Un viernes de otoño salimos de Berlín hacía Rügen cinco adultos y un bebé de 10 meses. Arturo, el director del vídeo y yo nos turnabamos al volante. Lynne, la bajista y Belinda la actriz hablaban de como hacer el maquillaje para la grabación, Jenny cuidaba del pequeño Lucas. 300 kilometros de casa a la isla más grande de Alemanía situada en el mar Báltico. Ibamos los seis en una fugoneta que había servido a la policia antidisturbios. Aún se podía leer la mancha que había dejado la pegatina de POLIZEI en el lateral.
De esta guisa empezabamos nuestra aventura. Llegamos a medianoche a nuestro destino, una casa rural en medio de la nada. Bajamos del coche después del confortable viaje en automovil gracias a la calefacción y sentimos el frío nocturno del noreste alemán. ¡El que más lo sintío fui yo que me dejé la chaqueta en Berlín! Con el trajín de los preparativos me olvidé de lo más esencial. Suerte que la señora de la casa, que no estaba, tenía un par de abrigos en el guardarropa. Así que no me quedó otra opción que abrigarme con su ropa.
La primera localización dónde fuimos a grabar fue Prora, originariamente un complejo vacacional construido entre 1936 y 1939 caracterizada por sus colosales estructuras construidas durante el periodo Nazi. Esta superestructura se creó para albergar 20.000 personas, con la idea de que cada obrero pudiese pasar vacaciones en la playa. Los ocho edificios que conforman la obra son idénticos entre sí y se extienden sobre más de 4 km, Una burrada de cemento a pie de playa, el Marina d´or Nazi... Paradójicamente, a pesar de los planes originales, Prora nunca fue empleado como centro vacacional si no como residencia para el personal auxiliar de la Fuerza Áerea Nazi y posteriormente como hospital militar. Corren rumores de que esta fue la intención original de Hitler. Ya que Rügen se encontaba, en tiempos de guerra, en una situación geográfica inmejorable. Hasta aquí la lección de historia.
Despues nos fuimos a la playa, a la playa de Prora, cemento, hierro oxidado y agua salada. Allí continuamos grabando mientras el día pasaba y las nubes crecian en espesor. Anochecía cuando decidimos volver a la casa en medio de la nada. Estabamos cansados, hambrientos, helados y sucios. Lynne, de repente, pegó un salto de alegría al ver que nos volvíamos a casa cuando al caer se clavó el saliente de un hierro oxidado de unos 50 años de antigüedad. Se lo clavó en la planta del pie atravesándole el calzado. Le tapé la herida como pude haciendo presión con un calcetin. ¡Al hospital a que le pongan la antitetánica!
Estabamos perdidos en Prora, la poca gente que había ya se había ido hace rato. Al único que vimos fue a un hombre que iba de lado a lado y le preguntabámos si sabía dónde estaba el hospital más cercano. No fue fácil entenderle, pero el que dijo que los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad acertó. Nos dirigió en la dirección adecuada. Tuvimos suerte en el hospital, Lynne no tuvo que esperar y la atendieron de seguida. Volvimos a casa. Devoramos una olla de lentejas y a dormir.
El día siguiente, por suerte, fue más tranquilo y cálido. Nos fuimos a grabar a un bosque que se adentraba en el mar. En el parque natural de Jasmund. Un sitio mágico, donde los árboles sufrían por mantenerse de pie. El suelo estaba tan erosionado y el bosque tan cerca del agua que cuando caía un arbol su copa se sumergía en en el mar. En su afán por conocer el mar había perdido la vida. Una imágen muy poética.
Las piedras que daban forma a la playa hicieron el trabajo más doloroso de lo esperado pero valió la pena. Las imágenes que le robamos al paisaje fue el tesoro que esperábamos encontrar. Con la mochila cargada de imágenes e ideas emprendimos nuestro viaje de vuelta a Berlín.