Catón el Viejo pasó a los libros de historia por pesado. Cada vez que terminaba su discurso en el Senado romano, el severo Catón terminaba con la misma frase: “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam”: “Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida”. Tres años después de su muerte, Roma arrasó Cartago y sembró de sal su tierra para hacerla incultivable. Inspirado en la célebre frase de Catón, Albert Pont ha escrito ‘Delenda est Hispania’, el libro de no ficción en catalán más vendido, según el suplemento Cultura/s de La Vanguardia.
En el puesto cuarto de esa misma lista está ‘Catalunya. Estat propi, Estat ric’, de Joan Canadell y Albert Macià, y en el sexto ‘Catalunya, a la independencia per la butxaca’, de Alfons Duran-Pich, dos textos que intentan cimentar con datos económicos el sentimiento independentista. Los dos afirman que Cataluña sería uno de los estados más ricos de Europa si fuera independiente: si ahora tiene una deuda del 22% de su PIB, la más alta de España, no es responsabilidad de sus gobernantes sino por culpa del gobierno central. Eso, claro, es lo que le contó Artur Mas a Jordi Évole.
Siempre he creído más en la lucha de clases que en la guerra de banderas. Creo que un pobre de Barcelona tiene mucho más en común con un pobre de París que con un rico de la ciudad condal. Me parece tan obvio que no creo que una nueva frontera cree riqueza. Pero el éxito de este tipo de libros me parece un fenómeno editorial destacable. Así que he vuelto a revisar el que para mí es el mejor ensayo sobre la idea de España: ‘Mater dolorosa’, de José Álvarez Junco, para recordar qué nos une.
“Quienes recurren a la historia no suelen estar movidos por el mero espíritu científico, sino por el deseo de utilizar lo que están leyendo, de sacarle una rentabilidad inmediata”, advierte al lector José Álvarez Junco en las primeras líneas de este ensayo clave para comprender quiénes somos, de dónde venimos y dónde vamos. En ‘Mater Dolorosa’ Álvarez Junco demuestra que unos mismos hechos, como la invasión de España por las tropas de Napoleón, reciben distintos ‘bautizos’ y que son interpretados/utilizados de variada y hasta opuesta forma incluso por los representantes de una misma clase.
Sorprende descubrir que el nacionalismo español fue laico y progresista – la idea de nación y de soberanía nacional se oponían al poder absolutista del rey – en las primeras décadas del siglo XIX antes de convertirse en el pilar de la ideología conservadora. No hizo falta que llegase ‘el desastre del 98’ para que la imagen de España fuese la de una madre plañidera vestida con harapos de luto, justo “cuando en Inglaterra se inventa la orgullosa ‘Britannia’ y en Francia la pura y desafiante ‘Marianne’. Sólo faltaba la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico para que los nacionalismos catalán y vasco despegasen. ¡Quién quería tener esa madre!
Artur Mas ha vuelto a recuperar esa metáfora. Cataluña, dice, “es un hijo que desea emanciparse“ para encontrar la salida al laberinto de una crisis que hace más ricos a los ricos y destruye a los más débiles. Como si sentirse diferente fuese la única tabla de salvación, la semana pasada el alcalde de Gallifa, un pueblecito de Barcelona de 200 habitantes, anunció que ha pagado el IRPF de sus trabajadores de este verano del Ayuntamiento a la Generalitat y no al Estado. Gallifa presume así de ser la primera institución insumisa fiscal de España. Todos los vecinos que entrevistó un reportero apoyaban la iniciativa de su alcalde, pero cuando el redactor le preguntó su nombre a uno de ellos éste tuvo un lapsus de identidad:
- “¿Cómo se llama?” – preguntó el redactor.
- “José. No, Josep, Josep” – contestó el vecino, como si su vida dependiese de su nombre -.