Estos días de Semana Santa que se presentaban como unos días libres sin grandes jaleos, han terminado en un fin de semana inolvidable en compañía de amigos muy queridos.
Hacía más de veinte años que no estábamos los cuatro juntos y ya había perdido la esperanza de poder caminar por las calles de Madrid con ellos dos.
Las personas solemos cambiar con el tiempo ó eso nos parece cuando nos reencontramos con aquellos a los que recordamos de una determinada manera. Suele ocurrir, que al no haber evolucionado cerca, sentimos que ya no somos como éramos y muchas veces los reencuentros no siempre son lo que uno espera de ellos. Ese temor siempre me asalta cuando voy a verme con alguien que hace mucho tiempo que no veo. Cada día pongo menos expectativas en estos encuentros porque ya no tengo edad para superar grandes decepciones.
En este caso la experiencia ha sido extraordinaria.
Los años han pasado y ya no somos los jóvenes universitarios que éramos, pero hemos comprobado que nos lo seguimos pasando igual de bien juntos y que nos hacer verdadera ilusión compartir momentos.
Tenemos canas, arrugas y las articulaciones no responden como antaño, pero las opiniones y el ingenio mantienen toda su frescura y las conversaciones siguen siendo interesantes y muy gratificantes.
Ya no hay humo porque hemos dejado de fumar, beber lo justo porque somos personas de bien, tenemos que conducir y el médico nos ha prohibido beber más de una copa, las gafas continuamente hacen su aparición porque no vemos una mierda y ya hemos hecho nuestro, ese gesto de ladear la cabeza hacia el lado por el que oímos mejor. El baño es mucho más frecuentado que antaño; cosas de la próstata y la vejiga.
Pero todo esto es lo de menos porque nos hemos reído y divertido como siempre, además como seguimos siendo personajes a los que les pasan cosas extrañas en todas partes, no tenemos que echar mano de historias antiguas, las tenemos recientitas.
Ha sido realmente delicioso poder estar estos dos días con vosotros de este lado del charco, amigos.