Todavía en 1857 el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictaminaba que «los negros son seres de una categoría inferior... e inferior en tal medida que no tienen ningún derecho que el hombre blanco esté obligado a respetar». Un siglo más tarde, el Tribunal Supremo cambiaría totalmente su doctrina al respecto. Es de esperar que en otro siglo más también resulte chocante la actual desprotección legal de los animales no humanos.
Durante el siglo pasado los australianos cazaban aborígenes con la misma buena conciencia con que ahora cazan canguros. Cuando las intuiciones morales de la minoría que consideraba que eso era una barbaridad se fueron extendiendo, se cambió la legislación y se reconoció a los aborígenes todos los derechos de que ahora disfrutan (...) Ahora hay una minoría creciente en Australia cuyas intuiciones morales son incompatibles con la caza de canguros. Cuando esas intuiciones se hayan extendido suficientemente, se cambiará la legislación y se reconocerá a los canguros sus derechos a la vida y al hábitat. Varios filósofos australianos piensan que sus biznietos encontrarán tan incomprensible la actitud de los actuales australianos frente a los canguros como éstos encuentran incomprensible la de sus bisabuelos para con los aborígenes.
(...) Reivindicar los derechos de los animales es fomentar un cambio en nuestra cultura. Este cambio corresponde a la expansión del círculo de la solidaridad y la compasión del que ya hablaba Darwin. Como herramienta retórica para impulsar dichos cambios la jerga de los derechos suele ser bastante eficaz. Una manera de oponerse a la esclavitud de los negros en el siglo XIX consistía en proclamar que todos los humanes –incluidos los negros- tienen derecho a la libertad. Una manera de promover que las mujeres del siglo XX pudieran votar en las elecciones era proclamar que las mujeres tienen derecho al voto. Una manera de oponerse a las corridas de toros o a la producción de foie-gras consiste en decir que todos los animales –incluidos los toros y los gansos- tienen derecho a no ser torturados.
Jesús Mosterín,
Los derechos de los animales, Editorial Debate, Madrid, 1995, pp. 34-36.