las sucesivas fases de la evolución humana los sujetos pusieron en práctica habilidades para fabricar armas. Primitivamente para cazar animales, y actualmente para “cazar” al propio ser humano. La evolución del cerebro determinó la aparición de armas más complicadas para cazar, pero hay un punto de inflexión en el momento en que el ser humano comenzó a guerrear contra su propia especie, en vez de sólo cazar animales. Habría que precisar lo que ocurrió entonces con el sistema de comunicaciones, y si acaso éste se pervirtió al extremo de insuflar la malignidad de los guerreristas.
V
Quienes disponen de ojivas nucleares para amedrentar el mundo se caracterizan, entre otras cosas, por la prepotencia de su lenguaje. En todo esto también tiene que ver el lenguaje sumiso de quienes se dejan amedrentar (o no pueden hacer nada al respecto). Quienes pretenden arrasar al resto del mundo creyendo estar a salvo dentro de una burbuja, están muy equivocados. El complejo militar estadounidense y la Casa Blanca, que destacan por su criminal estupidez de creerse dueños del mundo, albergan en su vientre el germen de su propia destrucción: millones de asiáticos, africanos, latinoamericanos, árabes, y en cualquier momento pudiese desatarse una reacción interna; pero habría que entenderse todos mediante un lenguaje común, que no existe pero que habría que inventar.
Un lenguaje de paz y concordia para todos los pueblos podría encauzar el camino definitivo hacia una paz sustentable pero, mientras las grandes cadenas de difusión de informaciones sean manipuladas por intereses corporativos, se ahondará la brecha entre la paz y la guerra.
El propio pueblo estadounidense debe reaccionar, unirse a los demás pueblos del mundo que luchan por la paz de todos, y amarrar a sus propios “locos guerreristas”; aunque lamentablemente la cotidiana ración de basura mental a la que están condenados les impide ver la realidad.
La sociedad de Estados Unidos llegó a un nivel de saturación de imágenes de la realidad tan descomunal, trucadas, manipuladas, difundidas por las grandes cadenas televisivas al servicio del imperio, que hasta pudo perder la noción de formas y de colores del mundo real; por añadidura, ese pueblo ha sido tan sistemáticamente bombardeado por noticias elaboradas en laboratorios que dependen del mefistofélico complejo industrial-militar, que logró mantenerlo cautivo, atenazado y listo para la manipulación. Homero Simpson es una patética pero cabal metáfora del ciudadano normal de ese país.
¿Qué le sucede al pueblo estadounidense? En principio hay que indicar que se trata de un pueblo aislado, por no decir cautivo de grupos económicos “enloquecidos”. Responder la interrogante implica hacer un análisis exhaustivo de esa realidad. El análisis de la naturaleza de su relación con el exterior es fundamental; es de suponer que a medida que puedan establecerse relaciones de amistad y de afecto con otros pueblos, de contactos directos, de intercambios culturales -por ejemplo- podría romperse ese aislamiento, y así el norteamericano promedio (Homero Simpson) dejaría detrás su tendencia a tratar de controlar el mundo, es decir, dejar de considerar a los demás pueblos como una expresión extraña, visión que le ha sido metida a la fuerza, en paquetes ideológicos diseñados por el Pentágono, la casa Blanca y el Departamento de Estado.
Antes que con un paquete económico o militar, por ejemplo, ciertamente el imperialismo ataca con paquetes ideológicos, que a su vez entrañan un lenguaje a su manera, expresamente infame. ¿Puede el pueblo estadounidense librarse a sí mismo del yugo al que está uncido? Aquí el problema fundamental, en principio, es integrarse al mundo y no tratar de destruirlo. Hay que hacer notar, con relación a ese modelo nefasto que le ha sido impuesto a ese pobre pueblo de América del Norte, que la separación es una forma de negación de la existencia; la integración es, contrariamente, una manera de afirmación de la realidad. Dicho de otra forma: capitalismo es aislarse y socialismo es integrarse.
El agua dulce, el petróleo, el gas, el trigo, el maíz, el oro, el mar, el hierro, el aluminio, el aire, el ecosistema, la madera, la ciencia, la tecnología, el arte, la medicina, en fin, la Naturaleza y todo producto social inclusive los dioses del larario, son factores del todo. “Desintegrar el mundo es una acción autodestructiva”, decimos nosotros. “Dios no juega el Universo a los dados”, habría dicho Einstein -y “Einstein, ¡no le diga usted a Dios lo que él debe hacer!”, replicó Niels Bohr a Einstein-. Y para más aún, Stephen Hawking también metió lo suyo: “Dios no sólo gusta de jugar a los dados con el Universo sino que a veces los lanza donde no podemos verlos”.
Sea lo que fuere, donde y como sea, el mundo es de todos, venga la comunión de la diversidad como un auténtico camino hacia la coexistencia pacífica. La élite militar y militarista del mayor imperio expone con prepotencia sus “verdades” como absolutas, pero eso hay que rechazarlo de plano. El día en que La Humanidad se despliegue como una unidad dinámica de conjunto hacia la paz, estaremos en el camino de resolver todos los problemas coexistenciales; para ello será necesario abordar un lenguaje común aprobado y asumido por todos.
