RELATO CORTO ESCRITO DURANTE EL CONFINAMIENTO Y RETRATO DE UNA SOLEDAD CADA VEZ MÁS COMÚN EN NUESTRAS CIUDADES. CUARTA ENTREGA DE SIETE.
Hoy ha sido la última jornada de trabajo en un par de semanas por lo menos, aunque lo más seguro es que sea por mucho más tiempo. El Museo del Jamón, como todos los bares y restaurantes de la ciudad, deben cerrar desde mañana mismo por orden del Gobierno. Por la cosa esa del virus. Así que ahora, además de estar aterrorizada, Miriam está muerta de preocupación por su trabajo, a pesar de que Félix, el encargado, les ha asegurado que estén tranquilos, que de momento no va a despedirse a nadie. ¿Qué otra cosa nos iba a decir hoy?, se pregunta a sí misma, veremos lo que deciden cuando vayan pasando los días sin vender un café, con el cierre echado, con las máquinas apagadas y el eco de las voces, del tintineo de tazas y vasos y del sonido del televisor como fantasmas de lo allí dentro ocurría cada mañana.
“Me fío más del virus ese que de ti”, le ha respondido riendo, evitando con teatral espanto sus gestos fingidos de intentar besarla desde el otro lado de la barra donde descansaba el último café
Ha sido un día muy difícil, lleno de miradas de miedo y emociones contenidas, aliviado en parte por las ocurrencias de los escasísimos parroquianos que se han dejado ver a lo largo del día. Sin humor se hace muy duro tirar adelante, aunque algunas bromas son las que más dicen la verdad. Como cuando José Miguel le ha ofrecido pasar el confinamiento juntos en su piso. “Me fío más del virus ese que de ti”, le ha respondido riendo, evitando con teatral espanto sus gestos fingidos de intentar besarla desde el otro lado de la barra donde descansaba el último café, con porra bien fritita, del que iba a disfrutar en mucho tiempo mientras se entretenía en requebrar a Miriam. También la sala de juego debe cerrar por tiempo indefinido, y él, que carece de contrato alguno, sí que se quedará sin echarse un euro más al bolsillo, porque esa apuesta sí que ni cotiza.
Al menos ella sí se ha podido llevar un túper con macarrones con tomate que se apartó del menú del día para la cena, y unas croquetas que han sobrado de la barra, y de las que ha dado una al gato del pasillo, que la mira tan fijamente con sus ojos dorados para evaluar su potencial de utilidad. Siempre le han encantado los animales. En Colombia tenía dos perros que ha dejado con su hermana y su hija, dos chuchos ya viejos y resabiados. Como ella será pronto, piensa. Y de inmediato recuerda su dolor de pies, y cae en la cuenta, con el alivio del estudiante al que le quitan inesperadamente del programa una asignatura pesada, que al menos de eso sí que se aliviará durante los próximos días metida en casa.
Carteles indicativos ubicados en una de las calles de Madrid, que amanecen vacías, un día después de la declaración de Estado de Alarma en todo el país que realizó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Madrid (España), a 14 de marzo de 2020. 14 MARZO 2020;CORONAVIRUS;VIRUS;MADRID;ESTADO DE ALARMA 14/3/2020Porque esa es otra, mamita, las 24 horas encerrada como una monja de clausura, con las vistas al patio interior como único horizonte ¿Y si dejan de pagarlas a las dos en el bar, cómo se las arreglarán? Cuando entra en casa se encuentra a Dolores guasapeando en el móvil, sentada en un viejo sofá de dos plazas que rescataron de la reforma integral que están haciendo desde hace semanas en el piso de abajo. Esto es una locura, niña, unos, acojonaítos perdidos, otros se lo toman a cachondeo… Ya, ya me ha llamado Félix, que ya no baje hoy, que cierran, que lo cierran todo. La locura, como te digo.
-Oye, ¿tú sabes quién vive en el piso ese que tiene todo el día la puerta abierta? -pregunta Miriam.
