La palabra “crisis” ya no significa nada. La han repetido tantas veces, que la han gastado. Todos los días aparece por televisión, y lo que es peor, lo hace acompañada de sus galones habituales: una retahíla de cifras totalmente abstractas que cuestan una barbaridad de asimilar en su justo contexto. Es el paradigma cuantitativo llevado al extremo, tratar de medir el drama humano con simples números. Ahora es posible decir que se encuentran en el paro 4.833.521 personas, ¿cómo medir el nivel de dolor de tanta gente?
Mientras tanto, los economistas, que no fueron capaces de predecir esta catástrofe, se devanan los sesos para intentar enmendarla; y ahí entran en juego sus gráficas, sus datos y demás herramientas, que se empequeñecen cuando se dan de bruces con la realidad. No obstante, se empecinan en sus métodos, sin darse cuenta que no es lo mismo averiguar el comportamiento de un átomo que el de las construcciones humanas. Eso responde a algo muy sencillo: porque estas construcciones son el reflejo de acciones humanos, y éstas se llevan a cabo atendiendo a unos extraños elementos llamados “valores”. Pero, no debe cundir el pánico, probablemente cuando todo esto haya pasado, tendremos análisis pormenorizados de qué sucedía realmente y de qué se tuvo que hacer para poder superar esta oscura etapa.
A pesar de ello, el origen de todo este sinsentido parece encontrarse en el hecho de que, en un momento dado de su vida, algunas personas decidieron embarcarse en una aventura increíble a la que llamamos hipoteca. Sin embargo, salvo una minoría, nadie puede pagar a tocateja un inmueble, así que tuvieron que acudir a la usura legal, comúnmente conocida como bancos. El problema, es que ahora la gente está en paro, y no puede continuar pagando la deuda contraída con los usureros, así que éstos, que en época de vacas gordas no dudaron en conceder créditos a tutiplén, ahora se dedican a coleccionar pisos de gente que han desahuciado. Qué decir tiene, que el drama personal de una familia que se ve en la calle no lo apuntarán en sus balances.
En cambio, no siempre brillaba el sol en Villa Usura, ahora tenían una colección de casas, pero no se conseguía cobrar por ellas, así que los bancos tuvieron que acudir al Estado. De esa manera, todos pagamos sus rescates, así pudieron seguir desahuciando a la gente, sin que peligren sus cuentas. ¡Dios bendiga a los bancos! Solamente, cuando el problema de los desahucios adquiere unos niveles preocupantes, esto para los políticos quiere decir que ya puede contribuir a desestabilizar el sistema, se decide reaccionar. Y los dos partidos mayoritarios se reúnen para ver cómo es posible contentar a los bancos, para que no sigan tirando a tanta gente, ya que con el dinero anteriormente dado no debió bastar. Aunque, eso ocurre, con tan mala suerte, a la vez que el Tribunal de Justicia Europeo entiende ilegal la ley española para desahuciar, puesto que contradecía una directiva europea que prohíbe introducir cláusulas abusivas en las hipotecas que conceden los bancos. ¡A ver cómo salen de este lío! Lo deleznable es que hay muchas personas que ahora mismo están viviendo en la calle, porque estos usureros les han ofrecido hipotecas con condiciones abusivas, y al no poder pagarlas les han echado de sus casas. ¿Dónde está el Estado ahí? ¿Por qué no ofrecía él mismo los créditos a interés cero?
En cualquier caso, el Estado, tal y como está concebido, se ve que no busca ayudar a las personas que requieren auxilio, sino, irónicamente, a los que no lo necesitan. Entonces, llega un momento, que las arcas del Estado se quedan bajo mínimos, y el único milagro se lo lleva, lógicamente, la Iglesia que no ha visto mermada su asignación en los presupuestos del 2013. Imagino que eso les ayudará a sobrellevar que los matrimonios homosexuales ya son plenamente constitucionales. Por el contrario, a los demás nos toca “apretarnos el cinturón” (¿cuántas van ya?). En realidad, nos lo están apretando tanto, que hasta los eurodiputados han avisado a Merkel, de que España puede ser la próxima Grecia, y no aquella idílica Grecia de tiempos pasados en donde brillaba una democrática Atenas o una disciplinada Esparta, sino la de estos días, la que está en pie de guerra contra su Parlamento por aprobar, todavía, más recortes.
Todos estos dramas afectan a los trabajadores y parados por igual, sean de Grecia, de España, de Portugal (donde también tienen lo suyo), etc. Pero, en España, el Gobierno de Rajoy, consciente de que, aunque haya poco dinero, siempre debe estar a la vanguardia del progreso ya ha tomado medidas. Y por lo que pueda pasar, ha incrementado un 1.780% el gasto en material antidisturbios y protección[1], quizá su plan para bajar el paro pase por ahí. A mí, en cambio, me cuesta asimilar semejante cantidad de dinero.
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[1] http://www.elmundo.es/elmundo/2012/10/30/economia/1351613307.html