Es difícil determinar lo primero por hacer. No nos sentimos tentados a proponer ni una cartilla ni una fórmula. La integración de los pueblos, tal como la concebimos, es ajena a todo algoritmo, pero pensamos que el abordaje debe hacerse desde el plano cultural, por las buenas y sin condicionamientos. Esto, por sólo decir lo que pensamos y, hasta ahí; venga la otra opinión, un poco de sincretismo tal vez no nos cause sarampión.
Generar un clima de confianza entre los pueblos, libre de ataques y defensas, podría guiarnos hacia una nueva concepción del mundo que desencadene si bien no “la paz” para todos (término quizá un tanto ampuloso), al menos sí la posibilidad de un relacionamiento respetuoso. Valga agregar aquí que nadie está obligado a amar al otro, pero sí a respetarlo. La paz, si es posible, en definitiva tiene que ver con eso: con el respeto del otro diverso.
Con sus millares de ojivas nucleares, su ONU y su OEA, el gobierno de Estados Unidos, en tanto cabeza mundial del capitalismo desarrollado, suele sentarse a la mesa de discusión como el gánster que clava su cuchillo en la misma antes de hablar la primera palabra. Por eso, y por peores cosas, ahora los pueblos del Sur tenemos la necesidad de integrarnos bajo nuestras propias reglas, sin amenazas y sin tutelaje, de igual a igual, con respeto, y con la disposición de complementar nuestras necesidades y nuestras fortalezas. La actual “legalidad internacional” no es más que una impúdica mentira, y seguirá siendo así el mientras el Norte (con Estados Unidos a la cabeza) siga imponiendo sus condiciones capitalistas leoninas al Sur.
De modo que la creación y el desarrollo evolutivo de un lenguaje al servicio de la paz mundial es competencia de los propios pueblos, y éstos deben asumir esa demanda, sin pedirle permiso a nadie. Esta vez sí existen bases concretas que permitirán seguirle la pista a la evolución del nuevo lenguaje por parte de futuras generaciones para las que “las guerras pasadas” -las anteriores y las actuales- no tengan acicate para retoñar.
Obviamente no basta crear un nuevo lenguaje sino, además, nuevos medios de difundirlo, y fundamentalmente otra ética, esta vez planetaria. Pero si nos tomamos en serio aquello de “el lenguaje es la morada del ser” -siendo heideggerianos en esto-, desarrollar un nuevo lenguaje implicar desarrollar un nuevo mundo.
La ideología es una expresión esencial de la conciencia. Sin ideología no puede haber ética y sin ética no puede haber convivencia; ninguna ley escapa al agobiante rigor de la caducidad. Por ejemplo, con su Teoría de la Relatividad, Einstein tiró por tierra centenarias concepciones del mundo, inclusive sustentadas por la matemática, que ya es decir algo. Y la propia Teoría de la Relatividad empieza a tambalearse en sus fundamentos, precisamente con el avance de la ciencia.
No hay verdades absolutas. De manera que estamos ante un reto de complejidad descomunal: abatir la guerra y suplantarla por un mundo de paz sustentable. Un vistazo apenas superficial de la historia del mundo nos hace ver que si existen diferencias dentro de un mismo sistema social y político, con mayor razón existen diferencias con respecto a sistemas distintos. ¿Qué no decir entonces de confrontar sistemas diferentes? Mientras tales diferencias existan en guerra, en vez de en coexistencia pacífica y constructiva, el bienestar del ser humano contemporáneo estará comprometido.
En libertad se conjugan los logros fundamentales del ser humano, pero la libertad por sí sola no basta. Es que mientras los pueblos han debido estar escalando niveles superiores de felicidad todavía tienen que pelear por subsistir, y esa es una contradicción. La libertad, la soberanía, la autodeterminación, la felicidad y muchos otros valores sin los cuales la paz no es sustentable, son objetivos sine qua non hacia los cuales tiende el mundo contemporáneo; pero sin el lenguaje que lo exprese de común, será arduo el camino hacia el logro.
A decir verdad, de ninguna manera pretendemos hacer un relato irreflexivo de nuestros pareceres; sólo tratamos de plantear partes de nuestros puntos de vista acerca de un tema que consideramos de primerísimo orden, pero sin más pretensión que intentar presentar una crítica teórica, en este caso, indiferenciada. Es natural concebir desde “el océano de la diversidad humana” un nuevo estamento social y político particular, zonal, regional o hemisférico. Creemos que la idea es extensiva a todo el Planeta Tierra. Somos empedernidamente ambiciosos respecto al porvenir; no somos entera ni medianamente uniformes respecto a la base de nuestros respectivos enfoques personales del problema expuesto. Pero creemos que no es dilemático optar entre guerra y paz.
Las grandes corrientes del pensamiento universal han surgido de procesos de lucha de los pueblos contra el peso de concepciones tradicionales erróneas, sostenidas por grupos de poder. Recordemos el calvario de Galileo por sostener la concepción acerca de la Teoría Heliocéntrica en contraposición a la falsa creencia geocentrista, sostenida por la Iglesia Católica de Roma de entonces. La feroz lucha del conocimiento científico por insurgir y la tenaz oposición del dogmatismo estéril, que siempre se erige como obstáculo a las transformaciones necesarias, han marcado siempre el carácter de la confrontación brutal entre opuestos. Hoy el sistema capitalista globalizado representa el poder irracional y sanguinario, la guerra; mientras que los pueblos sojuzgados y escarnecidos representan la paz. Estamos así ante una confrontación entre el átomo violento y el átomo pacífico en la política internacional. ¿Explotará?
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