Revista Opinión

Desconcertado

Publicado el 04 julio 2013 por Romanas
Desconcertado Desconcertado  Confieso paladinamente que estoy absolutamente desconcertado.  He invertido casi toda mi vida en hacerme una cosmología y de pronto, ésta se me ha derribado estrepitosamente.  Para mí, el mundo existe porque es precisamente el obstáculo con el que tengo que luchar cotidianamente.  Y, como buen aprendiz de filósofo, he intentado descubrir cómo es y cómo funciona para poder sobrevivir con cierta dignidad.  La primera de las normas de su funcionamiento es el materialismo más riguroso. Decía Goethe: todo es luz, Wittgestein: todo es una estructura gramatical, una puta proposición, pero a mi el que me convenció realmente es el jodido Marx: todo es economía, incluso la puñetera materia, materialismo dialéctico.  De estas manera y bajo estas premisas, fui construyendo mi mundo y su propia explicación, o sea una cosmología.  El mundo, todo el universo, es de un materialismo repugnante. Todo se mueve bajo el impulso eminentemente materialista de la propia economía, pero esto que, como digo, resulta excesivamente repugnante ha obligado a los filósofos espiritualistas, la inmensa mayoría, a formular una serie de cosmogonías no sólo radicalmente falsas sino incluso extravagantes.  Releyendo el párrafo que acabo de escribir, me acomete el temor de que la mayoría de los que me lean crean que mi concepto de la economía es el corriente: la economía sólo hace referencia al capital y al trabajo, a la producción y al consumo.  Para mi, esta palabra, economía, proviene de equo: igual y nomos: norma, ley. La economía es, para mi, el esfuerzo del hombre y de la naturaleza para funcionar bajo el imperio de normas iguales, quizá fuera mejor decir igualitarias.  Y norma es aquel precepto que obliga a realizar la justicia, siendo la justicia, la rectitud, y lo recto, ya se sabe, es el camino más corto.  De esta manera, el concepto corriente de economía es excesivamente restrictivo puesto que se encierra en el campo de la función productora de bienes y servicios y de su consumo.  Y todo esto a propósito del juez Rus.  Lo que esta sucediendo con este juez en España es lo que me ha desconcertado.  Mi cosmología judicial se ha venido a bajo de golpe.  He empleado decenas de artículos intentando demostrar que el judicial es un universo cerrado y hermético, creado y mantenido para hacer aún más fuerte el dominio de los fuertes sobre los débiles.  Y esto, después de haber hecho lo mismo respecto al mundo general, lo que hemos dado en llamar la sociedad.  Desde que el grupo humano dio en organizarse colectivamente se entabló una lucha a muerte respecto a su propio dominio, produciéndose al efecto esa rotación de las formas de gobierno que tan bien describiera nuestro maestro Aristóteles.  Aquí también funciona a rajatabla la norma económica: todo se organiza automáticamente, espontáneamente, como en el resto de la naturaleza, para que lo más fuerte prevalezca.  Y parece que luchar contra esta situación universal es una tarea inútil, como nos muestra el suplicio de Sísifo, si bien de vez en cuando se produce el advenimiento de un prometeo.  Pero estaba hablando no sólo de España sino también de la jurisdicción española.  Sería estúpido siquiera pensar que el poder creara la jurisdicción para implantar la justicia puesto que eso sería arrojar piedras sobre su propio tejado.  La invención de la teoría jurídica y de todo esa parafernalia, todo ese aparato con la que se la rodea sólo es una coartada: es como la religión: se trata de conformar pacíficamente a los ciudadanos haciéndoles creer que ellos realmente pintan algo. Vengo sosteniendo que, en España, la justicia no es que sea conservadora sino simplemente fascista.  El fascismo es una ideología totalitaria en la que todo se subordina al interés del Estado y el Estado no es sino la creación teórica de una pensadores mercenarios que lo vendieron todo al mejor postor, pensadores realmente eficientes cuyo último engaño ha sido afirmar que el Estado es el enemigo de los poderosos cuando realmente, como acabamos de decir, es su creación. Pero éste es ciertamente otro tema.  Estaba diciendo que la justicia española es fascista y, ojo, que éste sólo es un atributo científico, pero es lo cierto que todo se subordina al interés del Estado y éste se confunde férreamente con el del partido que gobierna.  El caso es que mientras se masacra al juez Elpidio José Silva, al que, si se descuida, meterán en un psiquiátrico, es una manera de hablar, por atreverse con uno de los mejores amigos de Aznar, aparentemente se está tolerando que el juez Ruz haga lo que quiera: decretar la prisión de Bárcenas, lo que teóricamente le obligaría a hablar.  Y esto es lo que me desconcierta: si Bárcenas habla y dice lo que todos pensamos, el partido que gobierna y el propio gobierno saltaría por los aires en un país normal.  Entonces, ¿por qué no se le han parado los pies al juez Ruz y sí se ha hecho con el juez Silva?

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