Roger Senserrich y el autor de “A little improvable” se han enzarzado en un cruce de artículos sobre las bondades de la densidad poblacional, y en especial de las ciudades. Si alguien quiere profundizar en el tema de las ciudades como motor económico de los países, que lea “El triunfo de las ciudades”, no entraré ahora en los detalles.
Quiero alertar aquí de algunos mitos. Estoy de acuerdo con Roger de que la densidad y sobretodo las ciudades son muy positivas. Tanto a nivel económico (la gente de hecho va a las ciudades porqué hay más ideas, mejores servicios y más baratos, mayores oportunidades de empleo y educación, etc..) como a nivel de sostenibilidad (3.000.000 de personas en una zona de alta densidad urbana consumen menos energía, agua, gasolina, etc.. que esas 3.000.000 en urbanizaciones extensas o en granjas “ecológicas”). Es tal, que seguramente la ciudad es el mejor invento que hemos hecho.
Pero también la concentración urbana tiene muchos riesgos. Muchísimos. Uno de ellos, poco obvio para nuestra sociedad, pero que lo ha sido y ha explicado el colapso de numerosas ciudades en el pasado, es que 3.000.000 de personas en un territorio extenso como Castilla la Mancha podría llegar a alimentarse con lo que produce el territorio, pero evidentemente una ciudad como Barcelona no puede alimentar a sus ciudadanos si no compra los alimentos a otros. Es una tontería en una sociedad donde comprar el producto alimenticio más exótico del mundo es más barato que intentar producirlo en el patio de tu casa preocuparse por eso, pero a largo plazo son riesgos reales a los que ha estado expuesta las altas densidades de población. A lo largo de la historia, diversas civilizaciones perdieron sus grandes urbes básicamente por eso.
Este es un riesgo que hoy no se asume como real, pero que la perspectiva a largo plazo podría obligar a plantearnos como una objección a grandes concentraciones de población en zonas y países que no pueden alimentarlos o proporcionar agua potable suficiente. Crisis de este tipo explican el genocidio de Ruanda, y llevan a guerras fraticidas en los países más pobres del Sahel. Hoy en día en el primer mundo estos escenarios los vemos muy lejanos, pero en una situación de cambio climático, con más perdedores que ganadores, la producción de alimentos en el mundo es muy probable que caiga y las regiones menos ricas y prósperas tendrán problemas parecidos a los del Sahel.
Roger, no deja de tener razón al cargar contra la sobreprotección de la agricultura europea que él escenifica en los agricultores franceses proteccionistas. La agricultura compite con otros usos más rentables del agua y sobretodo del suelo. En países hiperdensos como San Marino o Ciudad del Vaticano, asumir que haya que destinar un espacio a la agricultura es de risa, y en situaciones en las que nos aproximamos a cada vez más veranos secos, empezar a creer que todo el regadío español es importantísimo y asumir que ciudades como Barcelona o Madrid vayan a tener que soportar cortes de servicio de agua potable para reducir el consumo urbano e industrial para poder mantener los naranjales valencianos me parece de lo más antieconómico. Recordad: la agricultura no da de comer ni al 1% de los ciudadanos de un país occidental avanzado, dejar una ciudad económicamente importante sin agua en determinadas horas para poder regar naranjas es lo más idiota que podemos hacer económicamente. Y si encima subvencionamos esto y destinamos toneladas de inversiones a poder hacerlo aún más.
Por otro lado, muchos tipos de agricultura y explotación agrícola llevan asociados mayores daños ambientales que a la larga afectan y mucho a la forma de poder explotar el suelo a posteriori. El gusto por los regadíos en zonas de secano por el hecho que el producto es más rentable agricolamente está llevando a la salinización de pozos y suelos. Un daño que hace aún más cara o imposible la agricultura en un futuro. Eso está pasando hoy en día, y encima lo estamos subvencionando. Esto ahora mismo está dando serios problemas en países como Australia y España.
