Justicia ciega: ¿Ignorancia del Bien?
Muy buen artículo... y muy buena aportación de FIL. Ninguna de las dos exposiciones es contradictoria, como puede deducirse inteligentemente de la respuesta del padre Javier. Este tema lo he visto tratado por Ratzinger/Benedicto XVI en varias e importantes ocasiones. Aparte del recentísimo viaje apostólico a Gran Bretaña, están sus afirmaciones en el libro 'Ser cristiano en la era neopagana', que recoge variedad de ensayos del entonces cardenal Ratzinger; e igualmente se puede tomar luz acerca de este tema en las conversaciones Ratzinger/Habermas (y digamos que, antes de ellas, Habermas era un hueso muy duro de roer, no precisamente dispuesto al diálogo, como afirma el profesor Sergio Belardinelli. Podría dedicarse al tema "democracia y sociedad postmoderna" o "democracia e Iglesia" toda una tesis doctoral... Para mantener un diálogo fluido en torno a este tema (que me apasiona y en el que soy totalmente ratzingeriano), sugiero que lean mi artículo 'Twelve angry men'. Uno de los mayores grandes problemas sociales, morales y religiosos de hoy en día -o de la mentalidad hodierna actual, por dar más peso a la expresión- es que el conjunto de la 'masa social', en la acepción más peyorativa del sintagma -esto es, la acepción meramente gregaria- es la de que nuestros contemporáneos -el ciudadano de a pie- consideran la democracia como un método para alcanzar la verdad de las cosas... Y esto con un doble y simultáneo error: la de manejar la opinión acerca de la verdad como si de una veleta se tratase, y la de, a la vez y paradójicamente, no creer en una verdad de las cosas. Sócrates luchó contra esta actitud sofística, y siglos más tarde Alcuino de York le alabaría por ello (entre otras cosas). Creo que es momento de tomar las riendas morales y dialécticas de la cuestión. La voz del Maestro no propone la elección de una verdad por mayoría, sino una verdad en la que el hombre tiembla ante la certeza o no de su salvación. Puede que esto suene muy kierkegaardiano, o muy trágico, pero es así. Si al corazón de la democracia le damos el impulso vital de la oboedientia [y aún oboedientia fidei] habremos ganado mucho en un camino en el que hoy, desgraciadamente, todos son maestros y ninguno discípulo. Pienso que, para salvar un sistema como es el democrático, habría que profundizar en el concepto de discipulado cristiano, tal y como puede leerse y extraerse del Evangelio. Nadie, hoy en día, puede mirar más alto en la fiabilidad de un sistema que requiere discipulado, formación, obediencia, seguimiento y disposición a darlo todo (todo, hasta la sangre) por Aquel que es la Verdad. Gracias.