Las cosas son magníficas si se tiene la disposición a la magnificencia. Son hermosas, si al verlas esta nuestro espíritu dispuesto a la hermosura. Por el contrario si se lleva dentro la esencia de los seres trágicos predomina la indisposición a todo estímulo visual o al tacto. Para los que ya han como yo, probado toda ilusión y comprobado su amargo espejismo. Para los que ya han leído los libros de jóvenes poetas libertinos y los oscuros libros de los mártires de lo oculto, no queda más que continuar su camino. No es sorprendente que se refleje esta tristeza en mi rostro, ahora bien, esto no es tristeza, nunca me he sentido triste, porque nunca la he sentido de la forma que verdaderamente se debe sentir. Sentir es algo vergonzoso para el cuerpo, es algo que todo iniciado en el secreto de ningún secreto se puede permitir. El sentimentalismo es el opio del pueblo, según el mayor exponente del comunismo de la razón.¿No es esto irrelevante?, ¿no carece esto de alimento? De la verdadera nutrición, de la buena salud que proveen las oraciones contestadas por un dios, la que provee vaciar el alma en silenciosa meditación, o bueno, una última ofrenda para el intelecto: las plantas, las hierbas, los hongos del desierto. Yo me inclino ante los que toman tal decisión. Mi respeto es para los que eligen con devoción. Los que eligen la ciencia y sus métodos. Mi dios son los que creen en un dios, o los que no creen en ninguno. Mi alabanza es para el que ayuna o para el glotón. Mis cantos para las desaparecidas tribus y su ortodoxa configuración. La vida es mi religión. Mi credo es la búsqueda enardecida de la emoción, del fervor de los corazones que jamás sentiré, de la sangre bebida en México que jamás probaré, de las pruebas de fe que jamás enfrentaré. ¡Sigan peregrinos caminando hacia a la Meca de la muerte! hacia el útero de la madre tierra, hacia Mahoma o el peyote o toda forma de aparatosa revelación. Yo no blasfemo, solo busco conocer, impaciente como soy, el cielo o el infierno.