Ahora que el sector del “tocho” está en crisis no sería muy oportuno dedicarse a describir aquellas maravillas que uno obtiene de la construcción. Sin embargo, el hecho de contruir es innato en el ser humano. Y si no, hagan un poco de memoria y recuerden la sensación que todos teníamos cuando cubo y pala en mano dedicábamos horas de nuestras vidas a crear castillos – eso sí, de arena – efímeros en las orillas de nuestras playas. O cuando corríamos a buscar hormigas para meterlas en un triste arenal – realizado de cualquier macetero de casa – para crear una legión de hormigas que actuarían nuestras supuestas órdenes.
Pues bien quizás por ese afán que tiene el ser humano de crear y destruir. De generar y tener la satisfación que uno toma el control de cada una de las sitaciones que habitan en “su” territorio nos enganchan tanto los juegos “Deux Mode”. No, no hablo de ese refrito de shooter llamado Deus Ex: Human Revolution, sino de los juegos como Black & White, Populous, SimCity o el reciente From Dust.
Sobre éste último prestaremos atención, ya no por su preciosa presentación, donde nosotros somos el “Dios” que una primitiva tribu venera. Y he aquí la gracia del asunto, ya que tras una simple presentación de la dinámica de juego, nos encontraremos dirigiendo a unos “Lemmings” del nuevo siglo. From Dust – del polvo – un título diferente que sobre todo muestra un precioso entorno que puede modificarse a nuestro antojo.
El Hálito, una especie de mágia que nos permitirá cambiar el terreno de lugar. Creando así las condiciones perfectas para que los habitantes de la tribu puedan montar su poblado. Una apuesta llena de mágia – y además real – donde podremos evitar ser consumidos por la lava de un volcán o por los efectos devastadores de un Tsunami. Y es que ante tal panorama solo queda felicitar a Eric Chabi – y a Ubisoft – por aportar hoy en día un halo de frescura a un género un tanto olvidado.
Y es que From Dust a parte de mostrar un diseño exhuberante y lleno de esplendor, entretiene. Consiguiendo que el jugador se encuentre envuelto de un entorno pensado por y para el deleíte. Sencillo, atractivo y además con una banda sonora pausada, llena de esa esencia tribal que a uno le trasporta a otras épocas. Quizás, sin duda, es una de esas alegrías que uno tiene ganas de probar y completar.
Del polvo, del agua, del aire, del fuego…en definitiva de la madre naturaleza. De cuando eramos niños y desconocíamos los entresijos de la ciéncia. Ser biologos, planetólogos – Dune ¿donde estás? – e incluso sociologos. No sorprende pero atrapa, no innova pero es irremediablemente necesario ante un sector repleto de disparos y aventuras descafeinadas. Del polvo, como nuestro orígen, como nuestro final, el inicio y el fin comprimidos en unas cuantas líneas de código.
Mundos representados para jugar, para disfrutar, para soñar, para dejar de quejarse sobre la fealdad de un mundo. Buscar el camino, aportar a nuestro mundo, la visión de aquello que creemos necesario para sobrevivir. Pinceladas bien trazadas, dirigidas con amor hacia el usuario, pinceladas que tapas la ineptitud de nuestros pobres seguidores, carentes de las habilidades necesarias para sobrevivir.
Y es que como cuando éramos pequeños, como cuando recopilabamos hormigas para nuestra legión de insectos. Una a una, con amor, buscando que fuesen compatibles – estúpida idea – para no crear un conflicto en el hormiguero. Sin reina, craso error, pero con un Dios castigador que con un enorme dedo índice chafa a aquellas pequeñas rebeldes que no hacen caso a mis designios. Quizás por ello, porque de pequeños nuestros hormigueros jamás sobrevivían al ego de las desmadradas hormigas, y sin duda porque tampoco era tan bello. Debamos recurrir al polvo para volver a recuperar esa esencia que tanto nos entretenía.
- ¡Estas hormigas no se morirán! ¡Lo prometo mamá!