Esta es la historia de Bárbara quien, a los pocos meses de nacer su hija, llegó a pensar que tenía depresión postparto.
Tuvo un embarazo sin “sobresaltos”. Asistió a un curso de preparación donde aprendió mucho sobre el momento del parto, sobre lactancia y cuidados del recién nacido.
Eligió el lugar donde quería que naciera su hija, que finalmente nació por cesárea. No era así como lo había imaginado. Nunca contempló esa opción. Y ese fue el primer encuentro entre lo que había deseado y la realidad.
En casa pasaban los días y Bárbara se veía envuelta en la rutina de su bebé que dependía 100% de ella. No existía lugar para ella y sus cosas, y cuando podía descansar, sentía que perdía el tiempo. El mundo allí afuera y todo su entorno seguían con sus vidas pero el suyo estaba en pausa.
Entonces empezó a sentir la gran disponibilidad física y emocional que exige un hijo. De repente su vida, siempre agitada y llena de actividad, ahora tenía otro ritmo y lo marcaba otra persona.
Su marido iba y venía del trabajo, jugaba con su bebé pero no se involucraba como ella lo esperaba. ¿Y qué esperaba de él? ¿Por qué no se lo pedía? ¿Qué padre quería que fuese?
Él tampoco imaginaba por lo que estaba pasando Bárbara, una mezcla de amor y confusión, cansancio e incomprensión.
Pasaron unos meses y llegó la vuelta al trabajo. Ya tenía ganas de volver a la rutina de antes: trabajar fuera de casa, ver a los compañeros, hablar y hacer cosas que no fuesen cambiar pañales o pensar en las tomas. Empezar a tener vida para ella.
Allí tampoco lo encontró todo como antes. Había que ponerse al día y adaptarse a los nuevos cambios que hicieron en su ausencia. Pero había más novedades que no había previsto: ahora en su cabeza estaba presente su bebé y sentía la necesidad de estar con ella. Sentía que tenía un ritmo más lento, que se había vuelto torpe y que no volvería a ser la de antes. Pensaba que la mirarían de reojo, que se había vuelto “ñoña” pensando en su bebé y que esto la haría menos valiosa. Pero Bárbara no quería renunciar a trabajar, a su profesión o a su carrera.
Se miraba en el espejo y no se reconocía. Lloraba y se preguntaba ¿qué me está pasando?
Su vida tal como la había soñado Bárbara estaba lejos de la realidad, y empezó a pensar que sufría depresión postparto.
Lo primero que la hizo sentir mejor fue pedir ayuda. Tuvo el valor de compartir las preocupaciones, los miedos y las dudas y, hablando de ello, se dio cuenta de que no era la única que se había sentido así. Entendió que volver al trabajo y sentir que sus prioridades habían cambiado no la hacían menos valiosa. Quizás empezó a valorar más su tiempo y a pensar en nuevos proyectos más acorde a sus deseos. Fue aprendiendo que una madre no tiene que llegar siempre a todo y mostrarse perfecta, sino aprender a pedir ayuda. Y aunque todavía faltan muchos aspectos por ajustar, hoy sabe que es necesario tomarse el tiempo para asimilar esta nueva etapa que significa ser madre, hacerse a los nuevos tiempos y rutinas e ir estableciendo los nuevos vínculos con el bebé y la pareja. Hoy sabe que no sufría una “depresión postparto” sino todo un proceso de adaptación a la maternidad.