Revista Arquitectura
El 11 de marzo de 2004 hubo en Madrid unos atentados horribles y espeluznantes de unos criminales tan malvados como idiotas, de los que creen al mismo tiempo en un dios omnipotente y en que no es capaz de solucionar sus propios asuntos ni eliminar a sus supuestos enemigos, y ellos -gilipollas profundos y ratas asesinas- se lo tienen que hacer.
El caso es que hubo muchísimos muertos en los trenes de cercanías de Madrid a primera hora de la mañana, cuando todo el mundo va a trabajar. Todavía nos acordamos de ello. Y nos acordaremos siempre.
Uno de los actos que se programaron a partir de aquello fue erigir en la estación de Atocha de Madrid un monumento en memoria y homenaje de las víctimas de aquellos brutales e incomprensibles atentados.
El estudio FAM (Fascinante Aroma de Manzana), formado por los jóvenes arquitectos Mauro Gil-Fournier, Esaú Acosta, Raquel Buj, Pedro Colón de Carvajal y Miguel Jaenicke (a quien por el apellido le supongo hijo de quien fue profesor mío de estructuras) ganaron el concurso con una muy bella idea.
Render de la propuesta ganadora Secuencia de ilumicación del monumento a lo largo del día. Render de la propuesta
Consistía en una cápsula rígida irregular y translúcida que dentro tendría una lámina ligera, flotante, como una especie de medusa, en la que estarían escritos unos cuantos mensajes de entre los que dejamos (sí, yo también) en los distintos rincones de la estación de Atocha en los días siguientes a la salvajada.
No entendimos entonces cómo era esa cápsula exterior ni cómo flotaría la lámina en su interior. Lo peor fue que sus autores tampoco lo sabían.
Así que al final se construyó un cilindro de "ladrillos" de vidrio y las graciosas escamas y chispas brillantes en la semitransparencia quedaron así:
Todo ello mucho más soso y anodino que la idea original. (Compárese con el render del concurso).
Pero lo peor es que la lámina flotante interior quedó así:
Tuvo problemas desde el primer día. El sistema de presurización fallaba. No funcionaba bien. El monumento se pasaba cerrado durante semanas, mientras se reparaba. Una vez arreglado duraba abierto muy poco tiempo hasta ser cerrado de nuevo. Hartos de gastar más dinero en reparar un artefacto que estaba mal concebido o mal ejecutado (o tal vez ambas cosas) desde el principio, la cosa quedó definitivamente cerrada.
La actual alcaldesa -sí, ella también- ha asegurado que lo va a arreglar, pero ya nos olvidamos todos de que la lámina flote milagrosamente. Ahora parece que va en serio: La van a sujetar con cables y tirantes, y me acuerdo de mi primo Luis Anselmo, que todo lo terminaba arreglando con un cordelito.
Como la arquitectura se aprende a tortas, aprovecho esta para ver si aprendemos todos algo. La idea del monumento me parece excelente, y los jóvenes que la tuvieron, brillantes. Pero yo, un viejo acabado y aburrido, decepcionado y desilusionado de casi todo y sin nada que esperar ya, me permito recordar que un arquitecto ha de ser a la vez poeta y constructor. Un arquitecto debe ser siempre capaz de soñar, pero de soñar cosas muy concretas. Un arquitecto debe dar una solución trivial a un problema trivial, pero de manera que todo quede tocado de bondad, de belleza y de misterio. (¿Quién dijo que fuera fácil? ¿Quién dijo que fuera siquiera posible?)
No vale proponer chirimbolos cuyo mantenimiento consuma el presupuesto de dos direcciones generales, ni soñar monumentos a sí mismos y pesadillas para los demás.
El render prometía una cosa (esa transparencia, esa ligereza, esa luz, esa forma irregular...) que la realidad no fue capaz de cumplir. Y no era capaz ya desde antes de colocar la primera pieza de vidrio del cilindro. Del render pasaron directamente a la rendición aun antes de empezar. No vale ganar un concurso con un soneto lírico y luego construir con las instrucciones mal traducidas de una plancha.
El jurado que dio ese premio valoró una idea preciosa, pero le importó un comino cómo hacerla realidad. Muy mal. Pésimo jurado.
Mi simpatía por los autores. Son gente de talento, y el talento es sagrado. Pero deberían habernos ahorrado a todos este bochorno, este gasto estúpido y este segundo dolor.
Postdata: (El dato se lo debo a David García-Asenjo Llana. Yo conocía la anécdota -falsa- de la bola levitante, pero no recordaba a qué proyecto se refería. Él me lo ha facilitado). En el año 1948 los arquitectos Rafael Aburto y Francisco de Asís Cabrero pergeñaron un sorprendente monumento a la contrarreforma en el antiguo Cuartel de la Montaña de Madrid. Digo sorprendente por no decir atroz. Verdaderamente no tengo palabras para describirlo. Aquí lo tenéis:
Estos dos renders son de óleo sobre tabla
Obtuvo la segunda medalla en el concurso de Bellas Artes. (No estoy bien informado, pero creo que no fue un concurso para hacer un monumento a la contrarreforma, sino uno para optar a las medallas de bellas artes con cualquier propuesta, y a Aburto y Cabrero se les ocurrió esto).
Lo que yo recordaba era la enorme bola levitando, y es por lo que lo he traído aquí. Ahora entiendo que no era un proyecto para ser construido, sino un mero ejercicio de "poesía pura". (Sí: Horror). Pero lo que yo había oído -como anécdota apócrifa- era que alguien les preguntó cómo pensaban construir eso, cómo iba esa gran bola.
Esa licencia gráfica de la bola levitante se ha usado a veces en el barroco. Al construirla, la colocaban sobre soportes de hierro que, para ser invisibles desde lejos, se podían pintar de azul celeste.
Pero lo que dice la anécdota que yo falsamente recuerdo, y que por eso la enlazo con el monumento al 11-M, es que ante la pregunta de cómo se iba a tener la bola los autores contestaron:
-Es un monumento a la contrarreforma. Ya mandará Dios unas cuantas escuadrillas de arcángeles que la sujeten.
(Pues eso: Conviene proyectar soñando mucho, pero sin creer demasiado en los ángeles).