La ciencia es una ecuación diferencial. La religión es una condición de frontera de Alan Turing
Prácticamente todas las personas que trajinamos por internet hacemos uso de la Inteligencia Artificial. Es una herramienta que, junto a Lean Learning o la minería de datos, forma parte de nuestras vidas. Contribuye a optimizar los procesos y hacerlos más eficientes. Su uso tiene cabida en aplicaciones ligadas a la salud, la educación, finanzas, seguridad, transportes, comunicaciones... que influyen en sectores de nuestra vida diaria.
Hasta hace unos años las computadoras actuaban como una prolongación del programador. Era este quien introducía los códigos y la obra creada quedaba en manos de la creatividad de quien elaboraba los logaritmos. En la actualidad existen máquinas que por sí mismas son capaces de componer poemas, escribir libros, pintar cuadros o realizar música de forma autónoma y sin la intervención del ser humano.
La legislación europea considera que para reconocer una propiedad intelectual e industrial esta tiene que estar realizada por la intervención directa de una persona. Así, surge la pregunta: ¿De quién son las soluciones informáticas producidas por la Inteligencia Artificial? Y sobre todo: ¿Quién cobrará los derechos por las creaciones realizadas por las máquinas? Los gobiernos de la Unión Europea tienen el reto de legislar atendiendo a una nueva realidad en la que el conocimiento puede estar gestionado por la máquinas.
En el futuro la minería de datos y su utilización para conocer las tendencias de los productos, servicios o cosas, unidos al desarrollo tecnológico de las máquinas, dará lugar a nuevas obras. Estas serán más novedosas y evolucionadas, llegando a creaciones no imaginadas por el ser humano. En la actualidad, y mientras no se legisle, se puede considerar que todas estas obras son de uso libre y que nadie puede cobrar por las creaciones elaboradas por las máquinas.