El pensamiento marroquí es premoderno, se basa en la fe islámica, e impulsa reacciones y conductas desconcertantes para los herederos del judeocristianismo y de la Ilustración.
El Parlamento de Rabat amenaza con “reexaminar” todas sus relaciones con España desde una visión de reconquista misionera, más que patriótica.
Y exige que Zapatero, con decreciente capacidad política, económica e internacional, entregue Ceuta y Melilla.
Como la voluntad intimidatoria militar zapateril es nula, es posible que Marruecos organice excursiones modelo Marcha Verde sobre las ciudades españolas o sobre Perejil.
El representante personal de Z. en su ficción de la Alianza de Civilizaciones, el diplomático socialista Máximo Cajal, publicó en 2003, poco después de Perejil, el libro “Ceuta y Melilla, Olivenza y Gibraltar. ¿Dónde acaba España?” (Siglo XXI), en el que proponía entregar gradualmente Ceuta y Melilla a Marruecos.
Cajal aceleró así la exigencia de “recuperación” presente en el imaginario religioso-misionero marroquí, que sabe que estamos a su albur por la debilidad zapaterista y su mala conciencia de antiguo colonialismo.
Mohamed VI actúa como un padre o como un tirano medieval, según desee, y su poder es omnímodo: desciende del Profeta. Recuérdese a sus súbditos tirándose a sus pies, temblando de pavor.
El parlamento marroquí obedece al Rey, y ahora amenaza a los españoles tras el golpe de fuerza con los saharauis, un aviso para mostrar la fortaleza monárquica.
Porque Mohamed VI se siente débil ante su ejército. Necesita humillar a alguien, España, y dar mazazos como el de El Aaiún.
Cree en la creciente influencia de Al-Qaeda, que podría estar penetrando entre algunos grupos saharauis.
El Rey teme terminar como el Sha de Irán. Sería lo peor: entre marroquíes, a saber cuáles, nacen los 11M, y Marruecos es puerta de invasiones migratorias salafistas…