LA LLUVIA DE VERANO
De buena gana tiraría los libros, leer no puedo,
se descarría entre las páginas el pensamiento,
busca la pradera, donde halla más rico alimento,
y no repara en puntería ni en denuedo.
Bueno era Plutarco, y también lo era Homero,
bien rica fue de nuestro Shakespeare la hora revivida,
lo que leyó Plutarco no era ni bueno ni verdadero,
ni los libros de Shakespeare, si de la gente no fueron su vida.
Aquí, bajo la rama del nogal tumbado,
qué me importan la ciudad de Troya ni las guerras griegas
si se entablan ahora más justas refriegas
entre las hormigas en la cima del collado.
Que espere Homero hasta que la victoria teste,
si las rojas o las negras, a cuál los dioses dan su canje,
y vea si el Áyax de más allá domina la falange
pugnando por lanzar rocas contra la hueste.
Decidle a Shakespeare que me busque en hora exenta,
que ocupado estoy ahora con esta gota de rocío,
que no recibo, que el cielo amenaza tormenta,
y lo veré cuando de nubes el azul esté vacío.
Tendido fue este lecho de pastos e infelice avena,
con más maña que gastan los monarcas, hace un año,
una mata de trébol como almohada tengo yo por buena
y las violetas me rebasan el calcaño.
Y ahora las nubes lo han precintado todo con su afecto,
engola el viento suave voz para decir que va todo perfecto,
aprisa cae disperso el chirimiri, un poco ordena
la paz en la laguna y otro poco la corola en la azucena.
De los árboles en el campo cae gota a gota
esa rara riqueza que destila cada rama,
todos los ruidos son el viento y no se nota,
sacude los cristales si de hojas es su cama.
Vergüenza le da al sol el dar la cara,
cómo iba a fundirme con sus rayos perdidizos
si, convertidos en un duende, me gotean los rizos:
ufano va en un manto que de gotas goteara.
H. D. Thoreau (1817-1862)
poeta estadounidense