La demagogia es una estrategia para provocar emociones y atraer a los ciudadanos con temor, indignación, esperanza o alegría para conseguir o mantener el poder.
La vimos eclosionar en España en mayo con las elecciones municipales y algunas autonómicas, y estallará nuevamente como fuegos artificiales a fin de año con las generales. Y pide más, porque cuanto más le dan de comer más hambre tiene.
Naturalmente, uno de los métodos más eficaces de la demagogia opositora es presentar al pueblo hambriento, en especial a los niños.
El partido gobernante dice, al contrario, que todos, especialmente los niños, viven en una Arcadia de jamón ibérico, y caviar en latas de medio kilo para quien rechaza el bacalao.
Y en estas estamos. La ciudad más populosa de España, Madrid, es un buen test para la demagogia, una señora exuberante y ahora muy exhibicionista.
La capital pasó de estar gobernada por una alcaldesa de derechas a serlo por otra impulsada por la izquierda neofalangista de Podemos.
En Madrid, como en toda España, nadie pasa hambre si no quiere. Porque, aparte de las redes de ayuda social de la CC.AA. y del ayuntamiento, en cada una de sus 557 parroquias y distintas iglesias cristianas proveen de alimentos y otras ayudas a quien lo solicite. Sólo ocasionalmente escasos, los bancos de alimentos nunca se han agotado.
La capital tenía censados a unos 2.500 niños, casi todos de familias nómadas, que recibían comida allí donde estaban asentados.
La nueva alcaldesa los multiplicó por diez basándose en encuestas que valoran si en su entorno tienen uno o más coches, y que, al no evaluar las proteínas de todo origen, dictan que los vegetarianos mueren de hambre por no comer carne.
Y es que la demagogia está siempre hambrienta y pide más y más emociones, como el drogadicto mayores dosis de heroína.
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SALAS