Revista Cultura y Ocio

Desafiando a los chicos a leer mejor

Publicado el 19 marzo 2014 por Kareche

 

Las negritas son mías.

Hay una razón por la cual los chicos eligen leer libros “fáciles”: los adultos los están alentando a hacerlo.

El más reciente temor en la larga historia de la ansiedad acerca de cuánto leen los más jóvenes –y acerca de qué leen exactamente– se centra en los resultados de un estudio publicado en coincidencia con el Día Mundial del Libro, la semana pasada. Este estudio sugiere que los adolescentes rechazan libros que resulten desafiantes, en favor de lecturas fáciles, especialmente los varones, quienes suelen elegir libros muy por debajo de su edad lectora. En otras palabras, los chicos, ya entrados en su educación secundaria, están todavía leyendo libros más apropiados para los de la clase de primaria.

Estos descubrimientos no sorprenden. Ni provoca un shock descubrir que la investigación es utilizada como una excusa para “demonizar” a los adolescentes varones. Pero maestros y bibliotecarios necesitan cuestionarse su rol en la promoción de una manera de ver la lectura que deja la complejidad y el mérito de las elecciones lectoras de los adolescentes fuera de discusión. La ortodoxia corriente plantea que en una época de miles de pantallas distractoras, deberíamos estar felices de que los chicos lean algo. Se asume que la crítica a las opciones lectoras personales, o la dirección excesiva de los chicos hacia algunos textos más que hacia otros, los llevará a dejar la lectura.

Proyectos como “Opening a book” (Abrir un libro), que trabaja con librerías y escuelas, apunta a una lectura centrada en el “lector” y no en el “libro”, a la hora de guiar a los jóvenes. “Opening a book” proclama: “El mejor libro en el mundo es simplemente el que más te gusta”, y no es la calidad del libro lo que importa, es la calidad de la experiencia lectora. Entonces, cuando los niños gravitan entre libros fáciles y familiares en lugar de intentar algo más complejo, reciben de los adultos la frase condescendiente de que los mejores libros son esos que ellos disfrutan leyendo.

Un problema de esta postura centrada en el lector es que devalúa la literatura en forma deliberada, y le otorga al libro un mínimo peso en la experiencia lectora. Con esto de “comenzar por el lector” y “vender el chisporroteo del fuego, y no el asado”[1] –como deliciosamente “Open a book” sintetiza sus objetivos– los libros en sí mismos pasan a ser irrelevantes. En realidad, para la mayoría de los niños y sus acosados padres, el Día Mundial del Libro tiene más que ver con disfrazarse que con leer o discutir lecturas. Irónicamente, teniendo en cuenta los objetivos enunciados por la campaña, cuando los libros están fuera del eje, ya no queda nada especial en la lectura, es solo uno más entre tantos placeres alternativos y en competencia en la atención de los adolescentes. Los intentos de promover la lectura como una experiencia superior, en ausencia de la discusión sobre libros, se convierten en una actividad cuasi-terapéutica y meditativa, la que con pocas probabilidades inspirará en los adolescentes varones el “llamado del deber”.

Los adolescentes de hoy en día, reciben el mensaje de que la lectura debe ser diversión, y que si un libro no les gusta está bien descartarlo en favor de otro que ellos disfruten. Cuando los jóvenes hacen exactamente eso, y eligen libros inmediatamente accesibles y que les ofrecen una fuente sencilla de satisfacción, parece injusto acusarlos de embrutecimiento. En realidad, leer es un placer complejo. El encanto de la literatura puede provenir de la belleza del lenguaje y las imágenes que el autor crea; de sentirse transportado a través de la imaginación a otro lugar y a otro tiempo; de la identificación emocional con los personajes y sus conflictos; de sentirse incomodado, triste o asustado; o simplemente de encontrase atrapado por una historia y su fantástica trama. No todos esos placeres son inmediatamente accesibles. Algunos se adquieren, y requieren del lector perseverancia, algo para lo cual los niños pueden inicialmente necesitar que los convenzan, que los engatusen. A veces, el placer no viene de la experiencia inmediata de lectura, sino de pensamientos que surgen mucho después de que el libro se ha terminado.

