Revista En Masculino

Descansar

Por Yyoconestasbarbas

Ayer hablaba con un amigo sobre las extraescolares de los niños. Supongo que por sacar un tema e ir hilando una cosa con otra. No queda otra que dejar fluir la lengua si estás en un velatorio, y encima si es con un amigo al que ves mucho menos de lo que deberías. Al fin y al cabo, como se demuestra a cada rato a lo largo de la tarde, no hay nada más incómodo que un silencio prolongado en un corrillo de varias personas, y más si es algo doloroso lo que lo envuelve.

Hablamos de muchas cosas, de los horarios de los peques, de nuestros horarios, de las cosas que hacen ilusionados y de las cosas que hacen por inercia, porque nosotros se lo pedimos o imponemos.

A veces les metemos en ruedas en las que no quieren entrar, aunque lo hagamos simplemente para que prueben. Otras veces son ruedas sobre las que montan encantados, y no queda sino soltarles, que hagan camino y le den como si no hubiera un mañana. El poder de la ilusión y la motivación, ya sabéis.

Con las mismas, nosotros mismos nos metemos igualmente en ruedas nuevas en las que en el fondo tampoco queremos entrar, pero lo hacemos exactamente por las mismas razones, porque creemos que hay que hacer tal cosa. (Y que nos gusta meternos en fregaos, también).

A veces simplemente pienso en el tiempo que nos ha tocado vivir, y en nuestras circunstancias. En esta época en que uno de 20 todavía es un crío, un pipiolo que no sabe nada de la vida salvo transportar cuatro libros y una carpeta con apuntes de aquí para allá, y hace apenas unos siglos, o quizás unos decenios atrás, uno con 20 ya tenía una familia detrás, un proyecto de vida, un trabajo, hijos, etc. Es decir, alguien que vivía la vida que por aquí muchos estamos empezando a vivir a nuestros treintaymuchos.

Con las mismas, y dándole de nuevo la vuelta a la tortilla, veo igualmente que hoy con 20 puedes haber hecho cosas inimaginables para alguien de unas décadas atrás. Hoy todo va más deprisa; todo parece mucho más complicado. Y eso también es un handicap.

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Las posibilidades se juntan con las expectativas y a veces con las obligaciones, y podemos vernos a nosotros mismos como un pequeño hámster que no para de dar vueltas en la rueda giratoria de su jaula, moviéndonos todo el santo día sin parar. Rueda. Rueda. Rueda más. Sigue rodando. Cada segundo del día cuenta y es importante exprimirlo al máximo.

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Quizás es el anhelo que aparece de vez en cuando de querer volver atrás, de querer volver a una época aparentemente más sencilla, (que no sé si es igual a más desocupada). Pero sí más tranquila. Aunque me temo que simplemente, lo que queremos es volver a encontrarnos en situaciones que se acomoden a nuestros intereses. A nadie le amarga agarrarse a una rueda que se mueve al gusto y al ritmo de uno, al fin y al cabo.

Hoy toca entierro. Sé que es un sitio al que no quiero ir. Una de esas obligaciones de adulto, una rueda, dura, hosca, ingrata, que me recuerda que a veces, en la vida, hay cosas que hay que hacer porque tocan, porque deben hacerse. Porque sabes que hoy hay estar ahí, apoyando. Y así debe ser.

Pero eso debe hacernos reflexionar, valorar lo positivo que hay también en el otro lado. Lo necesario de soltar un poco el carrete cuando se pueda, quede cuerda y quede tiempo suficiente. El intentar soltar un poco de lastre para procurar hacernos la vida un poco más sencilla. Algo así como aplicar a la vida cotidiana lo que en economía nuestros vecinos franceses dieron por llamar laissez faire, laissez passer. O yo lo interpreto así.

Quizás no podamos evitar que la gente que nos importa y de la que nos rodeamos se vaya. Quizás no podamos huir de las obligaciones verdaderamente importantes. Tampoco lo querría, en el fondo. ¡Bah…! O sí, no lo sé. Obligación no deja de ser un término bastante porculero, no nos engañemos.

Pero a lo mejor sí que podemos dejar pasar unos minutos eso que en el fondo no es tan importante. Quizás sí que podemos dejar hacer a nuestros peques y ofrecerles esos cinco minutos de más que necesitan. Ese hueco. Ese espacio. Quizás sí que podemos hacerlo igualmente nosotros mismos.

Eso sí que podemos hacerlo. Permitirnos nosotros y dejarles a ellos que elijan agarrarse o no a la rueda que más les atraiga. Y que cuando se pare y quieta se quede, podamos todos tumbarnos un ratito y descansar a la orilla del camino con una sonrisa en la boca mirando una nube pasar.

Por cierto… También me gustó escuchar la coherencia en la voz de mi amigo, e incluso en la mía. ¡Oye, que creo que no lo estamos haciendo ni tan mal, jatetú…!


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