Revista Opinión
De modo que, desde siempre, todos profanamos ése sagrado nombre de la democracia porque no la hubo, no la puede haber nunca, ya que contradice frontalmente la propia naturaleza del hombre, cuya obsesión por el poder está presente en todos los momentos de su vida.Así que los más sabios de entre los sabios, aquellos viejos griegos de muchos años antes de Jesucristo, profanaban ya la palabra atribuyéndosela al gobierno que imperaba en unas ciudades cuyos habitantes nunca, jamás fueron iguales entre sí y ésta es la esencia de esa noble palabra.De modo que sólo se trataba de un señuelo, una especie de trampa que inventaron los hombres para engañar mejor a los otros, que, estúpidos, siempre se lo creen, pero la democracia no existe, nunca ha existido, no puede existir porque no la toleran los hombres, su materia prima, que están hechos sólo para el dominio, la antítesis de esa hermosa palabra.Y la jodida trampa funciona a la perfección y los más grandes prostíbulos políticos de la historia la graban a sangre y fuego en sus frontispicios y los cínicos impenitentes y los tontos irremediables se llenan la boca, todos los días, afirmando que viven en democracia.Y, entonces, no hay otro remedio que ponerse a contar.Si tomamos, por ejemplo, a este jodido país de todos nuestros pecados, dicen esos repugnantes cínicos que no sólo nos gobiernan ahora sino que pretenden hacerlo siempre, que vivimos en democracia lo que significaría que de los 45 millones de habitantes de esta asquerosa piel de toro, si quitamos 5, que no se hallan en edad de votar, 20 millones de ellos, por lo menos, deberían saber realmente lo que quieren, el gobierno del pueblo, para el pueblo, por el pueblo, según la magnífica definición de Lincoln.De modo que ese asno de los millones de cabezas elige, cada 4 años, lo mejor para todos nosotros y esto no es sino que todo parezca que cambia notablemente para que, en el fondo, todo siga igual, la máxima de otro hombre ilustre para definir este engañabobos.Porque los electos diputados saben que les va la vida en no tocar ninguno de los preceptos esenciales y así transcurren las legislaturas y el Rey sigue siendo el Rey y ellos, los que mandan realmente, 4 o 5 familias, que son los que mueven los hilos entre bastidores y no es casual que el 1º de todos ellos sea el administrador de la familia que, cuando las cosas comenzaron a torcerse, fletó un avión para que un caudillo viniera a dirigir durante 40 años nuestro destino, de una manera tan científica que, aún hoy, a casi otros 40 años de su muerte física, él sigue gobernándonos con una cínica sonrisa.Porque si esa gentuza que son los diputados se atreviera, un día, a desobedecer alguna de esas máximas que efectivamente nos gobiernan, todo saltaría en mil pedazos otra vez y habría que sacar de donde fuera otro nuevo caudillo que quizá seria mucho más longevo y feroz, pues la providencia divina sabe mejor que nadie lo que se hace.De modo que todo funciona divinamente, en el mejor de los mundos posibles, y esto, a no dudarlo, es lo que significa realmente democracia, el silencio no de los corderos sino el de los borregos, porque todos hemos encontrado, al fin, una absoluta justificación y a los que, como yo, nos negamos a admitir una falacia semejante, se nos expulsará de todos sitios como a un auténtico réprobo e incluso se inventará un nuevo término para denominarnos: los innombrables, porque no se pude llamar por su nombre a esa especie de demonios que nos desenmascaran a todos.Y el mundo seguirá rodando, cada día peor, pero ellos, los cínicos que se autodenominan demócratas, dirán que lo hace, cada día, mejor porque los mercados han conseguido, al fin, hacerse con todas las riendas para el mejor gobierno de los hombres, que ya han perdido, si alguna vez la tuvieron, su verdadera condición y, ahora, no son más que números en una serie de estadísticas.