Sinceramente, era la primera vez que oía esa frase, aunque me imagino que el Señor Monedero, como viejo ratón de biblioteca, la habría recogido de algún lugar y preparado para lanzarla en algún momento a uno de esos Goliat de la prensa, que quiere recoger cadáveres como pago de ayudas pasadas, y se convierte en lo que buscaba para los demás. Y hoy me he acordado de esa frase, porque parece que tontos con camino, o sin él, hay muchos y variados.
Todo eso me ha venido hoy a la mente al enterarme de que el Rijksmuseum, de Ámsterdam modificará en 2016 hasta 300 títulos de obras de cuadros para evitar palabras consideradas conflictivas como “negro”, “enano”, “moro” o “mahometano”.
Se empieza así, viendo la historia desde el punto de vista de lo políticamente correcto en la orilla del hoy, y se acaba cambiando los nombres para no molestar a alguien al que en su momento no molestabas, porque el moro estaba concienciado de que era moro, el enano, desgraciadamente, sabía que lo era y que se le llamaba así, y siguiendo por esa senda, se acabará con el tiempo, con todos los personajes de los cuadros de un Diego Velázquez que no dejaba de hacer una crónica de la sociedad de su época.
Suerte tendrá por ejemplo Picasso, Don Pablo, y su cuadro, que al titularlo “Las Señoritas de Avignon” y no “Las putas de Avignon”, que lo eran, se librarán de una posible quema.
Hace bastantes años hubo otro tonto, o muchos, que cuando Chicho Ibáñez Serrador volvió a Televisión Española con la que sería su última versión del “Un, dos, tres”, en uno de los gags de su célebre subasta final, sacó, durante varias semanas, al componente que quedaba del desaparecido “Dúo sacapuntas”, Manuel Sarriá, conocido como “El linterna”, en otro nuevo personaje acompañado de dos actores pequeñitos a los que llamaban “Tati” y “Quieti”, afectados por “acondroplasia”, a los que antes se les hubiera denominado como “enanos”. Y a raíz de las quejas de ciertos sectores, que creían ver un cierto maltrato hacia ellos, cuando en realidad eran esos personajes los que ponían en mil situaciones comprometidas al personaje interpretado por Manuel Sarriá, tuvieron que cesar los gags, y consecuentemente esos dos actores pequeños perdieron su trabajo, eso sí, en busca de la presunta defensa de ellos como personas, o lo que viene siendo un auténtico dislate.
Si siguen las cosas así, habrá un momento, y sino al tiempo, en una sociedad en la que está mal visto, y se pone cada vez más pegas a fumar y beber, habrá algún listo que prohibirá todas aquellas películas, por ejemplo, de Humphrey Bogart y sus famosos detectives fumando y bebiendo como descosidos. Y seguro también, que habrá otro genio que, en el doblaje, cada vez que pide, por ejemplo, un trago de Bourbon, lo sustituyen por “agua”, y se nos emborrachará con el H2O. O, como fumaba muchísimo también, y mediante un trucaje digital, borrarán los cigarros y el humo, y las manos de Don Humphrey, el Bogart que todos queríamos, quedarán con un ligero toque amanerado, que no importará mientras a alguien no se le ocurra llamarlo “maricón”, que ya entonces, tendríamos otro problema.
Bien pensado, en la vida hay demasiados caminos en busca de su tonto particular, e incluso al revés.
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