Revista Cultura y Ocio
A un hombre le es revelado en un sueño, que su muerte ya ha ocurrido, las voces que como en muchos otros sueños sólo son breves palabras invisibles ancladas en la mente lo asedian hasta el alba.
No cree, sin embargo, el hombre, promete en el sueño buscar su muerte.
Un niño llora, desde la habitación contigua un anciano perezosamente avanza hasta la cuna, las manos acarician la cabeza , el niño vuelve a dormir. Pasan días, meses, años, las noches repiten la misma escena, de pronto en la tarde del cuarto cumpleaños el niño llora, pero esta vez no es el miedo o el hambre, ahora es el sueño; la otra irremediable vida que llega a él, la repleta de símbolos e ideas comienza su rutinaria tarea de las noches. El niño llora, el sueño a claudicado a su otra forma : la pesadilla. Desde entonces los días son un barajar de eventos que figuran juego, amor, aventura y riesgo, las noches por su lado dibujan engendros, mutaciones y borrosos cuerpos un tanto destrozados.
El niño crece, astutamente el adolescente trae de su infancia la fórmula de olvidar las pesadillas. La pubertad le otorga el sabor de los labios de una chica y la enemistad triste de su hermano. Viñetas que son recuerdos pasan a través de su mente esparciendo suaves tristezas, gentiles melancolías y agraciadas risas que se escuchan a veces en el centro de su cerebro.
Siguen los días, la mente se puebla de palabras, de conocimientos torpes y dudosos, uno a uno los inexorables segundos siguen su ardua tarea y el tiempo lo hace hombre.
La infancia se olvida, el niño que fue declina al olvido, de vez en cuando lo visitan las imágenes de unos labios y unos ojos. Juegan en su cabeza los recuerdos: el ajedrez, la mitología y ese Dios que le aseveran infinito lo acompañan ahora como si siempre hubiesen existido.
Uno a uno los actos de aquel hombre se vuelven sobrios e infamemente éticos, los años lo perturban conjugándolo: estudiante, filósofo, hacedor de arengas, político del asombro, amante, convicto, padre de familia, viudo, escritor, poeta, usurpador de ilusiones y viejo. Felizmente la senectud se cuela en su vida, pero ella dura un poco más, lo acompaña con más sinceridad y pereza.
Un día se recuesta en la cama, cierra los ojos, la mente desea no pensar, no imaginar, no realizar cada uno de los actos que tanto la han asediado y derrotado, pero imposible.
De pronto el anciano duerme, la muerte le llega, lo sorprende, inútilmente descubre que ha terminado el sueño, de golpe recuerda todo, su vida fue la memoria de una búsqueda. Las voces del sueño no han mentido.