Revista Literatura

Delgados

Por Salvaguti

DELGADOSPuede comenzar como un juego, casi como una competición, con sus propias reglas. Un día el reto es consumir menos de 700 calorías entre todas las comidas. No vale vomitar, eso se penaliza. Pasados los meses, con el debido entrenamiento, casi rozando la inanición, las 700 calorías se ingieren en todo un fin de semana. Cada vez es más complicado encontrar ropa de nuestra talla, menos mal que la sección infantil nos ofrece variadas y coloristas posibilidades. Nada de 36, tampoco la S vale. El objetivo está cada vez más cerca, aunque también esté cada vez más lejos. No hay meta. Esto que puede entenderse como una broma macabra, como algo imposible, forma parte de los mensajes que se pueden encontrar en decenas de páginas webs, blogs y en centenares de comentarios en las redes sociales. La anorexia y la bulimia campean a sus anchas, con una familiaridad pasmosa, sin entenderse en infinidad de casos como graves enfermedades que pueden acabar con nuestra vida. En multitud de publicaciones, por ejemplo, los términos anoréxica o anoréxico se emplean como adjetivos positivos, como medallas conquistadas por méritos propios, que ponen en valor a la persona que padece esta enfermedad. Enfermedad de la que es realmente complicado escapar, que destroza vidas individuales y familias enteras, y que cabría entenderse como la expresión más atroz y desmesurada que nos ha impuesto la sociedad actual. Queremos ser y estar delgados, y no sólo por una cuestión de equilibrio y, sobre todo, de salud, queremos estarlo por seguir el canon imperante. Canon que se deforma en las mentes de quienes padecen estas enfermedades, hasta reducirlo hasta límites insospechados. Porque quien padece anorexia, por ejemplo, siempre se contempla como una persona obesa mientras que envidia por su delgadez a los que le rodean, aunque esta delgadez sólo sea producto de su imaginación. El culto al cuerpo, que es la gran religión que cuenta con más seguidores en la actualidad, ha desarrollado un sinfín de perversiones y enfermedades muy complicadas de tratar y, sobre todo, muy complicadas de prevenir. El dependiente de una conocida tienda de ropa se me acercó y, con un gesto entre burlesco y despiadado, me dijo que no siguiera buscando, que no iba a encontrar nada de mi talla, que buscara en otro lugar. Hace unos años decidí dejar de fumar, y yo no sé si impulsado por la ansiedad o por cumplir con la tópica leyenda, pero la realidad es que llegué a pesar unos veinticinco kilos más de los que hoy peso. El día que descubrí, casi por casualidad, como  la aguja de la báscula marcaba 106 kilos entendí que debía ponerle freno a la situación. Durante ese tiempo pude comprobar en mi pellejo el recelo, casi el desprecio y burla con las que tratamos a las personas con problemas de obesidad o, simplemente, con unos cuantos kilos de más. Tal vez, en otras circunstancias, más joven, frágil por cualquiera de los avatares de esta vida, yo también podría haber caído en las trampas de estas enfermedades. La infancia, que es una etapa maravillosa, también cuenta con su lado cruel, que el gordito o gordita de la clase padece y sufre. Hagamos memoria, seguro que recuperamos algún ejemplo concreto. En cierto modo, somos culpables pasivos, podríamos decirlo así, ya que entre todos hemos permitido y oficializado la delgadez como máxima expresión de la belleza. Una realidad que padecen con mayor intensidad, como tantas otras circunstancias, las mujeres, cuyo prototipo aún se encuentra más delimitado que el de los hombres. Si uno repasa cualquier estantería de un supermercado o se detiene un instante a contemplar los anuncios publicitarios, podrá comprobar como nos ofrecen una gran cantidad de alimentos sin grasas, que supuestamente no nos engordan, y que suelen ser publicitados habitualmente por chicas muy jóvenes de gimnástica y delgada silueta. Come esta galleta de 35 calorías y podrás tener un cuerpo parecido al mío. Tal vez la anorexia o la bulimia tengan en estos anuncios su caldo de cultivo, o puede que se remonte a esas risitas o desprecios de la época escolar, o tal vez la chispa prendió en una tienda de ropa, al no encontrar la talla adecuada, abrumado por la XXL. Hasta puede que la semilla se plante en un blog o en un comentario en las redes sociales. En cualquier caso, son muchos y diversos los anzuelos que nos encontramos y demasiadas las bocas, abiertas de par en par, dispuestas a morderlos, especialmente por parte de los más jóvenes. Seguramente la solución, como casi siempre, se encuentre en la mitad, en el equilibrio entre la prudencia y la estética, entre el cuidado y la obsesión, entre la personalidad y la imitación, y entre la salud y la enfermedad.El Día de Córdoba 

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