Me veía los créditos, todos ellos, cuando iba al cine. Era una práctica que actuaba contra la intuición y el sentido común. Tenía yo entonces veintipocos años, carecía de filiación en todos los aspectos, y nunca me levantaba de la butaca hasta que hubiera pasado el elenco completo de nombres y títulos. Los títulos eran un lenguaje procedente de alguna guerra antigua. Maestro armero, pistola, maquinista, regidor. Me sentía obligado a seguir en mi butaca leyendo. Tenía la sensación de estar rindiéndome ante alguna deficiencia moral. El caso más grave se produjo tras el plano final de una importante producción de Hollywood cuando los créditos empezaron a pasar, proceso que se prolongó durante cinco, diez, quince minutos y que incluía cientos de nombres, un millar de nombres. Era la decadencia y caída, un espectáculo de exceso casi igual que la propia película, pero yo no quería que terminase.
Don DeLillo, Punto Omega