Es tan importante tu descanso como tu trabajo. Para trabajar bien, descansa mejor, y darás lo mejor de ti…
En el camino está la clave para llegar a nuestras metas, parándome cuando quiera para descansar, admirar las vistas y continuar después con ilusiones renovadas, sin cansancio y con mayor fluidez.La vida es un gran ciclo, dividida en etapas y éstas en pasos. Si no paras un instante en cada etapa, en cada paso… ¿Cómo sabes por dónde vas? ¿Este es tu camino? ¿Cómo logras tener energía para llegar al final de esa etapa/paso? Llevar el ritmo que puedas seguir con comodidad, respetando tus características y las de cada etapa que transitas, disfrutando de lo que haces; es la clave. Si no te sientes bien haciendo lo quieres haces, es el momento de parar un poco y revisar cómo lo estás haciendo… quizás haces lo que te gusta (o has elegido hacer lo que es importante para ti) pero no de la forma que te es más cómoda en este momento vital, quizás no te estás permitiendo ir a tu ritmo…Hace tiempo leí un cuento que me hizo comprender el valor de descansar, este cuento se llama El leñador tenaz y está incluido en el libro Cuentos para pensar de Jorge Bucay, por si no lo conoces, te facilito su lectura a continuación:
Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar.
En un solo día cortó dieciocho árboles.
-Te felicito -le dijo el capataz-. Sigue así.
Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano.
A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque.
A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.
«Debo estar cansado», pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.
Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.
El capataz le preguntó: « ¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?».
-¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.