Ayer estuve presente en la protesta que tuvo lugar frente al Congreso de los Diputados. Fui libre de llegar al lugar cuando quisiera y de marcharme cuando me diese la gana, sin ligazón alguna al Movimiento 25S, sin convocatoria expresa ni directa por parte de nadie y tristemente consciente de que los derechos, libertades y logros de la clase trabajadora están siendo salvajemente recortados por los personajes de este teatro político al que seguimos dando legitimidad.
No fui libre, sin embargo, a la hora de circular por las calles de Madrid como cualquier ciudadano que intenta llegar desde un punto hasta otro por el camino más corto posible. Fue bochornoso tratar de rodear el Congreso y verme obligado a dar una vuelta desmesurada, casi jacobea, ya que todas las calles aledañas estaban cortadas por vallas y más vallas, furgones policiales o agentes a caballo. La presencia de la guardia era desproporcionada, sin duda una auténtica provocación.
La protesta fue ordenada y civilizada, doy fe, aparte de lógicamente airada. Merecen escasa atención los cuatro sujetos subversivos que es frecuente encontrarse en acontecimientos de este tipo, pertenecientes tanto a la parte manifestante como a la parte de la "seguridad oficial". Nunca la intención de los presentes fue alterar la paz, que conste. Hoy, qué tétrico, asisto a los debates y tertulias en los medios de comunicación y me sonrojo al confirmar por enésima vez que el panorama mediático en este país está superpoblado por los voceros de la ultraderecha más retrógrada, que califican a todo el que se acercó al Congreso de golpista.
En fin, siento no vivir conforme con los mandatarios que tenemos, ni con el modo en que los elegimos, ni mucho menos con el margen de intervención que se nos permite en la toma de decisiones en este país. Y lo siento de verdad. Nuestra participación en esta democracia, definitivamente, está reducida a un minuto cada cuatro años. Ése es el tiempo que nos tomamos en elegir la papeleta que vamos a meter en un sobre, el cual cerraremos para, acto seguido, introducirlo en la urna que corresponda. Y una vez consumido ese minuto en que, supuestamente, el pueblo es soberano, volvemos a estar sometidos por el caciquismo, la política de familias, la corrupción legal y otros desmanes de los cuales no vemos la hora de liberarnos.