Ya que es de mucha actualidad señalar el escándalo de Facebook concerniente a la venta de información personal de 50 millones de usuarios (que han sido demostrados, porque ha de haber muchos más), puedo relatar una reciente experiencia.
Hace unas semanas, una amiga escribió públicamente en Facebook que [ella] estaba teniendo una fase álgida de pensamientos suicidas. Que no era la primera vez pero sí muy intensa. Que no le molestaba exponerlo abiertamente y que le parecía hipócrita tabuizar el tema del suicidio.
Le escribí un largo mensaje privado. Como suelo hacer en casos de cierta importancia, redacté la carta por separado, corregí cuanto quise, copié y pegué el texto en el Messenger y envié. Lógicamente, en mi texto había palabras clave tales como suicidio, muerte, depresión, problema, psiquis, demotivación.
Tras enviar el mensaje (insisto: privado) seguí haciendo otras cosas. Concretamente entré a Quora, una plataforma de preguntas y respuestas (donde, anecdóticamente, accedo con Facebook). Este tipo de plataforma se financia en base a propagandas, como es sabido.
¿Qué propaganda veo apenas entro? Una de asistencia psicológica. “¿Tiene usted problemas de depresión?” Esto ocurrió sólo minutos tras enviarle aquel mensaje a mi conocida.
La coincidencia o la paranoia
Veo dos posibles explicaciones. Una: “¡qué casualidad!”, que por alguna razón no termina de convencerme. La otra: Facebook tiene acceso (y lo usa) a los mensajes privados – con lo cual dejan de ser privados.
Sinceramente, la segunda explicación podrá ser enferma y paranoica, pero también más plausible. Lo más triste es que la consecuencia elemental es que cualquier cosa que escribas, o que digas frente a un micrófono supuestamente inactivo, puede ser rastreado y utilizado. La consecuencia sería: “si no quieres que se sepa alguno de tus pensamientos, no lo expreses jamás: no lo digas, no lo escribas; y ya pensarlo es peligroso“. Por supuesto, es una lógica errónea: a veces es necesario poder decirle algo a alguien en privado (¿hay que recalcarlo?)
¿Me arrepiento de algo que le escribí a mi amiga? No. ¿Me molestaría que mi carta a ella fuese publicada? Tampoco. “Entonces ¿cuál es tu problema? ¿No es más bien un capricho?” Mi problema es que algunas cosas tienen mucha más fuerza cuando se las dice en privado, porque algo dicho en público tiene siempre una faceta circense de “show mediático”, de mostrar algo: “Miren qué bueno y empático que soy“. Le resta credibilidad. Es la misma diferencia entre una clase particular de piano y una clase magistral (pública), donde los espectadores esperan que haya resultados inmediatos. Dudosamente se pueda ir al núcleo de un problema en una clase pública. En el caso de una carta abierta (y de cualquier comentario público) ocurre lo mismo: es difícil determinar si la sinceridad está dosificada y presentada como para generar una reacción de aplauso (lo cual además banaliza el problema).
Una ironía es que, para promocionar este artículo, seguramente lo compartiré en Facebook. Ya escucho condescendientes objeciones: “así que aprovechas un servicio al cual estás criticando, eso muestra que tal servicio es democrático porque acepta y promueve que lo critiques. Si te parece tan traicionero, no lo uses.” No, viejo, así no funciona la cosa. La verdad es que, si me usan, los uso. (Lo cual indica además un enorme dosis de ingenuidad.)
Juan María Solare (Bremen, 26 de marzo de 2018)
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