Casi tan malo como la noción de que la lectura debería ser una experiencia placentera instantánea es su corolario: la lectura es importante para la movilidad social. Jonathan Douglas, director de “National Literacy Trust”, sostiene que la lectura placentera debe ser alentada porque, alrededor de los 15 años, es un fuerte factor en la determinación de la futura movilidad social. Tal “instrumentalismo” de la lectura, más la postura de quitar el eje del libro, lleva a que los chicos lean casi cualquier cosa. Según Douglas, “si eso significa leer manuales de autos o libros sobre fútbol, que así sea”. Douglas se hace eco de un supuesto usual de bibliotecarios y maestros: que “tanto como responder a sus intereses, los libros que enganchan a los jóvenes en la lectura necesitan hacerse eco de quiénes son ellos” o, en otras palabras, no solo deben ser lecturas fáciles y accesibles, sino que también deben ser de interés inmediato en función de las circunstancias cotidianas de los adolescentes.

Esto convierte a la lectura en un acto de narcisismo, mucho más que en una oportunidad para vivenciar en forma vicaria mundos más allá de nuestras circunstancias personales.

Douglas valora los libros que “exponen a los lectores a la realidad del día presente”, pero uno de los problemas de ser adolescente es que tu día presente tiende a ser bastante trivial. Los grandes libros tienen el poder de sacar a los niños de su existencia cotidiana; pero carentes de accesibilidad instantánea, esos libros deben ser promovidos. El vínculo entre la lectura placentera a los 15 años y la futura movilidad social es seguramente tenue –puede que sea una correlación, más que una causa. Una cosa es segura, promover libros que solo hablen de la realidad actual de los adolescentes –manuales de autos y libros de fútbol– nunca abrirá sus ojos al mundo más allá de sus limitados horizontes, ni los introducirá en un lenguaje más sofisticado. Esto restringe a los niños a sus circunstancias presentes, justo lo opuesto de la movilidad social.

Los adolescentes son más que capaces de leer las grandes obras de la literatura, pero necesitan ser seducidos por bibliotecarios y docentes que en confianza y sin vergüenza colocan a los libros, más que a los lectores, en el eje de su trabajo. El periodista y escritor italiano, Italo Calvino, escribió acerca de la importancia de leer las obras clásicas de la literatura en la juventud. Él plantea que solo los clásicos pueden “dar forma a futuras experiencias, proveer modelos, puntos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valor, ejemplos de belleza –cosas que continúan vigentes aún si el libro leído en la juventud permanece casi totalmente olvidado”. Poco de esto podrá encontrarse en el manual del auto.

Por supuesto que no hay nada de malo en que los adolescentes tengan la libertad de elegir sus propios libros. Ni tampoco lo hay con el hecho de que elijan libros fáciles para entretenerse y distraerse. Todos lo hacemos. Pero el problema es que sean alentados y elogiados al seleccionar esas lecturas, y luego culpados de no escoger libros más desafiantes. A todos nos gusta una lectura ligera de vez en cuando, pero aún estas opciones fáciles son apreciadas en mayor medida cuando podemos compararlas con mejores obras literarias. Más que aplaudir a los niños por el solo hecho de leer, los maestros y bibliotecarios deben alentarlos a auto-exigirse con libros que no son instantáneamente accesibles o relevantes para ellos. Esto depende de una relación que va más allá de la relación igualitaria de “lector a lector” promovida por “Opening a Book”; en cambio, la estrategia apropiada consiste en reconocer el consejo en la recomendación lectora del experto al lector.

 

Joanna Williams

Spiked, 12 de marzo de 2014

http://www.spiked-online.com

Joanna Williams es editora y profesora en Educación Superior en la Universidad de Kent.

 


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