Hasta aquí mis coincidencias con Roger. Otro aspecto que no se contempla en el análisis económico de las densidades de población y la riqueza es que no necesariamente toda la población ha de estar vinculada a un entorno urbano. Ni siquiera la mayoría, para ser un país rico. Finlandia tiene más del 40% de la población en zonas plenamente rurales y España solo el 13%. En la siguiente gráfica doy algunos ejemplos y contraejemplos donde la densidad como concepto general no necesariamente viene asociada a la riqueza. Es importante que haya densidad en el país para poder tener zonas urbanas activas, muy dinámicas y ricas que empujen el resto del país, no necesariamente todos hemos de ser ciudadanos hiperurbanos.
Fuente: EurostatEn cambio hay dos aspectos en los que la gestión del territorio tiene un interés y donde mantener la capacidad de tener actividad agrícola de algún tipo consigue beneficios a medio y largo plazo.
Gestión de riesgos ambientales
Aunque actualmente la capacidad de tener alimentos no es clave para casi ninguna nación occidental ya que la cantidad de proveedores mundiales (también del primer mundo) es muy grande, esto no sería así, si no hubiera agricultura en el primer mundo. Además esta es la agricultura más productiva, más sostenible y menos destrozadora del medio ambiente que existe capaz de alimentar a porciones significativas de población (dejando a un lado a los cultivadores y silvicultores de Nueva Guinea). En el tercer mundo y los países en vías de desarrollo la agricultura para una población creciente agota los suelos, provoca más erosión y agota recursos no renovables o de renovación lenta (pozos, nutrientes del suelo) que en el primer mundo. Aunque no cultiven con tractores y el estiercol de los animales sea el principal nutriente que aportan al suelo, suele ser agricultura en suelos menos productivos o a un ritmo que un agricultor apenas puede cultivar para sí y su familia. Por unidad de persona alimentada, la más sostenible es la agricultura hipermecanizada, que economiza más agua, etc.. del primer mundo.
Esto implica que en muchas ocasiones no tener capacidad de producir alimentos en el primer mundo y exportar de países en vías de desarrollo tiene como consecuencia que exportamos la degradación del terreno y daños ambientales a estos países. Por ejemplo, la gestión de bosques de Japón, desde la época del shogunato es modélica, eso sí, importan toneladas de madera de Australia, un país que sufre consecuencias graves de la deforestación.
Por otro lado, esta es la situación actual. No quiero ponerme alarmista ni recuperar la crisis malthusiana, pero parece ser que el cambio climático es algo bastante inevitable. No estamos tomando las medidas para limitarlo, no hay dinero posiblemente para hacerlo, ni tampoco la voluntad política y social de aplicarlo. Y seguramente no podemos hacerlo sin China, quien va a ser el principal contaminador del siglo XXI. Una de las consecuencias es que aunque aumentarán los suelos cultivables en el norte (en zonas ahora poco densas como Siberia), y la productividad en zonas templadas-frías, la mayor parte de los centros productivos de alimentos se verán mermada su capacidad de producir alimentos: incremento en tormentas, cambios en los ciclos pluviales, mayores inundaciones o pérdida física del terreno por el mar. En el caso de Europa meridional habrá aún menos lluvias, y proveedores como Turquía o Marruecos a los que compramos alimentos tendrán problemas. Seguramente también zonas agrícolas en España tendrán problemas. Aún cuando se pueda adaptar el mundo a producir alimentos de forma más eficiente, productiva y utilicemos suelos en Siberia que aún no se están explotando, poco va a poder llegar a los ciudadanos de países en vías de desarrollo que no pueden importarlos.
Los precios de los alimentos aumentarán, tanto para los ciudadanos de las zonas más afectadas por el cambio climático, sino también para todos. Hoy consideramos estratégico el petróleo, comenzamos a pensar que mañana será el agua y posiblemente la capacidad de producir alimentos más que la energía, el factor que marcará la lucha por los recursos. Mantener vivo un sector agrícola va a ser algo clave en la supervivencia de las naciones en este siglo XXI, por el mero hecho de los riesgos ambientales van a incrementar su fuerza e importancia a lo largo de este siglo.
