Del reportaje al sociólogo británico Nikolas Rose, director del centro BIOS de la London School of Economics y editor de la revista BioSocieties, publicado en “Ñ”, seleccionamos los siguientes párrafos.
(…)
La biopolítica de los siglos XIX y XX se ocupaba del cuerpo como un todo, diferenciando razas, clasificando a los individuos según sus capacidades intelectuales o físicas, enfocándolos como una totalidad. El individuo era visto como un ensamble de órganos, y los colectivos como ensambles de individuos. Y en cierto nivel, las personas siguen visualizando su cuerpo como constituido por partes: los miembros, los órganos, las hormonas. Muchas prácticas trabajan con el cuerpo como un todo, incluso desde la superficie, como las de belleza o el fitness. Pero algo diferente está ocurriendo. Las personas ya no son vistas como un agregado de piezas, sino como un ensamble de procesos moleculares, que pueden ser entendidos en términos de precisos mecanismos que ocurren dentro del cuerpo. Y una vez que los cuerpos empiezan a entenderse así –como empiezan a entenderlo las ciencias de la vida– es posible pensar en que es posible intervenir, transformar, modelar los cuerpos. En términos generales, esto implica una transformación en las técnicas del poder. El poder ahora se focaliza en optimizar los cuerpos, antes que en vigilarlos o modelarlos ortopédicamente. Desde luego, hay muchas ocasiones en las que los cuerpos siguen todavía siendo disciplinados, excluidos, incluso eliminados. Pero sin minimizar la gravedad de estas acciones negativas, entiendo que ellas suelen estar hoy en parte justificadas por el intento de optimizar y maximizar la vida y las capacidades corporales.
(…)
En la época de la biopolítica molecular ya no tiene sentido considerar que la biología es un destino, que nuestra naturaleza es una fatalidad: podemos intervenir sobre ella y manipularla. Eso nos convierte en personas responsables, atentas a lo que nos puede ocurrir. Ya no se trata de “cuerpos dóciles”. Estas tecnologías interpelan a cuerpos muy activos: los individuos deben actuar sobre sí mismos, deben entenderse, tomar decisiones y transformarse.
(…)
Pero cuando señalo que las personas son impulsadas a convertirse en tomadores de decisiones responsables y prudentes no me refiero a una racionalidad puritana calvinista. Se trata también de presiones para maximizar los placeres y el disfrute de la existencia. Tenemos que controlar los impulsos, sí, pero no reprimirlos, sino orientarlos para gozar mejor de la vida, incluso para poder comprar ciertos productos, sin los cuales ese disfrute se hace imposible.
(…)
El foco hoy es cómo operar sobre el cuerpo, más que sobre las almas o las conciencias, conectando nuestros conocimientos, nuestras formas de verdad y las técnicas asociadas con esas formas de verdad. Maximizar las capacidades del cuerpo y minimizar aquello que lo amenaza. Esto abre dos aspectos de intervención: la potenciación y las susceptibilidades. Y este último creo que es el más poderoso. La idea de que las personas tienen predisposiciones no es nueva. Lo nuevo es la idea de que si se identifican esas predisposiciones tempranamente, es posible intervenir para evitar que se manifiesten.
(…)
...hace años nosotros criticábamos que el servicio de salud no era un servicio de salud, sino de enfermedad, que llegaba demasiado tarde. Pero una vez que tenemos estos programas que buscan identificar los signos de la enfermedad antes de que ella se evidencie vemos la emergencia de redes de management de los cuerpos y las mentes. Y la creencia de que podemos identificar esos signos para intervenir conlleva varios problemas. Primero, como sabemos, los programas de screening tienen grandes números de falsos positivos y falsos negativos; segundo, las intervenciones se realizan muchas veces en situaciones en las cuales la enfermedad nunca se desarrollaría; y en tercer lugar, como también sabemos, una vez que un individuo ha sido identificado como un enfermo “presintomático”, esto transforma el modo en que las personas actúan en torno a él, y afecta su propia autocomprensión. Hay muchos ejemplos, sobre todo en el campo de mi actual investigación, que es en neurociencias y en psiquiatría. Se está generalizando una forma de vida que consiste en vivir la propia vida bajo la sombra del futuro, de lo que puede ocurrir, y hacer todo lo que se pueda en el presente para aliviar ese futuro, rodeado de expertos que con las mejores intenciones, te ayudan a entender qué podrías ser y cómo evitarlo: qué beber, qué comer, no fumar, hacer ejercicio, etcétera.
(…)
...sin duda la mayoría de las gobiernos ven las principales amenazas del futuro en términos somáticos: cuáles van a ser las consecuencias del aumento de la depresión, la epidemia de la obesidad, cómo resolver la brecha entre la cantidad de nacimientos y la cantidad de personas ancianas, etcétera. Esto es lo que podría llamarse una aproximación “desde arriba”. Y desde el punto de los individuos, el declive de las creencias religiosas, de la creencia en la vida futura del alma como el elemento clave sobre el cual se despliega el trabajo ético, marca el declive consecuente de la idea de que uno debe trabajar moralmente sobre sí. Y lo que empieza a estar en el centro del debate es el cuerpo, la salud, mantener las capacidades físicas, la apariencia exterior pero también las capacidades interiores, incluso cuidar el legado biológico que dejaremos a los niños. La sustancia ética es poderosamente somática. Y estamos observando que ese interés se está desplazando del cuerpo al cerebro: empiezan a aparecer discursos y prácticas que alientan a cuidar el cerebro, estimularlo desde la concepción, gimnasia del cerebro, ejercicios de entrenamiento cerebral, escuchar música, etcétera. Se estimula un tipo de responsabilidad personal e incluso familiar en relación con estos tópicos.
Reportaje de FLAVIA COSTA a NIKOLAS ROSE
“Escrito en el cuerpo”
(ñ, 05.09.11)