Democracias plenas: 9 - 10 8 - 8,9Democracias defectuosas: 7 - 7,9 6 - 6,9 Sin datos
Regímenes híbridos: 5 - 5,9 4 - 4,9Regímenes autoritarios: 3 - 3,9 2 - 2,9 0 - 1,9
Tenemos que aprender de una puñetera vez, cómo están realmente las cosas si es que vamos a intentar ponerles remedio, pero de verdad: Quien crea de verdad que estamos en una democracia es que es un gilipollas de nacimiento y no tiene ninguna clase de remedio. Democracia viene del griego “demos”, pueblo, y “cratos”, poder, o sea que la jodida democracia no significa otra cosa que el poder es ejercido por el pueblo. ¿Os da o no el ataque de risa? Se tiene que ser muy sinvergüenza cínico o muy gilipollas para admitir la veracidad de esta premisa. Un tipo nada sospechoso, Abraham Lincoln, quiso desmenuzar esta puñetera definición y dijo aquello de que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. A mí me sigue dando la risa, porque ¿en qué puñetera parte de este jodido mundo se cumplen las premisas de Lincoln? ¿Dónde, coño, gobierna el pueblo? -“Pero”- se me dirá-“es que el pueblo no puede gobernar directamente por sí mismo, porque no se puede estar organizando asambleas populares para decidir lo que se hace en cada caso, hay forzosamente que delegar para todas aquellas cuestiones que no sean absolutamente decisivas, esenciales, la representación del pueblo en unos ciudadanos que sean quienes decidan cotidianamente por ellos”. Y, así, es cómo hemos llegado adonde estamos. Porque esos jodidos representantes elegidos por nosotros, en lugar de mandatarios, o sea, de simples gestores de nuestros mandatos, se han convertido ni más ni menos que en reyes, sí, coño, sí, reyes, cada uno de ellos, o sea, que tenemos tantos jodidos reyes como diputados, nacionales o comunitarios, y concejales, y así hasta el infinito, o sea, que toda la puñetera baraja se nos ha convertido en reyes. Y cada uno de estos reyezuelos se autoconsidera absolutamente todopoderoso y hace lo que le sale de los mismísimos cojones. ¿Entonces? El remedio seguramente tendrían que ser los jueces. Oiga, por favor, no se rían. Por supuesto que sé, seguramente, mucho mejor que cada uno de ustedes, lo que es y cómo actúa un juez porque me he pasado exactamente la mitad de mi vida, 50 jodidos años, entre ellos, lo que es y cómo funciona un juez. Si un jodido diputado o un puñetero concejal, que siempre tienen por encima de ellos la insoportable posibilidad de que los joda, pero bien, un juez, hacen lo que les da la real gana, ¿qué no hará un juez que, según la Constitución, o sea, la Ley de Leyes, es por naturaleza intocable? Intocable. Intangible. Incuestionable, si no es por otro puñetero juez y ya se sabe: perro no come perro, es el famoso “qui custodit custodes”, ¿quién vigila a los vigilantes", aquella famosa discusión que ya sostuvieron Sócrates y Platón, quizá los 2 más grandes pensadores que ha dado la humanidad, y que el 2º resolvió, resignadamente, diciendo que a los jueces sólo los pueden juzgar otros jueces. Coño. Y así nos van las cosas. En nuestro país, los jueces son, con muy pocas excepciones, la rediviva reencarnación de Franco, porque éste fue la jodida encarnación del poder puro, seco, duro, pétreo, inapelable, lo que él decidía iba a misa y no de cualquier manera, sino bajo palio, de la misma manera que sólo iba el Dios de los ejércitos, dentro de una custodia y cuando ya estaba consagrado. Y los jueces se extraen de una casta endogámica, tan cerrada, que ellos sabrán cómo lo hacen pero no hay ningún juez que sea realmente democrático porque esto va en contra de su propia naturaleza, un juez es la culminación de la idea aristocrática, cada uno de ellos es el “aristos”, el mejor, según los puñeteros griegos, y contra lo que dice el mejor no hay más remedio que callarse, someterse, obedecer, ellos lo llaman “acatar” y, antes, al que no cumplía con este sagrado mandamiento, decían que cometía el delito de “desacato”, que, ahora, ha desaparecido de los Código penales, pero es para disimular. De modo que ésta es la democracia que tenemos, un sistema, un régimen que acaba acatando lo que, en última instancia, dicen los jueces, que son tan democráticos o más que el propio Rey. Y así nos va.