Revista Opinión
El discurso del rey pierde adeptos. No sé cuál es el grado de fiabilidad de los informes que miden las audiencias, pero leo en la prensa que el número de personas que siguieron el mensaje de Juan Carlos I el día de Nochebuena fue de 7.120.000 frente a 7.980.000 espectadores que lo hicieron en 2009. Es decir, más de 800.000 personas “pasaron” esta vez de las palabras del monarca, cosa harto difícil porque fueron retransmitidas por 33 cadenas de televisión.
En Euskadi, los datos hablan por si mismos del desafecto de la ciudadanía vasca en relación con la figura del rey. Sólo 42.000 personas mantuvieron encendida ETB-2 en el momento de la retransmisión del discurso de Juan Carlos I. Queda claro, por tanto, que la dirección del ente público se ha equivocado al decidir el año pasado romper una tradición no escrita, por la cual ETB-2 no emitía el mensaje del monarca.
No quiero sacar conclusiones precipitadas, pero mi intución me dice que la sociedad empieza a estar cansada de una institución obsoleta, que choca con un concepto de democracia avanzada y participativa. La monarquía pierde seguidores a medida que pierde credibilidad; legitimidad no ha tenido nunca porque su origen está unido a la dictadura franquista, por mucho que ahora se insista en hacer borrón y cuenta nueva.
Es amoral exigir más esfuerzos y sacrificios, como hace Juan Carlos I, a quienes ya no tienen nada porque les han quitado todo, empezando por el trabajo. El rey es el mejor defensor de la banca y la patronal porque al fin y al cabo son quienes le apuntalan. En este contexto, no es extraño que la ciudadanía le de la espalda, especialmente las nuevas generaciones, a las que les costará aún más todavía asumir y reconocer a Felipe y a Letizia como sus monarcas. Suena tan caduco y cavernario que evoca un pasado superado de reinos y cortes, en lugar de mirar a un futuro hecho por y para personas iguales, sin que nadie ostente privilegios heredados. Salud y República.