Los que tenemos cierta edad recordamos con nostalgia aquella serie de dibujos animados llamada Érase una vez el cuerpo humano. Derivada del éxito que había obtenido una década atrás Érase una vez... el hombre, se trataba de un trabajo de pretensiones didácticas, en el que los distintos elementos que nos hacen funcionar desde nuestro interior se antropomorfizaban y aparecían como una especie de empleados a tiempo completo con la enorme responsabilidad de mantenernos vivos. Algo así sucede en Del revés, la nueva película de Pixar, aunque en esta ocasión la lección es bastante más compleja, ya que se centra en la psicología de una joven que se encuentra en plena formación de su personalidad. A pesar de que en los primeros esbozos del proyecto se llegó a contar con veintisiete personajes-emociones, al final se optó (con buen criterio, porque si no la película hubiera sido una auténtica locura incomprensible) en acudir a la clasificación de Paul Ekman, el famoso autor de Cómo detectar mentiras, que detectó seis emociones básicas humanas: la alegría, la tristeza, la ira, el asco, el miedo y la sorpresa (esta última excluida del film), todas ellas perfectamente representadas como trabajadores entusiastas en la tarea de que seamos felices.
Mientras veía Del revés en el cine, sentía algo muy extraño: que esta ocasión Pixar ha pensado mucho más en el público adulto que en el infantil a la hora de elaborar su propuesta. Si lo pensamos bien, la historia de la niña protagonista es absolutamente anodina y refleja un conflicto humano muy frecuente, el miedo al cambio, sobre todo si este se produce en la etapa de transición en la que se abandona la infancia y se inicia la adolescencia. El mundo empieza a ser un lugar muy diferente y, en ocasiones, aterrador. Los padres dejan de ser dioses protectores y se convierten en seres imperfectos, que cometen errores y pueden ser injustos con nosotros. La alegría, que simbólicamente había llevado el mando casi todo el tiempo en la vida de la joven, tiene que empezar a conceder relevos a la tristeza, a la ira, al asco y al miedo. Los recuerdos, casi todos felices, van tomando una apariencia agridulce y las fortalezas de la personalidad (la familia, los amigos, la diversión de los juegos...) se van derrumbando y dando paso a solares en construcción. La isla de la infancia va siendo invadida por las olas procelosas del mundo adulto. Así lo expresa Pete Docter, uno de los directores:
"Es una historia muy personal sobre lo que significa ser padres. Nuestro trabajo es servirles de guía en la vida. Es cierto que todos los padres quieren que sus hijos descubran el mundo. Pero yo soy feliz con lo que son ahora, aunque es una sensación agridulce porque sé que la infancia pasa muy deprisa. Esta es una de las claves de la película. (...) la burbuja de la inocencia infantil estalla y de repente estás en un mundo adulto en el que te juzgan y esperan que te comportes de otra manera. Quieres ser guay, pero la verdad es que no sabes bien lo que significa."
Finalmente los espectadores adultos (no sé si los niños), aprendemos la lección: aceptar la presencia de una cierta melancolía en nuestras vidas es signo de madurez, por lo que la alegría tendrá que aprender a trabajar más codo con codo con las demás emociones y mezclar sentimientos, mientras sentimos nostalgia del caudal de recuerdos almacenados en la infancia. Hay que celebrar que Pixar haya emprendido un proyecto tan arriesgado, reflexivo y original, cuyo único pero - y esto resulta paradójico - es la falta de emoción en algunos de sus episodios, aunque al fin y al cabo lo que pretenden es que nos sintamos reflejados en la experiencia de un ser humano corriente ante la primera gran crisis de su existencia. Y en este sentido, Del revés cumple sobradamente las expectativas de los adultos. Habría que preguntar al público más infantil acerca de sus impresiones tras ver la película.