Hay zelotes del derecho y de la regularidad. Convierten estas palabras en conceptos inmutables y definitivos que no tienen en cuenta lo aleatorio, ni la finitud, ni las aporías de la vida humana.
Sin embargo han leído a Heráclito, que dice: “jamás se baña uno dos veces en el mismo río”, o puede que hayan olvidado que esta frase se aplica a todo lo que nos concierne, a nosotros, pobres humanos efímeros, a nuestras acciones, a nuestros pensamientos, incluso a nuestro ser. A comienzos del siglo XVIII, cuando –en lo que se llama la gran corriente de laicización del pensamiento, que precedió a la de la sociedad- unos hombres fundaron la Francmasonería, lo hicieron primeramente como revuelta contra el derecho y la regularidad que les habían sido impuestos. Pero rápidamente construyeron, ellos mismos, sistemas impositivos cuyas consecuencias aún sufrimos. Hay ahora masones que son regulares y otros que no lo son. Y regla y escuadra vuelven a ser lo que eran en su origen: herramientas rígidas e ineficaces. El peligro de nuestras instituciones reside en la paradoja de la regularidad, que pretende apropiarse de la legitimidad de orden e idea. Especialmente algunos en el interior de nuestras estructuras, a quienes llamo catedráticos de la masonería, detentan –por su ilusoria notoriedad mediática, antigüedad, oratoria, prestancia física, un pasado de dignatarios de la orden u otras pamplinas- verdades que se imponen mucho más fácilmente sobre todo si estamos en el candelero de una sociedad del espectáculo.
¿Qué hacer contra estas desviaciones?
En primer lugar, identificar nuestras herramientas: la duda escéptica y la razón crítica, que conducen a la democracia cuyas incertidumbres se conocen, pero hay que asumirlas. Seguidamente, utilizar estas herramientas con la lucidez, la negativa, la ironía y la obstinación que –nos dice Camus- son los elementos de una tela sobre la que el periodista –podemos insistir en su honestidad- debe bordar. Finalmente, no dejar que se eternicen los que viven de las rentas. Para construir un proyecto de arquitectura, no basta con suprimir a catedráticos y rentistas. Soy consciente de ello. Pero quizá sería este el medio de desafiar al único elemento en el que la revolución francesa (con la buena fe ingenua o la ilusión lírica que en ocasiones la animaron) se equivocó: la propiedad. Evidentemente, no me refiero a ese acto mediante el que adquirimos bienes, sino al instinto de apropiación que puede animarnos. Y en este terreno, la confiscación del derecho y de la regularidad efectuada por algunos, muestra bien a las claras que la mismísima idea masónica es ineficaz si no sabemos darle vida, es decir servirnos de ella en un compromiso de cada instante, en un cuestionamiento permanente incluso de nuestros principios, en la utopía que consiste en imaginar que de toda incertidumbre y subjetividad puede surgir una parcela de verdad con el descubrimiento y puesta en práctica del derecho y de la regularidad.
(Fuente: traducción propia del post Libres propos sur le droit et la régularité)