Revista América Latina

Democrazy

Publicado el 09 septiembre 2024 por Jmartoranoster

El orden mundial basado en reglas (convenientemente cambiantes)

Carola Chávez

«Nos estamos jugando la existencia de la Patria» –fueron las palabras de Jorge Rodriguez en un debate en la Asamblea Nacional sobre las entonces venideras elecciones presidenciales de 2024. Sus palabras me sacudieron y saltó en mi cabeza todo lo que venía cuestionándome sobre el sistema democrático al que estamos atados. ¿Qué clase de democracia es esa que puede poner la existencia de la Patria en juego? ¿A quién le sirve?

A los pueblos nos han impuesto, en nombre de la civilización, un sistema sacrosanto llamado democracia: una cosa que vino de Grecia se lee así: dēmokratía, dēmos «pueblo» y kratos «poder». Poder del pueblo. ¡Qué bonito! ¿No?

No.

Eso de los pueblos empoderados nunca le gustó a las élites que son dueñas de todo porque, precisamente, son dueñas del poder. Había que diluir a esa idea loca del kratos en manos del dēmos, convertir el acceso del demos al kratos en una carrera de obstáculos insuperables que terminaran reduciendo la participación de los pueblos en un acto periódico que consiste entregar su poder, a través del voto, a otros que los representen. La trampa es que no cualquiera puede «representar al pueblo», no puede ser, digamos, un soldado zambo o un autobusero. El representante del pueblo debe ser un doctor, preferiblemente adinerado, o en su defecto, apoyado por quienes tienen mucho dinero. Todo lo demás atenta contra la democracia.

Aquí, en Venezuela, un soldado zambo que ganó la presidencia venciendo a los dueños del mundo en su propio juego y se atrevió, con su pueblo, a impulsar el ejercicio de la democracia de un modo más directo y verdadero. Un ejercicio que empezaba a devolverle el significado a aquellas palabras griegas que juntas son tan poderosas: pueblo y poder. Poder para el pueblo. «Aló, mami, estos negros están descubriendo la verdad, no vengas para acá». «Acúsalo de dictador, Kiko!»

En ese proceso aprendimos que apenas la democracia empieza a serlo, se activan los voceros de un puñado de países que consideran al resto del mundo como su patio trasero. Amenazados sus privilegios, invocan una cosa que ellos llaman «un mundo basado en reglas» (inventadas por ellos y a su medida) y gritan en coro, por todos sus medios y los de sus lacayos: «¡Dictadura violadora de derechos humanos bla, bla, bla…!»

Siempre empiezan los Estados Unidos «profundamente preocupados» por la libertad del país que esté inventando vainas, digamos, Venezuela. Advirtiéndole que su libertad se acaba, of course, donde empieza de los USA y que ésta empieza ahí donde haya, por ejemplo, un enorme yacimiento de petróleo. «Indeed, su casa, salvajes, es mi casa» –apoya Inglaterra con afectado acento genocida. Francia, que no es menos que esos anglos, dice: «Liberté, Égalité, Fraternité, pero solo si eres blanco y parlez vous francais. Canadá, sumida en su perenne crisis de identidad, fingiendo tener voz propia repite al pie de la letra lo que digan los demás. España fingiendo amnesia histórica, sacude una capa polvorienta de soberbia atragantada y telarañas de franquismo y nos ordena, como si pudiera, alguna ridiculez que termina dándonos mucha risa.

Y es que si ganamos con sus propias reglas, como hemos venido haciendo, agregan reglas nuevas cada vez más delirantes. Ya no basta que haya elecciones, sino que estas deben ser «creíbles» y quiénes tienen la atribución tan convenientemente subjetiva de creer o no creer no son los pueblos que votan, sino los países que codician los recursos naturales del pueblo que votó. Así la «credibilidad» suplanta a la soberania popular y el llamado «sistema basado en reglas» suplanta la legalidad. Y dicen que esto se llama democracia.

Una democracia que se impone torturando a los pueblos incómodos con bloqueos, invasiones y en el mejor de los casos, con alguna revolución de color que termina siendo siempre carmesí, para no decir que rojo sangre.

Aquí lo han intentado todo. Hemos visto cocinarse revoluciones de colores que se destiñen, y porque se destiñen, hemos sido sometidos a todas las operaciones de guerra juntas: bloqueo, guerra psicológica, guerra comunicacional, guerra cognitiva, incursiones mercenarias, paramilitarismo… Todo el poder de los poderosos aplicado con el sadismo más sádico en nombre de la democracia y la libertad.

Así, en medio de una guerra multiforme, nos fuimos a elecciones este año, porque tocaba. Elecciones «libres» nos exigían los mismos que asfixian al pueblo venezolano con la extorsión cobarde del bloqueo y las sanciones. Libres y además «creíbles» y sepan que no les vamos a creer, decían en letra no tan pequeña. Y nos fuimos a elecciones, fuimos con la manos atadas, y aún así ganamos porque, como nos dijo Jorge aquella tarde, como lo repitió Nicolás mil veces en la campaña, no estábamos eligiendo entre un candidato y otro, estábamos votando por la integridad nacional, por la soberanía sobre nuestros recursos, por la vida, por la paz, o por todo lo contrario. Ciertamente nos jugábamos el destino de la Patria y eso es algo que no se puede perder.

Por todas estas cosas, ese manoseado cuentico de la democracia, así como nos la pintan, ya no cuela más. Si la mera existencia de un país se pone en juego en una elección presidencial (algo que no debemos permitir que suceda nunca más), no estamos hablando de democracia, sino de demoCrazy, la locura disfrazada de civilización, decencia y orden, que nos quieren imponer.

No, gracias.


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