Depresión
Los días comienzan mal. Poner un pie en el suelo se convierte en un triunfo y las horas de la mañana se perciben interminables… ¿Ocuparlas? ¿En qué? Si eres incapaz de dar un paso. Te dejas arrastrar, reptas a la cocina y acumulas fuerzas para preparar un café. Desayunos y meriendas, adiós. Y vuelves a la cama, de donde nunca debiste salir.
La mente no descansa, te amarga y desconcierta, te muestra una realidad distorsionada. Sientes soledad aunque no estés solo, abandono aunque estén todos pendientes de ti, tristeza aunque sólo tengas motivos para ser feliz, desamparo aunque estés protegido, dolor aunque estés ileso, destrucción aunque estés completo, melancolía aunque te rodee la alegría.
Si logras superar esas primeras horas, si consigues mantenerte en pie, el cuerpo se habitúa, se mueve por inercia y llega hasta la tarde que suele ser mejor, más llevadera. Las noches son la muerte, caes rendido de desgana pero al poco la mente vuelve a dominar, te impide ver con claridad, te doblega y te invade la soledad, el abandono, la tristeza, el desamparo, el dolor, la destrucción…