por Domenico Di Siena
El debate alrededor de las smart cities me parece una buena oportunidad para reflexionar sobre
la posibilidad de pasar del modelo que se ha llamado de las ciudades creativas
a un modelo que podríamos llamar de las ciudades del aprendizaje. En
otras palabras, pasar de modelos basados en la creación de productos y
servicios eficientes que nos obligan a un movimiento constante (y al consumo),
a modelos basados en la gestión de la información y producción del conocimiento
(autorganización); un modelo menos dependiente del movimiento y que sea capaz
de generar sinergias y serendipias entre personas, proyectos y servicios, para
que cada esquina de la ciudad vuelva a ser un espacio de oportunidad.
Más que de smart cities
prefiero hablar de sentient sities,
es decir de ciudades sensibles que ofrecen a cada ciudadano la oportunidad de
gestionar y transformar su entorno más próximo, encontrando en las relaciones
entre vecinos, las sinergias necesarias para el desarrollo de procesos de autorganización:
dinámicas capaces de mejorar e incrementar las conexiones entre personas
cercanas, habitantes de un mismo entorno, aprovechando los gestos, las acciones
y los intereses más cotidianos.
Habiéndome criado en un pueblo, me pregunto a menudo por qué
vivo en una gran ciudad como Madrid. Me pregunto qué es lo que me ofrece y qué
es lo que busco. De momento de forma muy general creo que busco oportunidades.
Quiero vivir en un entorno que pueda ofrecerme continuamente la oportunidad de
evolucionar, de conocer personas interesantes y seguir aprendiendo.
Asocio la oportunidad con el aprendizaje.
Esta búsqueda de estímulos y ese sentimiento de oportunidad
(social, económica, cultural, etc.) que desde siempre hemos asociado a la gran
ciudad, hoy sin embargo los podemos encontrar en ciudades más pequeñas y
periféricas, incluso en zonas rurales.
Esta transformación se debe al progresivo empoderamiento
por parte de los ciudadanos, en cuanto a su capacidad de comunicarse que
afecta de manera directa a la manera de vivir el espacio. Las oportunidades del
espacio que habitamos, no dependen exclusivamente del contexto (urbano o
rural), sino que dependen cada vez más de la capacidad de acceder a la
información relacionada y de la relación que mi entorno social (amigos,
familia, compañeros de trabajo), cada vez más distribuido en un territorio muy
vasto, tiene con ese espacio en concreto.
La tecnología nos permite
movernos a gran velocidad y con costes no muy elevados. Uno de las
consecuencias de esta simplicidad de movimiento es la tendencia a quitar
importancia al espacio continuo de la ciudad para concedersela únicamente a
algunos de sus puntos.
Podríamos
incluso llegar a decir que la ciudad ya no es otra cosa que una red de puntos,
diferentes para cada persona, en los cuales concentramos la mayoría de nuestras
actividades.
Este modelo obliga a las ciudades
a dotarse de infraestructuras voluminosas que suponen una inversión económica
cada vez mayor y un impacto en el territorio irreversible.
Cuanto más rápido nos movemos
de un punto a otro menos interés prestamos en lo que está en el medio. La
consecuencia es la reducción del espacio urbano a una serie de puntos de interés
interconectados. En este contexto ya no hay sorpresas, ni serendipias puesto
que estos puntos suelen tener un carácter muy especifico y ya bien conocido.
Para que la serendipia vuelva a
ocurrir necesitamos vivir el espacio en su carácter continuo, más que en su
dimensión fragmentada como hacemos ahora. Es decir buscar las «oportunidades» desde lo que tenemos más cerca y no
solamente a través de lo que ya conocemos, moviendonos hacia puntos de la
ciudad con características muy claras y especificas.
Pasemos de una vez de la
esclavitud del movimiento y la velocidad, a un modelo que apueste por los
ciudadanos y su potencial transformador.
Es absolutamente necesario que
paremos de utilizar la tecnología solo para incrementar el consumo (smart city). Utilicémosla para facilitar
procesos de aprendizaje y de autorganización (sentient city).
Las tecnologías de la información empiezan a favorecer un
estilo de vida que apunta hacia una dirección opuesta, es decir promueve un
mayor interés por el espacio que nos rodea y en general por el espacio continuo
de la ciudad.
No podemos seguir entendiendo la
gestión urbana como una serie de acciones y programas destinados a guiar y
direccionar flujos y procesos desde arriba, incluyendo además un constante
intervencionismo de la administración pública en la creación de nuevas
infraestructuras físicas y en la transformación de las que ya existen.
Creo que las «oportunidades» que ofrece una ciudad deberían depender de su capacidad de utilizar
la información y el conocimiento que se produce dentro de su territorio para
favorecer procesos de autorganización y sobre todo, procesos espontáneos
e informales capaces de generar aprendizaje. Sin embargo vivimos en
ciudades absurdas, capaces de ofrecer «oportunidades» solo a condición de estar en
constante movimiento: un modelo que hace consumir tiempo y recursos a los
ciudadanos y espacios y energía a la ciudad.
Todo esto ocurre posiblemente por el simple hecho de que los
ciudadanos en realidad no somos protagonistas de la identidad local de nuestro
barrio o ciudad.
Entiendo que ese protagonismo se
consigue de dos formas: participando activamente en la gestión local o siendo
actor de procesos de aprendizaje de ámbito local, de manera que el entorno y
sus habitantes puedan enriquecerse gracias a sus acciones.
El interés por el entorno
(espacio continuo) transforma las personas de usuarios en ciudadanos.
Cada vecino es un mundo. Cada
persona que pasa y trabaja en mi barrio puede ser una oportunidad. Lo único que
necesitamos es conectar con ella, encontrar la manera de favorecer sinergias y
serendipias.
La información aumenta el
potencial del espacio, el movimiento sin embargo en muchos casos, se lo quita.
Nos encontramos frente a un
posible cambio de paradigma. Nos podemos acercar a un modelo de p2p urbansim que pone en el centro de
todo la actividad de los ciudadanos. Es decir que en lugar de seguir
invirtiendo en grandes infraestructuras, podríamos pasar a invertir en
plataformas y proyectos capaces de amplificar el potencial de cada ciudadano
para que vuelva a ser protagonista de la
gestión de su propio habitat desde lo más cotidiano.
Una sentient city
es una ciudad que favorece este tipo de procesos, una ciudad que potencia la
comunicación y los intercambios entre ciudadanos con la vista puesta en los
procesos de autorganización para que la ciudad vuelva a tener como motor y
alma, su propia ciudadanía.
Domenico Di Siena es arquitecto, urbanista y consultor en network thinking
http://urbanohumano.org
Créditos de las imágenes:
Imagenes: fotos del concierto 1620 Los Pilotos (fuente: Domenico Di Siena).
Revista Arquitectura
#DELG: Sentient city. De la ciudad creativa a la ciudad del aprendizaje
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