La portada del último número de la revista mensual Penthouse con “la tenista Anna Kournikova” en top less puede costarle el cierre a esta publicación, al que también parecen abocadas sus decadentes competidoras Playboy, Hustler y Screw.
Resulta que Kournikova no era Kournikova, y Penthouse se enfrenta ahora a una demanda escalofriante de la deportista-modelo rusa, que se suma a otra por diez millones de dólares presentada por la auténtica fotografiada, una nuera del industrial textil Benetton.
Pero estas publicaciones de porno blando están alicaídas, más que por las demandas judiciales, por internet, medio en el que cualquiera con una cámara y un ordenador transmite porno duro a todo el mundo sin que la audiencia vaya a comprarlo al quiosco.
Penthouse, que vendía seis millones de ejemplares, ahora anda por el medio millón; su propietario, Bob Guccione, ha tenido que poner su lujosísimo ático neoyorkino en almoneda.
Larry Flynt, dueño del vulgarísimo Hustler vende la cuarta parte que hace una década, y la decana, Playboy, de Hugh Hefner, se está salvando gracias a la diversificación: cine, video y, precisamente, internet.
“Estamos muertos, somos dinosaurios frente al baratísimo pornonet”, decía esta semana Al Goldstein, fundador de Screw, que llegó a vender un millón de ejemplares y ha caído a los 70.000.
Ahora, los maridos tendrán que inventar algo para justificarse ante las mujeres cuando los sorprendan viendo pornonet.
Como con el cutre Playboy español, Interviú, cuando se justificaban: “Es que traen muy buenas entrevistas y reportajes”.