-Pues ni idea, niña, ¿pero por qué me lo preguntas?
-No, por nada, simple curiosidad.
-Pues ya sabes que la curiosidad mató al gato.
-Sí, y además es verdad que hay un gato que sale de ahí. Nos hemos hecho amigos.
-Los gatos no son amigos de nadie, Miriamcita, sólo de su propio interés.
-Aun así me gustan, por lo menos con ellos sabes qué esperar.
Miriam se sienta junto a Dolores y se saca las deportivas con el pie contrario, con un suspiro de alivio.
-¿Ha habido mucho movimiento? -pregunta Dolores sin dejar de escribir en su teléfono.
-Muy poco, ya se nota que hay mucho miedo. Casi no hemos servido desayunos. El José Miguel y poco más.
-Ni el virus puede con ese negro -responde Dolores, y ambas se unen en una carcajada.
Antes de que amanezca, enciende, otra vez, la luz de su mesilla y coge el móvil para consultar las últimas noticias sobre la pandemia.
La noche transcurre extraña, irreal, infinita. Miriam la pasa en vela, el sueño se niega a acogerla, y da vueltas y vueltas sobre sí misma, consolándose ante la perspectiva de no tener que madrugar, pero atenazada por el mordisco en el estómago del miedo a perder su empleo y su pan, o quizá sea que le cayeron mal los macarrones con tomate de la cena. Antes de que amanezca, enciende, otra vez, la luz de su mesilla y coge el móvil para consultar las últimas noticias sobre la pandemia. Luego siente la tentación de escribirle algo a su hija por el guasap, pero se refrena. No quiere ser alarmista y meter el miedo en el cuerpo a la niña. Decide escribirle una carta larga que le sirva también a ella misma como bálsamo.
“Querida hija, las líneas que hoy te mando son especiales. Seguramente ya sabrás que hay un virus que está obligando a parar y meterse en casa a todo el mundo para que la gente no nos contagiemos los unos a los otros. Ese virus está dando fuerte en España. Por eso desde hoy no tengo que ir a trabajar, así lo ha decidido el Gobierno de acá. No, no te preocupes por mí. En el bar nos han dicho que mantendrán nuestros contratos, al menos de momento, y yo no tengo ningún síntoma de infección, que son toses, fiebre, mala respiración…
Es una cosa muy rara estar metida en casa, casi sin poder salir más que a comprar comida o medicinas, como si una estuviera en un presidio sin haber cometido ningún delito…”
No puede escribir más, es como si poner por escrito la situación la hiciera aún más real, le comprometiese, como la firma de un contrato. Teme el poder de la palabra escrita y por eso se espanta ahora de ella. Duda incluso de que la carta pueda llegar a su destino, tal y como están las cosas, o se lo pone como pretexto para apartar su mano del papel y dejar el bolígrafo sobre él. Consulta la hora en el móvil. Hace un cuarto de hora que debería estar preparándose para salir a trabajar.
Sonríe con tristeza y se sienta sobre la cama pensando cómo matar el tiempo inflacionado. Quizás algo de ejercicio, pero todavía se encuentra demasiado molida, así que se tiende para hacer algunos estiramientos, al menos, y mientras los ejecuta decide que aprovechará la mañana para hacer limpieza de su habitación y luego cocinar algo rico para compartir con Dolores. Todavía conserva la botella de vino que le regalaron por Navidad en el bar, un tinto de Ribera de Duero, recuerda, y que guardaba para alguna ocasión especial. ¿Y cuál mejor que el inicio del enclaustramiento en su pequeño agujero con ventanas a un oscuro patio interior? Preparará un arroz con bacalao, como el que le enseñó a hacer Carmen, la cocinera del Museo del Jamón, así que mientras tira hacia atrás de su pie derecho para flexionar la pierna hace recuento de todo lo necesario para al sofrito, poniéndole una marquita positiva de memoria al pimiento rojo, el ajo, la cebolla y el pimentón dulce. De la cocina le llega un tentador aroma a café que le revela que Dolores ya anda levantada.
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