
Santiago Torrado nos advierte, en Eldiario.es, de cómo los científicos y ecologistas alertan de la contaminación y siniestralidad marítima y del ruido subacuático derivado de los motores y las hélices, que pueden alterar las rutas migratorias y aumentar los niveles de estrés de los cetáceos.Miles de embarcaciones recreativas, lanchas de paseo sin titulación, charters de excursiones por horas y yates privados se alistan para otro verano récord. Sin embargo, frente a toda acción, ocurre siempre una reacción igual y contraria. Y, según el último informe Mar Balear, en 2021 había 35.500 embarcaciones recreativas registradas en las islas, a las que se han sumado en los últimos cuatro años otras 995 distribuidas en amarres, pantalanes, boyas y en menor medida, en dique seco. Un bosque de más de 36.495 mástiles, velas, cubiertas y motores que, eventualmente, cada verano aumenta de número cuando otros barcos ocasionalmente fondean alrededor de las Islas.
La oceanógrafa Abril Reynés destaca que existen “diversas formas y grados de impacto”, pero que las más “visibles y mesurables son el impacto sonoro, el impacto por fondeo y, por supuesto, la contaminación química”. Reynés subraya un hecho largamente denunciado por organizaciones ambientales. “Es claramente la actividad que más afecta a las praderas de posidonia oceánica, una planta clave para el equilibrio del ecosistema, la calidad del agua, la vida y reproducción de muchísimas especies marinas”. Por otro lado, señala que se trata de una planta de florecimiento muy lento, lo que impide su rápida recuperación. “Un fondeo sobre posidonia puede arrasar con miles de años de desarrollo de flora submarina. De hecho, es poco sabido que entre Eivissa y Formentera existe una de las plantas de posidonia más longevas del mundo que suma más de 100.000 años. Está sobradamente demostrado que mientras más embarcaciones de recreo hay, más peligro corre todo el ecosistema del Mar Balear”, enfatiza la científica.
Otra dimensión que preocupa a las expertas consultadas sobre el impacto del turismo náutico es la del ruido subacuático derivado de los motores y las hélices. Los motores de combustión producen un sonido de banda ancha que varía en frecuencia según su tamaño y tipo, mientras que la cavitación de la hélice genera sonidos de alta frecuencia que se propagan a grandes distancias. Según la bióloga marina Aina Blanco Magadan, los animales más afectados son los cetáceos, especialmente ballenas y delfines. “Son animales que dependen del sonido para comunicarse, orientarse y localizar presas. El ruido antropogénico (creado por la actividad humana) puede enmascarar sus señales acústicas naturales, dificultando su coordinación en grupo, alterando sus rutas migratorias y aumentando sus niveles de estrés. Esto puede llegar a dar cambios en el comportamiento de los cetáceos en zonas con tráfico marítimo intenso, donde tienden a evitar ciertas áreas o a modificar sus patrones de alimentación y descanso”, explica la investigadora.
En el caso de la contaminación química, las consecuencias del creciente número de yates, veleros, lanchas, zodiacs y motos de agua que pueblan el litoral balear son mucho más notorias. “Es común que haya vertidos, a veces accidentales, de hidrocarburos y combustibles o metales pesados, aunque muchas veces las embarcaciones vacían sus aguas residuales en el mar lo cual genera un fuerte impacto ambiental”, señala Blanco, quien añade que, con frecuencia, la acumulación de sustancias químicas proviene en mayor medida de “las infraestructuras costeras, como puertos deportivos, marinas, rampas de botadura y zonas de varado”, que de las propias embarcaciones. “Las administraciones deberían tener un enfoque más integrado y participativo sobre este punto, que combine la regulación, el control efectivo y la implicación de la comunidad náutica para alcanzar un equilibrio real entre la navegación y la conservación del medio marino”, explican.