Gestión del territorio
Aunque la gestión agrícola puede ser muy lesiva para el territorio, fuente de desertización, agotamiento de suelos, contaminación de aguas subterráneas, salinización de suelo, deforestación, extinción de especies animales y vegetales, contaminación directa del aire, fuente de gases invernadero, etc.. también la ausencia de esta genera problemas.
Por ejemplo, los bosques europeos son todo menos “zonas naturales no humanizadas”. No hablo solo de los bosques periurbanos como el de Collserolla donde hace un siglo había vides y hoy hay encinas y pinos. Muchas zonas de pastos lo son porqué se han mantenido así (o han nacido) gracias a la actividad de la ganadería. La gestión de los bosques cuesta dinero, has de vigilar que el combustible forestal no aumente para disminuir la frecuencia y virulencia de los peores fuegos forestales. El propio fuego ayuda a evitar esos riesgos y los árboles maduros aguantan el fuego, evitan que después del incendio se degrade el suelo y el propio fuego limpia de combustible el sotobosque evitando que se formen grandes incendios a posteriori, pero eso no pasa en los bosques jóvenes de Europa que nacen al ocupar zonas de cultivo ya abandonadas. Los campos permiten en muchos casos ser cortafuegos entre zonas boscosas, y proporcionan un colchón entre las zonas habitadas y el bosque. Es muy bonito tener urbanizaciones en un bosque de pino blanco replantado en los años 60, pero cuando en verano eso se transforma en una caja de cerillas encendida tenemos gastar toneladas de dinero y arriesgar la vida de numerosos especialistas para salvar propiedades.
La ausencia también de caza y que haya un sector económico vinculado que la haga sostenible, y por tanto gente fijada al territorio, provoca problemas. Los barceloneses somos conocedores que la ausencia de lobos u osos en Collserolla tiene como consecuencia que los jabalíes se transformen en una pequeña plaga veraniega y tengamos que gastar unos centenares de miles de euros en mantenerla a raya. Actualmente en la mayor parte de bosques de Europa no hay presencia de grandes depredadores, los hemos exterminado. Y eso provoca que en ausencia de actividad rural asociada a la caza, en algunos casos haya problema de plagas. Por ejemplo, los sarrios del pirineo sufren ciclos de expansión y caída de población dramáticos ya que al carecer de depredadores que eliminen los ejemplares más débiles, el conjunto de la población se vuelve más sensible a las plagas, estos ciclos pueden hacer desaparecer la especie en determinadas zonas completamente.
Por otro lado hemos humanizado lo suficiente el entorno como para no aspirar a que “todo vuelva como antes” sin consecuencias. Las numerosas presas de montaña no pueden obviarse, necesitan ser mantenidas y para ello su coste económico ha de estar justificado (por tanto han de seguir explotándose hidroeléctricamente) ya que si alguna de ellas se daña por falta de cuidados y termina rompiéndose las consecuencias en el entorno inmediato pueden ser nefastas.
Por otro lado, hay ejemplos que actividad agrícola y ganadera periurbana y rural tienen efectos positivos. Por ejemplo, el Parc Agrari (que es el que se quiere cargar el proyecto de Eurovegas) ayuda a paliar parte de la contaminación que sufre el Llobregat y realiza un aprovechamiento sostenible de aguas y un suelo que si no deberían ser tratadas de forma mucho más cara para cualquier otro uso humano.
Con esto no quiero apuntarme al lobbye del queso y la caza francés, pero que cuando se plantea que entorno queremos para nuestros países occidentales ricos, no podemos imaginarnos, en un entorno donde el riesgo ambiental es mayor, donde la presión de nuestros entornos naturales va a ser mayor, no contar con la agricultura y su impacto en el territorio.
No es una cuestión de pagar a un lobbye muy minoritario para que siga viviendo de algo no rentable, sino que pagamos un pequeño seguro contra riesgos ambientales y ayudamos a que haya una serie de actividades que ayudan a que la calidad ambiental de nuestro entorno sea mayor. Eso no implica que se tengan que relajar las leyes ambientales y no haya que empurar a los que contaminan con purines el suelo y las aguas subterráneas, ni que los votantes de Soria tengan mayor perso que los votantes de zonas no rurales, como ahora ocurre.