Si hay algo que diferencia claramente a unos y otros, aparte de sus diferentes aptitudes de juego, son las actitudes de sus integrantes.
El Atlético es un equipo con mayúsculas respecto a la unión que respira su vestuario. Y eso acompaña a que Simeone, su líder indiscutible, pueda sacar todo su partido a la enormidad de un delantero como Costa, quien juega de espaldas y frente a la portería como pocos con una velocidad increíble a pesar de su carrocería. Toca hacia atrás para desmarcarse y recibir encarando al portero, o se da la vuelta con el balón en los pies y el marcador encima con una orientación sublime buscando espacio para ganarle la carrera hacia el marco contrario; además de que aguanta la presión y la leña soltando también estopa. Muy pocos en el mundo están ahora a su nivel; ese es uno de los secretos de este atlético como se pudo ver en San Mamés.
Con él coinciden tres medios excelentes: el corre millas Gabi, Koke – enorme volante – , un Suárez omnipresente y cualquier otro interior pegado a la banda para combinar con el medio punta de turno, Arda, Diego o García y servir balones al españolizado puntero brasileño, aparte de llegar ellos por sorpresa y posibilidades al área rival. Si le unimos una defensa rápida y fibrosa, con dos laterales incansables haciendo de extremos y gol ocasional también todos ellos, más un portero muy bueno, tendremos el cóctel que el técnico argentino ha unido en la santa conspiración de derribar a los dos mitos de nuestro fútbol. Pero sobre todo y ante todo está el espíritu de equipo sin fisuras en lo anímico y en lo personal, donde la mayor estrella es el objetivo a conseguir sin alharacas. Partido a partido, dicen desde su bien pertrechado tanque de estilo germánico.
Por el Bernabéu empiezan a salir cosicas poco buenas. Hasta hace tres jornadas parecía que su velero iba con viento en popa y con una velocidad de crucero imparable viniendo desde atrás, como cuando en el atletismo de fondo es muy difícil esprintar a quien te sobrepasa con una inercia conseguida a tus espaldas con tiempo y distancia suficiente hasta la meta.
Parece que la culá frente al Barça en el memorable partido del tres a cuatro ha sacado a flote unas divergencias que estaban larvadas o escondidas. Las descabelladas excusas echando la culpa al árbitro con razones peregrinas, más lloronas que ciertas, por parte de algunos, Ramos y Cristiano sobre todo, de las que no quiso saber nada el propio Ancelotti con muy buen criterio; y cercanas a las que se escuchan en la calle a los forofos madridistas, han traído una ruptura peligrosa con quienes desde la objetividad hablaron de posibles errores arbitrales en lugar de las conspiraciones mourinhistas a las que se acostumbraron muchos. Es absurdo asegurar que Undiano tuviera premeditación en contra cuando señaló un penalti a favor que no era antes de pitar dos que sí lo eran en contra. Se podría haber ahorrado el falso y el que le pitaron a Ramos por sospechosa exageración en la caída de Neymar tras el agarroncito de aquel, y no hubiera pasado nada, cierto, pero tampoco hubiera cambiado el marcador final. Sí lo hubiera hecho Benzema, que estuvo bien, si acierta en el que tuvo para el tres a uno, como un ejemplo de los varios que hubo en los dos equipos; Messi falló otro, impropio de su categoría.
En resumen, un partidazo en el que pudo ganar cualquiera que ha traído consecuencias diferentes a ambos. Al Madrid le han aflorado más divisiones, aparte de la desastrosa que dejó el portugués saltarín con el tema de Casillas. Otro efecto de ellas son los pitos en el estadio blanco. Y al Barça le ha servido para tapar de momento la que tan bien señalaba Cruyff con el asunto de las perras del brasileño capricho o negociete de Rosell. Efectivamente, ahí, como también hemos señalado aquí desde el principio, tienen los culés una cosica grave.
La Liga estará al final en uno o dos puntos, cuando no en golaverajes particulares, pero las cosicas o cosazasde unos y otros seguirán latentes para la temporada que viene, con el Mundial en medio – qué ganas tenemos algunos –, pero esta temporada quedará en el recuerdo porque unos admirables futbolistas medianos rojiblancos metieron los pavos a la sombra a los dos ricachones patrios. ¡Olé, colchoneros!