La casualidad ha querido que con pocas horas de diferencia fallecieran tres practicantes de deportes o artes violentas que les dieron triunfos: el torero mexicano “El Pana”, el motociclista español Luis Salom, y el boxeador estadounidense Mohamed Ali.
Pero, aparte de estos tres conocidos, en los periódicos aparecen diariamente noticias sobre esforzados practicantes de distintas actividades, incluidos los futbolistas, que mueren extenuados.
Unir a los tres famosos en actividades diferentes, fallecidos casi simultáneamente, recuerda que toda práctica física exigente puede matar.
Ali era un hombre sano y fortísimo que podría haber llegado a centenario. Pero como resultado de los golpes recibidos, aunque los defensores del boxeo lo nieguen, contrajo muy joven, poco después de abandonar las peleas, la enfermedad de Parkinson que lo mantuvo muy precariamente hasta fallecer a los 74 años.
Miles de hombres, y cada vez más mujeres, entrenan y pelean en todo el planeta practicando este deporte, que es olímpico, y que deja a muchos como a Ali, o “sonados”, con la cabeza perdida, o con muerte cerebral.
Quienes se montan en motos de carreras –y también en coches-- superan casi a cuerpo limpio los 300 kilómetros por hora y se exponen a morir destrozados, como le ocurrió con 24 años al joven mallorquín, Luis Salom.
Por su parte Rodolfo Rodríguez “El Pana”, de 64 años, corneado hace un mes, quedó tetrapléjico –como tantos deportistas-- y murió pidiendo morir porque no quería vivir inmóvil.
Se dirá que los toreros matan toros, ajenos a la actividad del hombre hasta que los llevan a la plaza, pero hay quien ve a los boxeadores, a los corredores y a otros deportistas, como a los toros, como a víctimas a las que ellos mismos se clavan los estoques y se descabellan.
¿Por qué los animalistas no exigen que prohibamos todos, absolutamente todos los deportes, como hace el DAESH?
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SALAS