"Vas paseando por la calle y la gente te sonríe", me dijo nada más llegar a Missouri un amigo español que terminaba los estudios que yo estaba a punto de comenzar. Mi amigo tenía razón: al poco descubrí el efecto terapéutico de las sonrisas de los desconocidos; la paciencia de los dependientes cuando no atinas con la talla de zapatos, de los camareros cuando te equivocas de plato.
Se trata de una amabilidad superficial, por supuesto. No es que se vaya una haciendo amiga del alma del primero que pasa por la calle. Pero echo de menos esas buenas maneras cuando estoy en la biblioteca pública y desde el mostrador de información me miran con cara de perro si mi hija levanta un poco la voz. Cuando la directora de su colegio pone pegas y más pegas a las peticiones más elementales de los padres. O cuando el funcionario me echa del mostrador porque hay un tachón en el formulario.
Por todo ello y, obviamente, mucho más (sólo hay que leer los diarios) desde que llegué me hice a la idea de que estaba en un país deprimido (eso de que también estaba medicalizado lo he sabido después). El país de la siesta y la fiesta está de bajón. Por ahí van los tiros, desde una perspectiva política y económica, de "La depresión española", el artículo de portada de la edición de abril de la revista Foreign Policy.
"España estaba de moda hasta hace poco. Era un país dinámico, creativo y competitivo que logró hacer una transición modélica, quinta economía de Europa, mayor inversor en América Latina, el lugar donde transcurrían las películas de Almodóvar y Zara era un éxito a seguir. Pero la crisis ha puesto patas arriba su imagen dentro y fuera de sus fronteras y la sociedad está en el diván. ¿Se ha acabado el ‘milagro español’ o es que nunca existió? ¿Cuál es su lugar en el mundo?"
El artículo se refiere al escaso sentido cívico de las élites empresariales, a la desconexión entre las élites políticas y la sociedad, la fragilidad de la estructura productiva, la inutilidad de los debates políticos y la sensación de que no se hace nada para adaptar el Estado a una nueva etapa y sacarlo de la crisis.
Una buena lectura, quizás, para quitarnos de encima la modorra de la Semana Santa.