Revista Cultura y Ocio
"Decías que los antílopes tienen una visión diez veces más potente que la nuestra. Fue al comienzo, o casi. Eso significa que en una noche clara pueden ver los anillos de Saturno."
Hay libros que entran con fuerza, amparados por la crítica especializada, incluso alabados. Muchas veces son esos mismos libros que luego los lectores dejan pasar de largo sin grandes elogios. Y eso hace que tenga curiosidad. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual uno de esos libros. Se trata de Departamento de especulaciones.
Bajo este título conocemos a una mujer casada que hilvana sus pensamientos a través de esos curiosos saltos que realizan los recuerdos en el interior de nuestra cabeza, asaltándonos a traición. Nos hablará de este modo del amor en su vida a partir de un punto de destrucción de esa pareja. Llegaremos a cómo se conocieron y casaron, a su familia y a lo sucedido para que ambos se encontraran en una barca a la deriva, sin saber muy bien hacia dónde tenían que remar. Y también esos procesos extraños que suceden día a día en nuestro interior y que los agrupamos bajo la palabra "sentimientos".
Departamento de especulaciones es una novela fragmentaria. No hay un hilo recto que nos conduzca de forma armoniosa a través de una vida familiar. Tampoco es una historia parecida a lo que nos enseñaba James Salter hace ya tiempo cuando hablaba de matrimonios entrados en años. Es más, ni siquiera diría que es una novela romántica. Se trata en realidad de la recopilación de pensamientos de quien reflexiona en silencio sobre algo que ha durado en su vida mientras decide qué hacer, o tal vez una vez que ha decidido antes de poder saber si se equivocó o no. Es una amalgama de recuerdos, sensaciones e incluso citas, que se suceden a ritmo constante y sin perder velocidad proporcionando una suerte de álbum de imágenes que van desde una conversación a una noche de hotel pasando por un bebé que se atraganta.
Y también hay chinches. Unas chinches que pican salpicándolo todo y que se tratan de ocultar a los demás mientras se libra una agotadora batalla a puerta cerrada para librarse de ellas. Y el lector entonces se pregunta si existieron o si simbolizan acaso la rutina, que va mordiendo los días, irritando la piel, agrietando la relación que se torna a ratos molesta pero no se dice.
Segunda novela de Offill, década y media después de la primera, no cabe duda que tiene mucho de experimental y también de golpes de efecto modernos que, a grandes ratos, identificamos con esas publicaciones privadas que nos tropezamos en las redes sociales, destilando de este modo un estilo moderno. Quizás por eso se me antojó fría. Y es que, a veces, sucede que el autor nos propone un juego, tal vez divertido, en el que se involucra perfectamente como sucede en este caso. Propone una forma de narrar diferente, a la que nos acostumbramos y por la que avanzamos con paso seguro. Y sucede también que, en esos casos, es fácil perder el contacto con los sentimientos de los personajes. O eso es lo que me ha sucedido a mi con este novela. Me duró un par de tardes y anoté bastantes de sus reflexiones, sí. Pero me acompañó un desapego creciente por su protagonista, como si estuviera asistiendo a una representación teatral en la que supiera que son actores y no personas quienes desnudan su privacidad de párrafo en párrafo. Y por eso mi interés se centrase en si lo hacían bien o mal, en el vestuario o los decorados más allá que en la propia historia. Me dejó por lo tanto un sentimiento agridulce alojado en el paladar, como de libro no aprovechado o tal vez de digestión a medias de una historia, como sucede cuando te cuentan algo y lo escuchas distraído.
El resultado es una novela diferente en formas que me ha gustado descubrir, pero que no podría recomendar sin hacer referencia a su estilo. Un estilo que me parece mucho más relevante que la historia que cuenta.
Y vosotros, ¿recordáis alguna novela cuyo estilo a la hora de narrar la historia os sorprendiera por ser diferente a lo habitual?
Gracias.