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No cabe la menor duda de que el Gobierno, cuyo cometido es velar por el bien general e intervenir para evitar los desajustes que perjudican a la sociedad, tiene la mayor responsabilidad de lo sucedido. Políticas y políticos se “pringaron” en algún momento en la elaboración de leyes que posibilitaron el “boom” de la vivienda, acondicionando un “terreno” propicio a la especulación inmobiliaria; bancos y entidades financieras intervinieron como pirañas en un mercado lucrativo sin controlar ellos mismos los riesgos que asumían y sin que nadie controlara su avaricia; y, finalmente, los particulares que participaron de las bondades y ventajas que ofrecían todos. Durante muchos años, el Gobierno fue sordo a las advertencias que pronosticaban el estallido de la burbuja, negándose a actuar para contrarrestar sus efectos. Antes al contrario, permitió que Cajas de Ahorro, ajenas a la promoción inmobiliaria, y Bancos no hipotecarios se apuntaran al banquete de la construcción y la inversión en ladrillo. Su capacidad de supervisión y regulación no previno ninguno de los desmanes que ahora atormentan a todos, pero castigan especialmente al último eslabón de la cadena de damnificados, el más desamparado, que son los ciudadanos, a los que se les exige -con todo el rigor de una ley trasnochada- la atención de unos créditos que ni la devolución del bien permite cancelar.
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Mucho más grave aún es propalar una mentira e inventarse un “informe” policial contra un adversario político que presenta un órdago al Gobierno con una propuesta independentista en Cataluña, que cuestiona la unidad política del Estado, durante las elecciones autonómicas celebradas en aquella Comunidad. Y aunque el plan soberanista no fue refrendado en las urnas, obligó a un Gobierno temeroso del envite a volver a practicar “malas artes” para enfangar unos comicios mediante acusaciones de corrupción contra el presidente de la Generalitat, dando cobijo a una información prefabricada que no ha sido elaborada por la unidad policial a la que se le atribuye, es desconocida por el propio jefe de la unidad, en declaraciones al juez, y que hasta el ministro “competente” también dice desconocer.
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